Foto: Ricardo López Si.

Especial de literatura de viajes

En la redacción de purgante hacemos un repaso por algunos de los libros de viajes que nos han transportado a carreteras infinitas, a rutas imposibles de imaginar, a localizaciones en conflicto o a épocas pasadas y que nos permiten imaginar y reflexionar sobre el acto de viajar: un complejo encuentro entre nuestro interior y el exterior.

El cielo protector (Paul Bowles, 1949)

«Mientras el turista generalmente apresura su regreso a casa después de algunas semanas viajando, el viajero, sin pertenecer a un lugar, se mueve lentamente en periodos a través de los años de un lado a otro». Paul Bowles entrega esta reflexión provocadora a través de Port, el protagonista, en las primeras páginas de la novela. Al pensar en ella me hizo replantearme mi propio papel como viajera. De aquí, de allá, de todos lados. Port y Kit, una pareja norteamericana indiferente a culturas nuevas y con mucho equipaje (literal y emocional), emprende un viaje por el norte de África, tratando de encontrarse a sí mismos. Estando en medio del Sahara con un calor infernal, constante insolación y el vacío absoluto, descubren, a cambio, la cara más cruel de la soledad al darse cuenta del abismo que los separa como pareja y lo remotos que se encuentran. La novela se torna un tanto oscura, sí, pero a veces la vida es así de oscura. A final de cuentas, la lección del libro reside en que parte del camino del viajero es recorrer la tierra desconocida, abrazar los aprendizajes más enriquecedores y encontrarse de cara a uno mismo.

Viajes con Heródoto (Ryszard Kapuściński, 2004)

Siempre he creído fervientemente en aquello de que somos los libros que nos hubiese gustado escribir. Si el mito de Ryszard Kapuściński como piedra angular del periodismo narrativo fue construido con licencias literarias es otro asunto, para mí Viajes con Heródoto fue el primer libro en el que me reconocí como viajero irredento y contador de historias. Dejando de lado mi entusiasmo febril, genuinamente pienso que se trata de la obra total, puesto que combina veladamente reportaje, ensayo, libro aventuras, diario de viaje, autobiografía y, cómo no, esa dosis perversa de autoficción que mantiene en pie de guerra a sus detractores. Si me postré ante la estatua del rey espartano Leónidas en lo que queda del estrecho desfiladero de las Termópilas, fue motivado por este libro. Si me congracié con la leyenda del rey persa Darío en Persépolis, tras su batalla frustrada frente a los escitas, fue motivado por este libro. Si me prometí viajar alrededor del mundo reconstruyendo los pasos de los exploradores antiguos, fue motivado por este libro. De modo que existe, creo, evidencia suficiente para referirlo con veneración absoluta. Además, como si hiciera falta, el enigma de la liebre en la portada se revela como otro gran aliciente para devorarlo. Si no son capaces de contagiarse con mi testimonio, imaginen a un jovencísimo Kapuscinski, durante su etapa de formación reporteril, dejando atrás la Polonia profunda mientras cargaba bajo el brazo la Historia del legendario Heródoto de Halicarnaso, el historiador viajero.

La maldición de Lono (Hunter S. Thompson, 1983)

Lo que comienza como un encargo anodino de una revista deportiva desconocida se convierte en una de las peores pesadillas del hombre. Una maratón como hilo central de uno de los relatos de viaje más disparatados jamás vistos, El Dr. Gonzo se va a Hawái para encubrir unas vacaciones y allí no encuentra otra cosa que el horror más absoluto: un compañero de viaje lisiado (el dibujante Ralph Steadman) por una mala caída haciendo surf, drogas psicodélicas de lo más traicioneras y dos socios con más negocios turbios que el jefe de un cartel colombiano. La fiabilidad histórica se entremezcla con la ficción más disparatada a través del relato del capitán Cook, otro loco conquistador que se hizo pasar por el Dios de los autóctonos, el maldito Lono. Quien creyera que Hawái era un paraíso perdido, se equivocaba: durante su estancia no encuentra más que tornados, perros pulgosos y una lluvia muy jodida de esquivar, que lo llevan a dejar deudas por todos lados y a una paranoia de niveles exacerbados. Vamos, el Hunter de siempre. Las travesuras de siempre. Un incombustible del caos que, incluso muerto, sigue dando mucha guerra.

