“Estar en sintonía”. Si quisiéramos explicar el significado de este término probablemente hablaríamos de una especie de estado en el que adoptamos, moldeamos y nos mimetizamos con algunas de las pautas externas que nos llegan para generar una simbiosis. En apariencia, también podríamos decir que seríamos capaces de crearla a través de muchos elementos. Con emociones. Con nosotros mismos. Con otras personas. Con actividades que implican ejercicio mental o físico. Con el desarrollo de pasiones e intereses personales. Y cuando esta se produce, aparece un puente sincero que revela lo que nos pasa por dentro y lo que mostramos al mundo. Susana Girón (Huéscar, Granada, 1975) ha conseguido crear ese vínculo con la cámara, con la que intenta retratar, a través de la fotografía documental, la complejidad de la realidad que nos rodea. Esta licenciada en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte y graduada en Fotografía y Artes Visuales es colaboradora habitual, como fotógrafa freelance, en medios como The New York Times, CNN, El País, o Le Figaro. Recientemente ha ganado el Premio Atlanta Photojournalism 2020, uno de los premios internacionales más importantes de esta rama, con su reportaje Los días sintactos, una serie de fotografías que muestran la vida de José Antonio, un anciano de 84 años del pueblo granadino de Galera, confinado en soledad durante la pandemia, “una apuesta por lo extraordinario en lo ordinario”.
Su inclinación social y su búsqueda por la recuperación de la cultura popular, la han llevado a retratar realidades de todo el mundo: en Bolivia fotografió a Don Julio Pinedo Rey, rey de la comunidad afro-bolivariana y último monarca del continente americano, en Granada fue testigo de las últimas familias que se dedican al pastoreo trashumante y más recientemente ha formado parte del proyecto Covid Photo Diaries. Todas ellos con un elemento común: el acercamiento emocional, desde una mirada singular, hacia la vida cotidiana que pasa ante nuestros ojos, convirtiendo lo efímero en eterno, en legado.
Te interesa transitar el camino de que las fotos sean un descubrimiento.
Sí, es una búsqueda en la que estoy inmersa desde hace unos años. Viniendo de un género como el fotoperiodismo, donde prima la imagen descriptiva, explícita si quiere decirse, empecé a sentir la necesidad de ahondar en un lenguaje fotográfico más evocador, menos evidente en su contenido, que invitara de alguna forma al espectador a plantearse preguntas sobre lo que está viendo, porque no es del todo claro. Dejar una puerta abierta a que juegue y tome parte en ese encuentro, que complete desde su visión lo que falta en la imagen, lo que no muestra. Ahí viene el concepto de descubrimiento, considerar que la fotografía invite a ese diálogo, por las dudas y preguntas que genera la propia imagen. Creo que es en este punto, sin dejar de hacer fotografía documental, donde me están surgiendo imágenes más evocadoras y que apelan a las emociones de una forma con la que ahora me identifico más.
En esta línea vemos cómo la fotografía documental narra realidades ocultas, mueve imaginarios y genera concienciación social. En tu trabajo reivindicas “la memoria, las tradiciones y el concepto de patrimonio”. Un ejemplo de ello es tu libro 90 varas (2019) en el que documentas una de las últimas familias andaluzas que continúan dedicándose al pastoreo trashumante. ¿Cómo fue la experiencia?
Este proyecto significa muchísimo, tanto a nivel profesional como personal. Sin duda, lo mejor de esta experiencia fue el encuentro personal y los vínculos de amistad que he creado con la familia protagonista de la historia. He compartido y experimentado, desde dentro, lo que implica esta profesión hoy en día. Es una vida dura, sacrificada, en eterno peregrinaje y donde las necesidades de los animales marcan el ritmo de la vida. Las migraciones son duras, en invierno duermes a -5ºC, caminas bajo la lluvia, la nieve o el barro de los caminos, el calor sofocante del verano, la falta de pastos y abrevaderos para beber y el deterioro de las históricas cañadas reales, convertidas muchas veces en escombreras. Pero también he descubierto, gracias a ellos, un patrimonio natural, histórico y cultural de valor incalculable. Me quedo con el inmenso privilegio de atravesar las Sierra de Cazorla o Castril de lado a lado transitando caminos que fueron creados en el S. XIII por la Mesta y Alfonso X el Sabio.
Has participado en el proyecto Covid Photo Diaries (2020) ¿Cómo es el desafío de mantener la distancia en un oficio que requiere cercanía con las personas y las historias que se retratan?
