Los submundos de Martin Scorsese

Nunca es suficiente pleitesía cuando se trata de Martin Scorsese, así que preparamos un sentido homenaje para repasar varias de las mejores piezas de su filmografía. ¿Ausencias? Desde luego, nuestra redacción es demasiado modesta comparada con todas sus obras maestras.

The departed

La energía de la canción I’m Shipping Up to Boston, de la banda estadounidense de celtic punk Dropkick Murphys, revienta durante los primeros minutos en The departed (2006), mientras un discreto travelling muestra el paso por la cárcel de William Costigan Jr. (Leonardo Dicaprio), antes de enrolarse como policía infiltrado en la organización criminal del siniestro Frank Costello (Jack Nicholson). Se trata del regreso del director Martin Scorsese a la violencia e intriga que envuelven las calles que tan bien conoce y que domina al filmar; una cátedra de 150 minutos en el manejo del suspenso, personajes ambivalentes, riguroso diseño de producción que satura cada plano de información y sangre sin inhibiciones que se extrañaba desde Goodfellas (1990) y Casino (1995). Tema aparte es el preciso y vertiginoso montaje de la leyenda de la edición Thelma Schoonmaker, quien aquí le da el ritmo y la fuerza necesaria a cada fotograma para engendrar una obra que trasciende en su interés de mostrar a policías y gánsteres como seres humanos que se ahogan en sus actos y mentiras. Nueva versión de la película de Hong Kong Infernal Affairs (2002) y ganadora de cuatro permios Oscar (mejor película, director, montaje y guion adaptado), The departed tiene su mayor encanto en la mezcla de un cast de ensueño y una dirección soberbia, lo que le genera un alma propia, lejos de ser un simple remake. Ambientada en el Boston contemporáneo post-9/11, la cinta transmite la paranoia de una nación con la confianza rota, entre la eterna lucha del bien contra el mal, con personajes que navegan en aguas turbulentas, siempre con la muerte a un lado. Scorsese, haciendo uso del plano secuencia y de elementos tan arcaicos como el iris shot, filma un nuevo clásico del cine criminal americano, con una rata en el plano final que funciona como una alegoría áspera de la historia que acaba de verse. El roedor sale del encuadre, y la pantalla se funde a negros. Sigmund Freud en algún momento aseguró que los irlandeses eran los únicos seres inmunes al psicoanálisis. The departed se desempeña como evidencia de ese señalamiento, exhibiendo personajes que luchan contra las intrínsecas estructuras de su propia psicología. 

Silence

La pregunta sobre por qué Dios permite el sufrimiento ha sido uno de los cuestionamientos más inquietantes que se le ha planteado a la religión cristiana. Si esta deidad bondadosa ofrece consuelo y cobijo cómo se explica entonces la existencia del dolor, la enfermedad, las injusticias. Una respuesta inicial, podría ser aquella que propone Gottfried Wilhelm Leibniz quien afirma que, de entre todos los mundos, éste es el mejor posible en tanto fue creado por un Dios omnipresente, omnipotente y benévolo. Sin embargo, otra interrogante se mantiene en pie: ¿por qué entonces sus más fieles creyentes sufren de tal modo? Este dilema será uno de los detonantes que agitará el alma de Sebastião Rodrigues, protagonista del filme Silencio, de Martin Scorsese. Inspirada en la novela homónima del autor japonés Shūsaku Endō, el filme narra el viaje de dos jóvenes sacerdotes jesuitas a Japón, durante el siglo XVII, en busca de su maestro, el padre Cristóbal Ferreira. La época en la que se ubica la historia es fundamental para el desarrollo de ésta pues será el periodo durante el cual, el cristianismo estará prohibido en dicho país. Ante la tortura, el dolor y la muerte que atestigua el Padre Rodrigues y su angustiante anhelo porque sus rezos sean escuchados y atendidos por su Dios, el sacerdote se enfrentará no sólo al absurdo y la inevitable fatalidad que permea en la existencia humana sino al aplastante silencio de aquel a quien eleva sus más fervientes oraciones. Sin embargo, a través de la mirada y el monólogo interior de personaje protagonista, el filme mostrará cómo incluso en el aparente mutismo más terrible, en el vacío más profundo, se halla la calma y cómo en la renuncia, en la caída, se encuentra una voz, serena y gentil, que le otorga sentido a una vida colapsada.   

Raging Bull

No sé cuántos de vosotros habéis estado cerca de un toro. La respiración fuerte pero calmada. Los ojos llorosos por las moscas. La piel tensa, los músculos bombeando bravura, a punto de saltar en cualquier momento. Cada hálito es un aviso. Una advertencia. Quítate del medio o te pasará por encima. De no apartarte, el pulso aumenta y la sangre empieza a circular más rápido. Los ojos se encienden como un incendio forestal. Como sigas mirando al animal fijamente, estás jodido. De Niro salta a un ring en blanco y negro enfundado en unos pantalones que no sabes de qué color son, pero de poder verlo, estoy seguro de que también podrías ver el color de la sangre de aquellos que no estuvieron a tiempo de apartarse. Jake LaMotta, uno de los personajes más crudos de la historia. Pelear o morir, este es el tema. De los bajos fondos a la gloria más absoluta, y luego de vuelta al infierno, un paraje asfaltado, húmedo por los vapores que sueltan las calefacciones defectuosas de los bloques de vecinos. Vecinos que desconocen por qué el del cuarto discute cada noche con su mujer. Vecinos que bajan la mirada al ver su nariz rota en tres partes cuandose cruzan con él por la escalera. Vecinos que no saben que en el piso de arriba vive una leyenda del boxeo. Vecinos que ignoran la violencia que se oculta tras su puerta. No hablamos de una película. Hablamos de una vida. Y si Scorsese sabe algo de la vida, es que no es gratis. Y mucho menos placentera.

