Tengo una herida profunda,
roja, palpitante y abierta
El tejido graso desbordado
y el músculo de fuera
Dos enfermeras alertas,
limpian profundamente
los desgarres
de mi mano izquierda
-¡Qué valiente eres!-
me dice una de ellas
Odio los hospitales
y el área de urgencias
Hoy, no
-Pudo haber sido una gran tragedia-
me dice la misma enfermera,
mientras me inyecta anestesia
Odio los lunes, la sangre
y las agujas quirúrgicas
Hoy, no
Me tiemblan los dedos,
pero puedo moverlos
No se afectaron los tendones
ni los huesos
Se difumina el miedo
Entra la doctora,
me revisa y me advierte
que sentiré dolor
No recuerdo la última vez
que sentí dolor,
al menos no físico.
Comienza a suturar
Miro fijamente
el hilo que une
dos partes de mi cuerpo
que me pertenecen
O al menos eso creía,
que me pertenecían
Todo es tan frágil;
la piel, los tejidos, la vida
Sigo fijamente
el hilo que teje el puente
por donde pasará el tiempo
para convertir en cicatriz, la herida
Es 25 de septiembre,
aniversario luctuoso
de mi poeta favorita,
Alejandra Pizarnik,
que desde en la mañana,
entre sus versos me advertía:
«Tú elijes el lugar de la herida»
Tendré una mano distinta,
una mano que grite en silencio
que hubo dolor,
pero que escriba,
que ahí, todavía hay vida.