Mis fronteras (Fernando González “Gonzo”, 2019)

Mis fronteras (La Caja Books, 2019), del periodista español Fernando González “Gonzo”, es un compendio de veintiséis historias cortas, una por cada letra del alfabeto, articuladas por un elemento de gran complejidad: la migración internacional. Un recorrido por los lugares más conflictivos de la geografía mundial como Gaza, Siria, México, Hungría o Sudán del Sur entre otros. Todas las crónicas son análisis de vivencias, recuerdos y anécdotas extraídas de los viajes y reportajes del autor. Algunas de ellas hacen referencia a términos como “deportados” o “ilegales”, porque en un mundo en el que las distancias parecen cada vez más cortas, y en el que la información fluye a toda velocidad, no dejan de aparecer, y cada vez más, múltiples y diversas fronteras: físicas, mentales y políticas.  La migración, que según González nos afecta de una manera u otra a todos, se vive con muchas desigualdades. Como señala el activista Gonzalo Fanjul en el prólogo, “es un libro que devuelve la migración al plano afectivo de la compasión y la comprensión sobre la vida, sobre las circunstancias de las personas que migran”. ¿Por qué nos parecen tan lejanas las historias? ¿Qué protagonismo tiene el periodismo en esta premisa? Mis fronteras nos hace reflexionar sobre el papel de la saturación informativa, la atracción hacia los extremos y sobre la diversidad, convertida para muchos en luchas identitarias. Un choque de civilizaciones, o de ignorancias, de aquellos que plantean el mundo en términos de nosotros. Una cosmovisión de fronteras que se mueven en el blanco y el negro: hegemónicas brechas construidas sobre desigualdades, para muchos de nosotros imposibles de imaginar.

Hacia los horizontes azules (Isabelle Eberhardt, 2001)

Tras los recientes sucesos en Afganistán, uno de los debates que volvió a la mesa fue sobre el uso del velo por las mujeres musulmanas. Imaginad, pues, una mujer europea del siglo XIX que, al revés de cualquier expectativa, decidió por sí misma convertirse al Islam y que además, para sumergirse en esta cultura con más libertad, iba muchas veces disfrazada de hombre y se hacía llamar Si Mahmoud Essabi. Quizá os parezca todavía más curioso si os cuento que dicha mujer Isabelle Eberhardt, una suiza de padres rusos, educada por un ex sacerdote anarquista originario de Armenia fue considerada una rebelde para su época, por ser una exploradora y escritora que rechazaba la cultura europea, una aristócrata que luchaba contra las injusticias sociales, defendía la vida nómada y reivindicaba el derecho al vagabundeo, diciendo que “la vida a lo largo de los caminos es la libertad”. Todo eso se encuentra en la obra de Eberhardt; como se ha dicho alguna vez, no hay mejor biografía de ella que su propia obra. Hacia los Horizontes Azules, por ejemplo, es una selección de sus relatos de viaje por Túnez, Cerdeña y Argelia, todos contados en primera persona y llenos de descripciones detalladas, no solamente captadas por los cinco sentidos de esta sensible autora, sino también por su corazón. Pero no se trata de hecho de una obra autobiográfica, sino más bien de una mirada desde dentro de la civilización musulmana del norte de África. Una mirada sin prejuicios, casi apasionada por la cultura beduina del Sahel argelino, donde Eberhardt encontró su hogar, su verdadera identidad.

Jerusalén, santa y cautiva (Mikel Ayestaran, 2021)

Escuché una vez que el olfato periodístico se tiene o no. Cuando me encuentro con periodistas como Mikel Ayestaran reafirmo esa sentencia. El periodista incansable y siempre con las botas embarradas. El periodismo con el que se sueña cuando uno está en la universidad tan lejos de esa realidad. En su libro Jerusalén, santa y cautiva parte de la premisa de la disección del mapa de la ciudad en sus barrios: cristiano, musulmán, judío y armenio. Este mapa al principio del libro es al menos para mí de gran utilidad, al igual que la cronología histórica del lugar. Uno de mis “mantras periodísticos” es que la ciudad la hacen las personas que habitan en ella, cualquier información o el porqué de los hechos es por quienes habitan el lugar. Y gracias a Ayestaran puedo confirmarlo. En su libro puedes sumergirte en la ciudad de Jerusalén, pero no solo por sus gentes, sino por los detalles que no se pierden. Estamos ante una escritura ágil y cuidada. El periodismo de largo aliento, sumado al olfato, te dan regalos como este libro del periodista guipuzcoano. Cada rincón al que llegas a través de laberínticas calles, la compra en un ultramarino, o cualquier espacio, tienen su contexto histórico. En definitiva, lo cotidiano de la vida y la historia de los lugares se funden para dar una vuelta por una ciudad que te cautiva sin haberla pisado, gracias al mejor anfitrión que nunca se hubiesen imaginado. Brindo desde la lejanía con una Taybeh por la periodista que se fue antes de tiempo, Ana Alba.

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