The King of Comedy

Rupert Pupkin (Robert De Niro) está obsesionado con Jerry Langford (Jerry Lewis); ha seguido su trayectoria desde la primera aparición televisiva y aspira a ser como él algún día. El único problema es que nadie sabe quién es y realmente a nadie le interesa, así que intenta de todo para convencer a Jerry de su talento y, por supuesto, para obtener la oportunidad grandiosa de aparecer en su late night show, aunque esto signifique secuestrar a Jerry. Esta es la premisa, cinéfagos, de The King of Comedy (Martin Scorsese, 1982), una película que funciona fantásticamente, a 40 años de su estreno, como un breve análisis de las audiencias yanquis volubles, representadas en escenas como aquella en donde una anciana pide un saludo de Jerry para un pariente hospitalizado y este, al negarse, recibe una sarta de improperios de parte de la dama. Sea o no una “obra maestra” de Scorsese (vaya categoría pretenciosa), el filme cumple con su objetivo de crear un protagonista bochornoso, que expone al sistema de ídolos estadounidenses (suertudos o  talentosos, con posibilidad nula de equivocación) y se cuestiona acerca de los méritos necesarios para obtener la tan codiciada partícula de la popularidad que alimenta los reflectores públicos. “Better to be king for a night, that schmuck for a lifetime”, dice De Niro en una de las secuencias finales, haciendo referencia al camino de locura que recorre durante 109 minutos para rozar el estrellato y toparse con su espíritu psicótico, reforzado por su compinche de andanzas acosadoras, Masha (Sandra Bernhard), quien comparte su visión fantasiosa de la vida y sus procesos mediáticos. Necesaria referencia para la Joker (2019) de Todd Phillips, The King of Comedy brilla por ser, en un ejercicio sumatorio de todo lo dicho, una grandísima ironía que necesita de la voz de la madre de Rupert para indicar lo mal que se le ve manteniendo esos soliloquios inacabables, del amor a las aspiraciones frustradas y de aquél final que funciona como remate para el gran chiste de Scorsese sobre la violación de los límites legales, sociales y morales ante el tesoro maldito del reconocimiento público.

After Hours

Dicen sus detractores —aunque no lo crean los tiene, por increíble que parezca— que Martin Scorsese únicamente hace películas de viejitos y mafiosos. Nada más erróneo que esa afirmación. Basta con remontarse a 1985, año en que se estrenó After Hours, una película que no tiene hombres avejentados ni gangsters como protagonistas. De hecho, ni siquiera se aproxima a la violencia. Se trata de un relato circular de tragicomedia que recrea lo que cualquiera de nosotros ha vivido. Claro, Marty lo sitúa en el Soho de Nueva York. Paul Hackett (Griffin Dune) es un oficinista que pierde el último metro de la noche y a partir de ese suceso se mete en una serie de problemas e infortunios que convierten su fatalidad en una bizarra pesadilla. Todo le sale mal, cada paso que da es una tragedia para él y comedia para el espectador. Imposible no reír con la forma en que Hackett edifica sus propios terrores mostrándose como un hombre incapaz de tener amor por sí mismo. Con humor, Scorsese muestra que la diversión y la libertad que ofrecen la calle y la vida nocturna no es para todos; la cotidianidad puede ser una cárcel, un inhibidor de emociones agradables y capacidades para ser quien uno es. Pese a lo hilarante de la historia, su final pesimista fue adelantado a su época, o en todo caso una perfecta lectura del futuro previsto por Marty sobre la absorción del individuo a manos del capitalismo y sus condiciones laborales en el siglo XXI. ¡Qué bueno que Tim Burton claudicó a filmar la película! En cuanto supo que Scorsese quería hacerla, se hizo a un lado por respeto al artesano de Taxi Driver y Raging Bull. Con una comedia, ¿riéndose de él mismo?, Marty volvió a la carga en el cine tras el estrepitoso fracaso de The King of Comedy y el abandono de Paramount Pictures a la producción de The Last Temptation of Christ. Entre su depresión y el buen gesto de Burton, se asomó para pulir una obra de culto que nos recuerda hasta la fecha que ninguna persona puede huir de sus consecuencias al tomar malas decisiones.

