Foto: Diana Lerendidi

Foto: Diana Lerendidi

Tú eliges el lugar de la herida

Tengo una herida profunda, 
roja, palpitante y abierta
El tejido graso desbordado
y el músculo de fuera

Dos enfermeras alertas,
limpian profundamente
los desgarres
de mi mano izquierda
-¡Qué valiente eres!- 
me dice una de ellas

Odio los hospitales 
y el área de urgencias
Hoy, no

-Pudo haber sido una gran tragedia-
me dice la misma enfermera, 
mientras me inyecta anestesia 

Odio los lunes, la sangre 
y las agujas quirúrgicas
Hoy, no

Me tiemblan los dedos, 
pero puedo moverlos
No se afectaron los tendones
ni los huesos

Se difumina el miedo

Entra la doctora,
me revisa y me advierte 
que sentiré dolor

No recuerdo la última vez
que sentí dolor, 
al menos no físico.

Comienza a suturar

Miro fijamente 
el hilo que une
dos partes de mi cuerpo 
que me pertenecen

O al menos eso creía, 
que me pertenecían
Todo es tan frágil;
la piel, los tejidos, la vida

Sigo fijamente 
el hilo que teje el puente 
por donde pasará el tiempo
para convertir en cicatriz, la herida 

Es 25 de septiembre,
aniversario luctuoso
de mi poeta favorita,
Alejandra Pizarnik, 
que desde en la mañana,
entre sus versos me advertía:
«Tú elijes el lugar de la herida»

Tendré una mano distinta, 
una mano que grite en silencio
que hubo dolor, 
pero que escriba, 
que ahí, todavía hay vida.

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