Tratar de llamar a las cosas por su nombre

El comunicólogo debe ir un paso más allá para especificar su mensaje, y para ello debe contar con la anuencia y curiosidad de quien quiera escucharlo.

El otro día, a Roberto González, analista de fútbol y pluma de purgante, se le ocurrió escribir en Twitter el verbo operacionalizar. Conceptos, causas y porqués. Y una enorme capacidad comunicativa para transmitir ideas e intenciones para luego operacionalizarlas. Qué placer escucharte hablar de fútbol, @AlexisMoreno_G., comentó, citando la conferencia de prensa realizada por el entrenador de Mineros de Zacatecas. No es nuevo celebrar que los entrenadores de fútbol tiendan, milagrosamente, a hablar de fútbol: podemos recordar fácilmente a Andrés Lillini, estratega de los Pumas, sacarse los audífonos tras la rueda de prensa posterior a su séptimo juego y soltar un nadie pregunta sobre fútbol, es increíble, lo cual le granjeó sumo desprecio por parte de los comunicadores de televisión. Es muy aburrido hablar de fútbol, justificó André Marín en La Última Palabra, programa estelar de Fox Sports. Todos los eruditos del fútbol que andan por aquí, incluyendo los reporteros frustrados, adelante, podemos discutir si les pareció una conferencia de prensa de fútbol o no, tuiteó León Lecanda, reportero de ESPN, tras enlistar las preguntas realizadas a Lillini. No es la primera vez que llaman eruditos a un gremio tuitero que se ocupa de analizar tácticamente partidos de fútbol. Quizá Pepe del Bosque, director de Editorial Puskas y comentarista en Imagen Televisión y W Radio, sea el más vituperado por seres que no queda muy claro si no entienden o no tienen interés en entender. En algún momento trabajé con Pepe y siempre me impresionó su obsesión por abarcarlo todo: nunca hablaba de algo -equipo, futbolista, entrenador, sistema- que no conociese. Y de cualquier liga. Era una curiosidad que yo no había visto más que en comunicadores españoles -léase Axel Torres, Martí Perarnau, Abel Rojas, etcétera: prometo que no es malinchismo sino mera realidad*-.

A Pepe del Bosque se le realizó, en mayo del 2018, una parodia en ESPN creada por Juan Pablo Fernández -aka, el paradigma del nepotismo-, donde llamaba Pep del Forest a un personaje que pretendía hacer un análisis serio. El nivel de comedia, como suele ser normal en él, era deplorable. Este acto es terriblemente sintomático de un gremio que se ha manifestado muy en contra de la complejización del fútbol. Esto abona, me parece, a la idea de que el fútbol es un tema banal, superficial, vacuo, del que no vale la pena hablar en serio*. Tiene razón Roberto Testas, ex presentador en TUDN, al decir que el abanico de posibilidades es amplio: habrá un sector del público que encuentre en el fútbol un escape a la cotidianidad y no le preocupe en absoluto por qué Fernando Navarro se convirtió en el arma secreta del León de Nacho Ambriz reinventando la figura del lateral. Habrá un sector al que no le genere comezón que todo se describa con palabras como intensidad, determinación, ganas, hambre, garra. Siempre me acuerdo de un Pumas-Querétaro insufrible que viví en la parte alta de Ciudad Universitaria, bajo un sol agobiante, con un sujeto detrás de mí que, desaforado, gritaba YA METAN GOL / INTENTEN METER GOL / BUSQUEN EL GOL / HAY QUE TRATAR DE HACER UN GOL / POR QUÉ CHINGADOS NO METEN GOL. Hay gente a la que le importa saber por qué Pumas no podía meter ese gol: la respuesta no será absoluta ni definitiva, pero puede acercarnos a una conclusión. Eso es lo que hace Pepe y lo que hace Roberto*. Eso es lo que, quizá, como comunicador de fútbol no es obligatorio buscar, pero resulta una bajeza deslegitimarlo.

Dicho todo esto, me acuerdo de una canción escrita por Pancho Varona: jugando con las letras de tu nombre / a veces corto / a veces largo / a veces triste / y siempre amargo. Fuera de pensar si la canción es un lugar común cursi o no, me parece interesantísima su manera de construir diversas emociones a partir de un mismo nombre y de las mismas letras. Leila Guerriero, para escribir una crónica sobre un gigante argentino, ex luchador, escribió que «cuando la mujer se va suena el teléfono y una voz honda —la excrecencia del eco de una catedral o de una bóveda— dice: “Al fin, ahora estás en mi territorio”». Luego cuenta por qué utilizó la palabra excrecencia. «No es una palabra simpática: remite a algo vagamente repulsivo (…) No bastaba esa voz con un adjetivo como honda, seguramente justo, pero no suficiente. Había que rodear a la palabra de un círculo de fuego: hacer que el lector se detuviera en ella».