Casino

Me considero fundador de una hermandad que no se si exista: los casinerosos, y nuestro lema reza: Casino es mejor película que Goodfellas. Esta opinión no se basa en la calidad de las películas (ambas obras maestras) sino en una circunstancia personal: contrario al resto del mundo, vi primero Casino que Goodfellas. La sentencia que las iguala, además de peligrosa y fácil, le da la ventaja de primogenitura a Goodfellas. Como hermanas que son, las similitudes son inevitables: adaptación de Pileggi, De Niro y Pesci emparejados como gánsteres y el ritmo particular de Scorsese y Thelma Schoonmaker (su editora y verdadera gran mancuerna a lo largo de los años), hacen entendible la comparación. Pero al igual que confundir un delfín con un tiburón, basta acercarse un poco para sentir la diferencia. Entre Casino y Goodfellas esa diferencia radica en la escala. Mientras la historia de Henry Hill es el ascenso y caída de un individuo dentro del sistema “sueño americano”; Casino es operática, al desnudar al sistema social capaz de volver un pedazo de desierto en el espejismo capitalista de incandescencia neón: volverse rico rápido y mientras estás entretenido. En Casino todo es exceso. Cada cuadro es un empalme saturado de diálogo, color, movimiento, vestuario, actuación; embonado con una canción perfecta par el momento. Tienen que pasar treinta y nueve minutos para encontrar una ventana —visual, narrativa y sonora— que permita parpadear, en ese parpadeo la pelicula te conecta con un golpe de honestidad. En la fotografía, Robert Richardson le imprime su sello personal con esa pátina luminosa en los personajes que los vuelve, apropiadamente, monstruos angelicales, sumergidos en las entrañas del casino, del dinero y la traición. Esa vorágine audiovisual hace un eco macabro para los personajes que encuentran el silencio. Así, espero que la hermandad exista y que en algún lugar perdido del mundo me encuentre con orgullo con algún otro casineroso y sepamos que la historia nos hará justicia. 

Goodfellas

Henry Hill creció bajo el manto de un padre irlandés y madre siciliana en uno de esos típicos barrios de inmigrantes de la Costa Este, fantaseando con la idea de convertirse en gángster. Su meteórico ascenso en el mundo de la mafia neoyorquina fue llevado al cine por Martin Scorsese, el hijo de un planchador de telas y una costurera oriundos de Sicilia, quien, además, tuvo la ocurrencia de nacer en Queens. Así que, visto lo anterior, había motivos para pensar que el reputado cineasta encaró la filmación de Goodfellas como un proyecto eminentemente personal. No es aventurado decir que se trata de la película de gángsteres mejor lograda desde El padrino, aunque, si lo pensamos detenidamente, no comparten necesariamente el mismo territorio. Coppola se encarga de exaltar a los grandes capos; Scorsese de desmontar a los operadores de las trastiendas. Esto no es un dato menor, puesto que se vuelve un aspecto clave a la hora de delinear el temperamento y los (anti)valores asociados a cada uno de los personajes principales. Para dimensionar qué tan buena es la cinta, podemos decir que la inolvidable interpretación de Ray Liotta quedó eclipsada por el monólogo de Joe Pesci en el bar (funny how?) y la escena de Robert de Niro con el cigarrillo —nunca nadie antes había dicho tanto con un cigarrillo, ni siquiera Lauren Bacall. Aunque, en realidad, la trascendencia de la cinta se condensa en el famoso plano secuencia en el que Scorsese y Michael Ballhaus siguen a Liotta y Lorraine Bracco con una steadicam desde la calle hasta su posición de privilegio en el Copacabana. Esta, sin lugar a dudas, es la metáfora que de verdad logra perpetuarse: las puertas traseras siempre son las más interesantes.

Kundun

Rodada al sur de Marruecos, escrita por Melissa Mathison y adaptada al cine por Martin Scorsese, Kundun es una película biográfica sobre el decimocuarto Dalái Lama, que, de alguna manera, se mantiene ajena a los temas más recurrentes del realizador italoamericano. Scorsese comentó durante la grabación que “siempre se intereso por los tipos que tiene las agallas para hacer cosas a través de la no violencia, quizá por ser tan consiente de lo otro, de quienes lo hacen a través de la violencia” La historia cuenta que los maestros espirituales del budismo llamaban Kundun (cuya traducción es “la presencia”) al dalái lama (cuya traducción “es océano de sabiduría”). Lhamo Dondhup, un niño tibetano, hijo de agricultores, es elegido por el regente del Tíbet, Reting Rinpoche, para representar a su pueblo y ser el decimocuarto Dalái Lama; sin elección él debe asumir un cargo espiritual y político a la vez. La película se rodó en 1997 y se cuenta en orden cronológico, que abarca del año de 1937 a 1959. La primera parte del filme recae en su infancia, donde, a pesar de su corta edad terrenal, tiene que empezar a tomar decisiones por el bien de su pueblo. La segunda parte evidentemente muestra un líder mucho más maduro y protector, buscando mantener la independencia de su pueblo respecto a la China comunista, que quiere mantenerlos subyugados e imponer sus reglas de vida. Son de resaltar los colores rojos y mostazas, además de los grises que se proponen conforme avanza el filme. La bellísima fotografía, las texturas de elementos como el agua. Por todo esto, Scorsese logra crear, junto a la música de Philip Glass, una película placentera al ojo y al oído.  

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