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Uzbekistán y los crímenes de algodón

El algodón es una fibra textil que crece alrededor de las semillas de la planta del algodón y es la fibra natural más utilizada para crear prendas de vestir. Se estima que el 75% de la ropa fabricada en el mundo contiene al menos una fibra de algodón. Uzbekistán, ubicado en Asia Central, es uno de los mayores productores y exportadores de algodón a nivel mundial. El cultivo del algodón es la segunda mayor fuente de ingreso del país después del gas natural. La mayor parte de este cultivo se destina a las cadenas de suministro globales y fábricas de procesamiento de algodón, principales proveedores de las marcas de ropa más reconocidas.

El gobierno uzbeko ha visto en el algodón, también conocido como el oro blanco, una fuente de financiamiento muy atractiva. Por ello, utiliza un sistema de esclavitud moderna para poder cultivar algodón a grandes escalas. Este sistema consiste en la explotación laboral de un gran porcentaje de la población uzbeka que se ve obligada a participar en la cosecha y colecta de este cultivo. Durante la época de colecta, empleados de gobierno, médicos, profesores, dejaban sus trabajos regulares para trabajar en los campos, incluso las escuelas cerraban para que los alumnos participaran. Aproximadamente dos millones de personas son contratadas cada año para la colecta de algodón en Uzbekistán bajo condiciones de trabajo inadecuadas. Si se niegan a trabajar, corren el riesgo de perder sus trabajos o recibir amenazas por parte de agentes del gobierno.

Las precarias condiciones laborales en los campos no son la única tragedia del algodón uzbeco. La cantidad de agua que se requiere para producir algodón es muy alta, para producir un kilo de algodón se necesitan alrededor de diez mil litros de agua. El cultivo de algodón en esta región semiárida de Asia Central fue posible gracias al riego con el agua que provenía del Mar Aral. Este lago interno solía ser una de las cuatro masas de agua dulce más grandes en el planeta. El cultivo de algodón terminó por secar el Mar Aral y es considerado uno de los mayores desastres ecológicos causados por el hombre. Debido a los efectos negativos que la producción tiene sobre el medio ambiente, cada vez más fabricantes textiles optan por el uso de algodón sostenible.

Como consecuencia de la denuncia de organizaciones de derechos humanos y la presión de diversas marcas por hacer que sus cadenas de suministro y modelos comerciales sean más sostenibles, Uzbekistán aceleró la lucha contra el trabajo infantil y forzoso durante la producción de algodón. El país está logrando avances importantes en materia de derechos laborales y el uso sistemático del trabajo forzado en la industria algodonera está siendo erradicada de manera paulatina, pese a que todavía quedan algunos vestigios locales. Hasta la fecha, se continúan registrando denuncias de personas amenazadas con la pérdida de privilegios o derechos si rechazaban una invitación para recoger algodón. Según organizaciones como Human Rights Watch, el gobierno ha reducido el número de menores trabajando en los campos, pero ha incrementado la presión sobre el resto de los trabajadores.

El caso del algodón uzbeko refleja la importancia de generar conciencia acerca de la procedencia de los productos que las personas utilizan todos los días, como la ropa. Aunque la palabra sostenibilidad se ha convertido en un término habitual en sector del algodón y la industria textil, en la práctica todavía existe un largo camino por recorrer para respetar los derechos humanos de las personas que participan en su fabricación. Por mucho que los gobiernos y grandes empresas comiencen a tomar medidas al respecto, la participación de los consumidores es indispensable para que se produzca un cambio real. El consumo responsable es un primer paso para mitigar la realidad de cientos de familias que trabajan forzosamente en los campos de algodón de Uzbekistán y otras regiones.

En un mundo la industria de la moda crece a un ritmo frenético, apostar por prendas que cuenten con la certificación de haber sido fabricadas con materiales sostenibles y que garanticen el comercio justo no es una opción, sino una necesidad.

Por Alessia Ramponi

Viajera, fotógrafa y escritora. Internacionalista, especialista en Migración Internacional y Maestra en Derechos Humanos y Democracia con enfoque en el mundo árabe.

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