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Estokolmo, el agrado del desagrado

Propongo una lectura cuidadosa y en compañía de las canciones de Charly García. Intenten salir bien librados.

Así que cuando terminó la dictadura zarpé. Me mudé solo al departamento de la calle Salto y lo convertí en una cueva de drogas y ladrones. Los únicos que entraban ahí eran mis amigos del barrio, los que habían tomado otro camino, los que no habían elegido. Ellos sí son de verdad. 

Estokolmo; Gustavo Escanlar. 

Es posible encontrarse maravillado con el desagrado cuando se tiene la particularidad de una pluma tan vitalicia, marginal y de interzona como la de Gustavo Escanlar (Montevideo, 1962). Era 1998 cuando, por primera ocasión, se publicó Estokolmo, la ópera prima del poeta irredento que le escribió una carta-reclamo a Mario Benedetti, luego de que el autor de La tregua vomitara una especie de reclamos en contra de la juventud en una entrevista que le brindó al semanario Aquí.

El periodista argentino Martín Pérez dijo que “aquella fue la génesis de una carrera que terminaría ubicándolo en la vereda de enfrente del periodismo cultural progre y de izquierda uruguayo”. Y pudo haber sido aquella misiva en la que reclamaba o la publicación de Estokolmo, que ahora vuelve de la mano de La Pereza Ediciones – convirtiéndose, al mismo tiempo, en la primera edición que se publica de la novela para los Estados Unidos. 

La trama y los motivos de la historia no están envueltos en la más compleja construcción: una triada de adolescentes imperfectos secuestran a una joven de familia acomodada (luego de asesinar a quien fuera su novio en la fiesta donde aquellos irrumpieron.) Se convierte, con el paso del tiempo, en musa, dealer y cómplice infame de sus rapotores. Se enamora de uno de ellos, por si alguna cosa faltase… Aunque ello probablemente no sea lo peor. Una realidad ficcionada más abrumadora que la misma realidad sin alterarse: de una historia tan sinvergüenza, que sólo Escanlar podía haber salido tan bien librado: por ser una referencia de su tamaño en el Uruguay y por tener a merced de su ser al realismo sucio que podría encantar (o alterar), incluso, a la mente más inmaculada –o a los lectores más malditos. 

El Gustavo Escanlar que creció durante la dictadura uruguaya y, posteriormente, durante la reapertura de la democracia, se refleja en esas letras urgentes, de ritmos veloces, rebeldes, como envueltos en una especie de prisa por narrar una historia que está urgida de ser contada: una ansiedad exquisita. 

Creo, como dijo el cronista mexicano Carlos Velázquez hace ya casi una década, que haber descubierto a Escanlar fue como un subidón de coca. Esas letras sórdida del autor uruguayo son las drogas más duras de los lectores ávidos de escapes y viajes por los suburbios más recónditos de los barrios. 

Escribe en una de las páginas de Estokolmo el autor: “hay solamente dos cosas en la vida que son para siempre, que no tienen vuelta atrás, de las que no podés arrepentirte: tener un hijo y matar a alguien”. Sugiero, entonces, osado en exceso, que podríamos añadir una tercera en las cuestiones que son para siempre: los estragos de lecturas del tamaño de Estokolmo. Propongo una lectura cuidadosa y en compañía de las canciones de Charly García. Intenten salir bien librados. 

Por Demian García

Lector permanente. Devoto de la poesía y el fútbol. Escribo, hablo y habito en Revista Purgante, Interferencia IMER y Diario 24 Horas.

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