Siento que Pepe, Roberto y demás analistas obsesos de la pelota, están buscando palabras rimbombantes no para complejizar el texto, adornar la idea o verse más inteligentes, sino todo lo contrario. Están hablándole a un público que, ellos saben, está interesado en comprender. Lo mismo sucedió en Ecos del Balón cuando empezó a utilizarse el verbo blocar, y algún usuario criticó que acudieran a un barbarismo para decir lo que podía decirse como atajar. Y no. Blocar es quedarse con la pelota; atajar es cualquier reacción del portero que evita el gol, sin importar si culmina en tiro de esquina, devuelve el balón a los pies del pateador, la envía al poste o, en efecto, bloca. La mofa tuitera hacia Roberto González vino de la mano de adjetivos como fastidioso, rebuscado, denso o artificial. Es una tesis válida aquella de pensar que ornamentar el lenguaje es un barroquismo innecesario, pero hay que entender hasta dónde. Martín Caparrós, en su libro Lacrónica, invita a quien quiera escribir a que no adorne de manera kitsch los textos, que no diga césped por decir césped en vez de decir pasto, ni sustituya elevador por ascensor en pos de no repetir la misma palabra en dos renglones. Luis Peña, otrora brillante analista de fútbol en Twitter que hoy vive de ello, arribó salvador al debate para decir que Alexis Moreno trabaja bajo la periodización táctica, y la palabra “operacionalizar” se utiliza para el hecho de llevar al proceso de entrenamiento las intenciones para la posterior adquisición del grupo. Es un término metodológico más que táctico. Una cosa es no entender, otra cosa es no querer entender; ambas son válidas. Lo que a mí me genera escozor es atacar al que pretende buenamente dilucidar. Me acuerdo de Javier Marías y sus columnas en El País criticando todo aquello que huela a nuevo. Me acuerdo de esas personas que acuden a la RAE hasta para saber si se escribe jajaja o ja, ja, ja. ¿Por qué vemos el mundo como un compendio de reglas establecidas? El lenguaje es modificable, cambia. Podemos alterarlo, y eso significa que está vivo. ¿Por qué atacar a quien busca especificar? 

Estudié Comunicación Social en la UAM-Xochimilco y no puedo estar más de acuerdo con la tesis que dicta que la tarea del comunicólogo parte siempre del darse a entender. Un mensaje ilegible no sirve. La claridad, me decía siempre mi asesor de tesis, es la piedra fundamental. Sin ella no hay nada. Pero creo, también, que el comunicólogo debe ir un paso más allá para especificar su mensaje, y para ello debe contar con la anuencia y curiosidad de quien quiera escucharlo. Si al leer el tuit podemos pensar en un mejor sinónimo para operacionalizar, qué bueno. Si no queremos leer a Roberto González y no nos interesa saber sobre la conferencia de prensa del entrenador de los Mineros de Zacatecas, se vale. Pero si de por sí Twitter es una jungla de odio, rencor y bilis, atacar a alguien por arrojar cierta luz sobre un tema me parece, cuando menos, condenable.

Notas al pie de página

* Valdría la pena revisar el capítulo Asunción, del libro Once Ciudades, publicado por Axel Torres en 2013. En él cuenta la emoción plena que sintió al realizar su primer viaje como reportero a Sudamérica, para un sorteo de la Copa Libertadores. Cuenta que coincidió con varios reporteros mexicanos, atiborrados de viáticos y contactos, con los medios para realizar la entrevista que quisieran. Mientras Axel se largaba a dormir porque debía estar a las seis de la mañana en el estadio de Cerro Porteño para entrevistar al entrenador Pedro Troglio, los periodistas traían un caliente debate en torno a cuál sería el bar donde se ahogarían hasta el amanecer. Esto no pretende ser un juicio moral, ni siquiera pone en duda esa palabra raída que es el profesionalismo, sino que deja de manifiesto un abismo entre la curiosidad -necesidad, diría Leila Guerriero- que unos y otros tienen por contar historias.

No sé si aún vale la pena hablar sobre la enormísima cantidad de peros que aún se le pone a la literatura relacionada con el fútbol, exceptuando nombres célebres como Villoro, Valdano, Sacheri, Pérez Gay y pocos más.

Siempre he dicho que uno de mis partidos favoritos siempre será la semifinal de vuelta entre Bayern Múnich y Atlético de Madrid. Había acudido a un partido del Atlético algunos meses atrás, por lo que me sentía un poquito parte del aficionado promedio en aquella temporada. Futbolísticamente también fue un duelo memorable: el desbordado Bayern de Guardiola hizo todo para ganar, mientras el Atlético de Simeone hizo todo para no perder. Una cátedra impresionante de fútbol ofensivo y defensivo. El gol de Griezmann me reventó la garganta. Apenas terminó el juego, lo reviví mediante el podcast de 38 Ecos -programa de análisis transmitido en vivo apenas finalizado el duelo- con misma intensidad. Eso es lo que genera un buen análisis, un buen producto.

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