Categorías
Historias Música

Band of Horses: el concierto que no fue, pero sí fue

Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver

El concierto de Band of Horses arranca en el Corona Capital, un año antes. A y yo estábamos esperando a D y DA; habían ido al baño mostrando una tarjeta de crédito cuyo banco ofrecía sanitarios, cuando menos, presentables. A lo lejos, Band of Horses reventaba con The Funeral. Qué rolón, dije entonces y mantengo ahora. At every occasion, i’ll be ready for the funeral. Se confabuló todo. Bien pudo ser uno de los momentos más redondos de nuestra relación: escuchando una banda que ni siquiera estábamos viendo. Cuatro años después sigo sin tener la más pálida idea de cómo luce Band of Horses sobre un escenario.

Anunciaron concierto un año después, en El Plaza Condesa, y me precipité a comprar los boletos apenas salieron, persiguiendo la sensación que me (nos) había dejado The Funeral en el Autódromo Hermanos Rodríguez. Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver. La vida se fue desmigajando conforme el concierto se acercaba, dejándonos la semana previa hechos un absoluto trapo. Cuando llegó el día, en pos de aguantar el madrazo emocional que representa ‘No One’s Gonna Love You’, engullí un brownie mágico. Bueno, pero cuánto te comiste, me preguntó DA. Todo. ¿Cómo que todo? Sí, todo. Me lleva la chingada, Araujo, me lleva la chingada. ¿Tan mal está?, pregunté. No, a ver, ¿qué has comido en todo el día? Nada. ¿Cómo que nada? Sí, nada. Me lleva la chingada, Araujo, me lleva la chingada. Cerré el whatsapp y me dirigí al congal de toldos que mi universidad se empeñaba en llamar paseo gastronómico. Solamente quedaba un muchacho vendiendo sushis en cajitas de plástico que llevaban el día entero expuestas al sol. En el mejor de los casos vomito el sushi y el brownie, pensé. Veinticinco pesos por diez unidades. Me quedaba una hora para encontrarme con A y partir rumbo al Plaza Condesa.

Lo que sigue es francamente desastroso. Me ubiqué en uno de los ceniceros del edificio central -el argot uamero es una cosa francamente fantástica- y abrí con sumo cuidado la cajita. Devoré el primer rollo. Al otro lado de la explanada, un chico no me quitaba la mirada de encima -o quizá no le quitaba la mirada a cualquier otra cosa que estuviese dentro de su campo visual, pero como diría Michael Jordan: i took that personally-. No sé cómo demonios llegué a la conclusión de que me iba a asaltar. Saqué mi cartera y cual bandera blanca ondeé un benitojuárez. Levanté los hombros. Es todo lo que traigo, carnal. El tipo se levantó y se fue. Ya terminé, escribió A, ¿nos vamos? Algo te tienes que inventar, Araujo, estás derritiéndote en el cenicero. Qué te parece, plantee, si dejas tu bicicleta en tu casa, paso por ti y enfilamos rumbo al metro. Genio. Héroe. Golazo. Barrilete cósmico, de qué planeta viniste. Tienes razón, contestó, voy. Media hora; tiempo de compensación. Me metí nueve rollos de sushi en la boca.

Ya dejé la bici, pide el Uber, escribe A. Araujo, veintiún años de tu vida te han llevado en hombros a este momento. Me levanté, me fajé los pantalones como El Chanfle de Chespirito. Recordé a Diego Simeone gritándole a sus muchachos en Múnich: es ahora, carajo, es ahora. Es ahora. Rocky Balboa recorre Philadelphia con un trote que se asemeja cada vez más al vuelo. Forrest Gump corre con un ejército detrás. Ulrich, el mejor papel de Heath Ledger, grita su nombre real antes de enfrentar al Conde Ademar redimiéndose por fingir ser quien no era. Le recibiste botando, papá, al borde del área. El desenlace es evidente: entré al Uber como si fuese una nave espacial. Todo dio vueltas. Four, three, two, one; earth below us.

Lo que sigue es un viaje deplorable. Un Uber donde yo le sostenía la mano a A con un cinismo desbocado que repetía aquí estoy. Pero yo estaba a kilómetros de distancia. Diría Charly García: no voy en tren, voy en avión. Traía dos turbinas bajo las orejas. Llegamos al metro, pero la cosa se puso fuerte en Chabacano. Ya desde Xola yo venía vencido. Me sostenía de la barra superior bailando al ritmo del vagón. De nuevo, Charly García: y si vas a la derecha y cambias hacia la izquierda, adelante. Yo iba a cualquier lado. Cuando trasbordamos me diluí. Al suelo, a la sombra de las escaleras eléctricas. A, extraordinaria, es responsable de que siga vivo.

El boleto está impoluto. Nunca llegamos al concierto. Sí llegamos a mi casa, donde nos abrazamos jurándonos mejores épocas que jamás llegaron. Ella puso a Band of Horses en la bocina. Sí llegamos al concierto, me dijo. A la fecha no sé si pensó que yo ya no daba una y podía creérmelo, o si construyó una metáfora fantástica. El concierto existió: para nosotros y no para nosotros.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *