Foto: Diana Lerendidi.

El arte de la impermanencia

El dolor es real. Duele respirar.

Habito el vacío,
la incertidumbre de la hoja en blanco.
Sufro el instante incierto,
el mañana que se desvanece
entre mis dedos.

Afuera es una jaula
y yo estoy adentro 
con el dolor a puerta cerrada,
con una pluma clavada en mi pecho.
No necesito salir, 
los barrotes mentales están aquí.

Vivo un cáncer en pandemia,
la lección que encontró la vida
para enseñarme el arte de la impermanencia.

Morir, 
    envejecer 
         y enfermar.
            Enfermar, 
    envejecer 
y morir.

No tengo miedo a lo inevitable.
Lo que duele es el apego, 
afrontar la realidad.
Estar cara a cara con el tiempo
y sabernos cerca del final. 

El dolor es real.
Duele respirar.
Soy víctima del contagio emocional.
Los placeres mundanos e inmediatos
se han quedado atrás.

Sí, afuera es una jaula,
una herida abierta
donde nadie vuela.
Y yo soy mi propio analgésico  
en un mundo lleno de sufrimiento.

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