En España ha sido muy complicado realizar una cobertura completa, sobre todo porque el acceso a los lugares más sensibles, como las residencias de ancianos, las morgues o los hospitales, ha sido prácticamente imposible. Se denegaron sistemáticamente todos los permisos de acceso y no se ha mostrado fotográficamente toda la dura realidad que ha provocado, o está provocando, esta pandemia. Han pasado muchas más cosas que calles vacías y gente aplaudiendo en los balcones a las 20.00h. Los profesionales del fotoperiodismo tenemos la impresión de que se ha “infantilizado” y sobre-protegido a la ciudadanía del acceso a cierto tipo de imágenes. Uno de las grandes retos del fotoperiodismo, como tal, es crear conciencias y sensibilizar. El desafío de esta cobertura ha sido gestionar el que, en el ejercicio de nuestra profesión, pudiéramos ser portadores y contagiadores de una enfermedad que presenta un gran número de asintomáticos. Pero ante todo, está nuestro compromiso con la profesión, con el momento tan extraordinario históricamente que estamos viviendo. Gran parte de mi trabajo lo he desarrollado en entornos rurales, fotografiando a personas mayores en sus domicilios. Esa ha sido mi obsesión. Que la documentación pudiera seguir adelante sin poner a nadie en riesgo.
En un inicio te dedicabas a la enseñanza de Educación Física. ¿En qué momento decidiste dejar de ver para aprender a mirar a través de la cámara?
El deporte siempre ha sido y será una parte importante en mi vida, me apasiona correr, escalar, montar en bicicleta de montaña… Y por ello me licencié en Educación Física. La afición a la fotografía convivía conmigo desde pequeña, desde que con nueve años me regalaron una cámara muy sencilla con la que fotografiaba compulsivamente mi cotidianidad: las reuniones familiares, los amigos, los pequeños viajes, las salidas a la montaña o la Semana Santa de mi pueblo. Pero nunca pensé que aquella afición pudiera ser algo más, hasta que con aproximadamente 25 años me regalaron una cámara manual. Necesitaba tomar imágenes de más calidad para la publicidad de una empresa de turismo activo que había montado con mi hermano y decidí apuntarme a un curso de técnica y lenguaje fotográfico. Inmediatamente me sentí irremediablemente atraída por todo lo que conllevaba el acto fotográfico. Normalmente lo defino como un proceso de enamoramiento, porque así lo viví plenamente. Empecé a formarme, a asistir a talleres, cursos y a leer sobre fotografía. En 2007 decidí profundizar mis conocimientos; echaba en falta recursos, contacto con personas del medio, conocer más y mejor. Me apunté a un posgrado universitario de dos años en la Universidad Miguel Hernández de Elche y de aquellas clases nació mi primer proyecto fotográfico serio, Legados al que le debo muchísimo en todos los sentidos.
“Apuestas por lo extraordinario en lo ordinario”. Sueles viajar con asiduidad. Por ejemplo has recorrido Madagascar, Mongolia y Cuba en bicicleta. ¿El ojo del fotoperiodista también encuentra más estímulos en lo ajeno?
Totalmente. Estos viajes son parte esencial de mi vida. De cada uno de ellos me llevé algo irremediablemente adherido a mi experiencia vital y que me hace ser como soy, pensar como pienso y fotografiar como lo hago. Como individuos, somos consecuencia de aquello que hemos ido encontrando por el camino: los libros que hemos leído, las personas que nos han acompañado, los lugares a los que hemos viajado… Los estímulos están en cualquier cosa sencilla que nos rodea, tan sólo se necesita la actitud activa de estar alerta y permeable. A mí es esa misma curiosidad, ese encuentro o estímulo que se produce en cualquier momento y situación, la que me impulsa a coger la cámara y contar esa historia. Me gusta pensar que podemos intentar mirar las cosas sencillas que nos rodean, con los ojos del que ve algo por primera vez. Lo cotidiano está repleto de cosas extraordinarias, sólo que algunas veces lo integramos en lo habitual y dejamos de darle el valor que realmente tiene. Siempre es un reto buscar buenas historias en nuestro entorno más cercano y cotidiano, aunque me encanta viajar y salir fuera, la mayor parte de mi trabajo fotográfico lo desarrollo aquí en España. Es algo que busco y que es parte de mi discurso.
Me gustaría mencionar dos trabajos tuyos: Yo bailo (2020) y En Masais, entre tradición y modernidad (2007). Son muy diferentes entre ellos, pero quizás tengan un denominador común, la modificación de imágenes muy ancladas en el imaginario colectivo. ¿De qué manera sirve la fotografía para “desvestirnos’ de estereotipos e ideas preconcebidas?
El reto de intentar contar esas historias desde una perspectiva más sorpresiva o inesperada es otro de mis grandes desafíos cada vez que me enfrento a un nuevo proyecto fotográfico. En Yo bailo, la imagen esperada está en la parte más dramática, visual y escenográfica del baile flamenco. Pero mi interés siempre va hacia los lugares que no soy capaz de imaginar o a las preguntas que no alcanzo a poder contestar, de lo no evidente o difícilmente imaginable. ¿Cómo se enfrenta una bailaora de flamenco a su proceso de crear? ¿Qué hay detrás de todo ese desarrollo? ¿Qué emociones se suceden en los momentos previos a un gran estreno? ¿Cómo es la vida de una gran artista fuera de los escenarios? Uno alcanza a imaginarse fácilmente a una bailaora en un gran escenario moviendo mágicamente una maravillosa bata de cola con unas luces espectaculares, incluso sin haber estado nunca. Pero no podemos dar respuesta ni imaginarnos qué sucede en la intimidad de un camerino minutos antes de saltar a escena o cómo se gestionan los momentos de mayor dificultad. Estas son las cosas que me interesan y a las que intento dar respuesta a través de la fotografía. Sirve de vehículo para contestarnos esas preguntas y mostrarnos las miles de realidades que conviven paralelamente y que merecen ser contadas, porque son igual de ricas e importantes que lo más aparente o espectacular.
Poniendo también sobre la mesa tu serie El último Rey de América (2012) y el reportaje Lepra en Mumbai (2006): ¿Cómo es tu proceso creativo, de documentación y antropológico para acercarte a esas realidades tan complejas y dispares?
Las ideas surgen porque me voy encontrando con historias que contienen ingredientes que me atraen. Después de ese primer interés, comienzo a documentarme, a recabar información para realizar un guion lo más completo posible de los sitios que hay que visitar, las personas, los objetos y elementos que tendrían que estar. Paralelamente, realizo un guion emocional, en el que intento desgranar qué emociones hay en la historia para que estén presentes en las imágenes. Donde verdaderamente sucede la historia es en el terreno. En Bolivia, cuando trabajaba en El último Rey de América, pasé muchos días simplemente hablando con la gente que vivía en la aldea de Mururata, donde reside el Rey Don Julio Pinedo. Además de enriquecer mi visión sobre el tema, me permitía ganarme la confianza de la gente, que me dejaran entrar en sus casas, contarme sus cosas… Esto ayuda porque te regala la opción de pertenecer a esa historia de algún modo y conectar más. Es un proceso lento pero rico. Anoto cada pensamiento en mi cuaderno dedicado al reportaje y las frases o ideas que me llegan las repito en mi mente como si fueran mantras. Además, me pongo música relacionada con el tema para realizar una mayor inmersión. Sin embargo, hay un porcentaje de azar que dejo siempre. Hay que permitir que la vida te sorprenda y te regale cosas inesperadas. Dejar el guion abierto para descubrir un camino mientras se transmita in situ. Si el tema es muy duro emocionalmente, necesito pequeñas desconexiones cada cierto tiempo. Como en las leproserías de Mumbay. Recuerdo que trabajé en aquella historia intensamente y a las dos semanas estaba tan agotada emocionalmente que necesitaba parar unos días para recuperarme del bajón emocional tan grande que me producía enfrentarme a diario con tanta miseria y sinrazón. Hay que saber el momento de parar y respetarlo para poder seguir después.
Has abordado la pluralidad de la identidad femenina. ¿Debería centrarse más la mirada fotográfica en este tipo de reflexiones sociales y generacionales?
Hay muchas temáticas y formas para abordar la identidad femenina. Me centro mucho en el tema de generaciones porque me conecta con la memoria, el pasado, las cosas que cambian y las que permanecen. Como mujeres y como individuos somos resultado de todo aquello que nos dan dado como legado, especialmente en nuestra familia, nuestro entorno más cercano. Pero también, como resultado de ese encuentro, hay una voluntad de cambiar el pasado, de no repetir los mismo errores. Y esa necesidad de cambio es también parte del legado generacional que llevamos.
En una cultura audiovisualmente saturada, ¿por qué crees que resulta fundamental seguir reivindicando el valor de lo humano?
Con más motivos entonces hay que hacerlo. Para mí el arte, la cultura en general, implica emoción. Si algo busco en una obra, sea de la disciplina artística que sea, es que me emocione y me sorprenda. Creo que la capacidad de emocionar va íntimamente ligada al factor humano. Tenemos que buscar la creación de obras, de fotografías, que vayan mas allá del truco o impacto visual, de los filtros de Instagram y que nos hablen de emociones, que podamos incluso reconocernos en las de otros que se recogen en las instantáneas. Huyo de las imágenes vacías que se sustentan sólo en el efectismo o espectacularidad y que en realidad mas allá de ese truco, no contienen historias, emociones.
2 respuestas en “Susana Girón: «El arte implica emoción»”
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Mi admiración y respeto para Susana Girón. Es una Mujer excepcional y una gran profesional, así como un gran ser humano. Gracias Dios por haberle conocido.