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Rompan Todo: la reivindicación del pasado

La mini serie documental ha desencadenado un debate interesante y necesario en torno al rock latinoamericano.

Puede que Rompan Todo no haya alcanzado un consenso generalizado como instrumento legitimador del rock latinoamericano; lo cierto es que, pese a sus fallos, ha desencadenado un debate interesante y necesario en torno un género que se ha caracterizado históricamente, a ambos lados del Atlántico, por su inquebrantable estímulo contracultural.

Por ello, sin ambiciones de imponer una verdad absoluta, la redacción de purgante se dio a la tarea de reflexionar sobre la mini serie documental producida por Netflix.

Andrés Araujo

Se ha derramado mucha tinta -y mucha bilis, y muchas lágrimas- en torno a Rompan Todo. Pienso que su mayor cualidad estriba en el rol de mosaico: tomar a la serie como pretexto, documento de consulta u hoja de ruta para transitar un viaje propio a través del rock en español. Pensar que un documento audiovisual de cinco horas y fracción englobe toda la historia del rock en América Latina es una batalla, de antemano, perdida. Es verdad que hablamos de un producto sesgado, con lagunas importantes y que carga ausencias importantes -no es necesario decir cuáles-, pero también permite a ciertas figuras rutilantes hablar de sus influencias y, diría Calamaro, ‘hermanos mayores’ -cada intervención de Javier Bátiz resulta entrañable-. Los seis capítulos valen la pena por eso: reivindicar el pasado. De igual forma, como dijo Paco Huidobro, guitarrista de Fobia, en Twitter: pues bueno, capítulo cerrado, ¿qué bandas siguen? Rock seguirá habiendo -como género, como actitud, como lo quieran construir-, aunque ahora mismo parece hallarse en una suerte de periodo de transición. Urge el relevo generacional.

Juan Pablo Martínez-Cajiga

Para mí, Rompan Todo fue un viaje de regreso a la preparatoria. Tratar de despellejar desde el punto de vista histórico o calificar cual concurso de escolar de oratoria, dilucidando quién ganó o quién la tiene más grande, es inútil, me parece. Este viaje en cinco episodios es, creo, un ejercicio recopilatorio. Y debe ser evaluado como eso. No es un viaje lineal sino emocional. Es lo que produce y al lugar donde te lleva. A mí me transportó al 5 de febrero de 1988, en específico a la Plaza México, el día que fui a ver el concierto de Nacha Pop, cuyo telonero era Danza Invisible. El primer directo al que iría en mi país. El segundo en mi corta estancia en el planeta. También me recordó ‘Rockolé’, el programa que WFM tenía (¿los jueves?), donde daban difusión al llamado entonces “Rock en tu idioma” (ese sello espantoso con el cual identificaron el género y decoraban las carátulas de los discos). Vino a mi memoria lo que sentí al escuchar ‘Persiana americana’ o cantar en mi cuarto a todo volumen ‘En Algún lugar’. Si el documental tiene un sesgo (que lo tiene), debe tomarse con calma. Evitemos demostrar prejuicios ni complejos de lo que somos o no somos. La importancia de lo que vivimos se la damos nosotros. Lo que hemos soñado, cantado o brincado a través (junto) al rock en español, no lo entendería, ni podría plasmarlo ni el Maradona de los documentales. Cerremos los ojos, abramos la mente. Y sobre todo recordemos cómo es vivir.

Carla Cohen

Rompan Todo es un ambicioso intento de recorrer el hilo histórico del rock en América Latina. Para ello, era ineludible hacer una parada importante en las tierras del Sur -el paraíso musical y literario-, misma que parece haber despertado la ira de algunos. La historia del rock argentino es el retrato de varias generaciones que transformaron el rock en español en América Latina, le duela a quien le duela. En mi opinión, el rock en español en el resto de Latinoamérica fue lo que fue en gran parte gracias a la irrupción de los argentinos. Por ello se explica que Argentina ocupe un papel importante en el documental, con nombres como Páez, Calamaro, García y Spinetta, pertenecientes a una corriente plagada de magia, personalidad y talento. Para muchos, su proyección ha eclipsado quizá su insana obsesión por pretender que todo se ajuste a sus gustos, preferencias y a lo que ellos consideran la verdad absoluta. Se ha hablado mucho del protagonismo ‘desmedido’ y del sesgo de Santaolalla -unos de los productores ejecutivos-, pero, ¿qué obra artística no es un reflejo de su(s) creador(es)? ¿Faltan algunos exponentes del rock en español? Sí, así como también sobran algunos.

Fredo Godínez

Rompan todo reactivó los recuerdos reposados. Era 1991, comenzaba el auge de los cedés. Santa Clos (así pronunciaba de niño) me trajo un radio que incluía un reproductor y el álbum debut de Alejandra Guzmán. Después, con el pretexto de uno de mis santos, mis papás me regalaron mi segundo disco: Circo, de Maldita Vecindad. Mi educación musical provenía de dos fuentes: mis padres y la radio. Mis padres no fueron guías, pero tampoco censores. Incluso mi papá fue capaz de soportar un homenaje a El Tri, donde participaron El Haragán, Lira´n Roll, Charly Montana y Tex-Tex. Cada canción y artista me ayudó a sobrevivir de algo. Mientas Maldita Vecindad me acercó al rock mexicano, El Tri fue el desahogo que necesité de niño/adolescente. El rock por naturaleza rompe; aunque el rock latinoamericano nació, más bien, para sanar, retratar y sacar esa rabia contenida, que nos duele, y corre por las venas abiertas de Latinoamérica. Unas venas tan eclécticas como mi biblioteca, mi colección de discos y yo mismo. El rock latinoamericano es, por encima de todo, ecléctico, y eso lo hace único y especial.

Ricardo López Si

Al tiempo que emergían berrinches nacionalistas en torno a la omnipresencia del rock argentino en Rompan Todo, me fue imposible no pensar en la literatura. Decía Rodrigo Fresán que la literatura argentina estaba formada por superlectores y no tanto por grandes escritores. Por eso, pienso, Celeste Carballo dejó una de las grandes reflexiones: el rock argentino no tiene grandes cantantes, tiene grandes letristas. Luego, como en todo, cada uno tendrá su particular universo mitológico. No encontré, a diferencia de muchos, omisiones escandalosas que pudieran restarle legitimidad a la propuesta narrativa. Me desconcertaron algunas selecciones musicales, como mucho, pero en términos generales me dejó satisfecho. Incluso me conmovió por momentos. Cumplió, creo, con el gran cometido de toda serie documental con fines comerciales: entretener y despertar la curiosidad. Nadie necesita verdades absolutas. Queda seguir tirando del cordón.

Carlos González

Más que asumir un bando a la hora de hablar del documental Rompan Todo, vale la pena imaginar el alcance que pueda tener un material así en nuestro presente sin menosprecio de la historia. Hablamos de la oportunidad de dejar de lado las categorías dentro del lenguaje de la música, extendiendo así uno de sus tantos caminos hacia otras latitudes y generaciones. Se nos ofrece la posibilidad de creer que Botellita de Jerez, por ejemplo, hoy sea una banda ‘nueva’ para un adolescente oriundo de Santiago de Chile, y en ese sentido, la música se expresa como una causa, más que una fórmula obligada de entenderse. Causa de una lucha feminista en el espacio de la música, de una lucha por mejorar las condiciones de la industria y causa de una identidad, ninguna mejor que otra, tan solo libre. La música es enriquecedora, universal, brota y vive en nuevos documentales, nuevas voces y en la conciencia de una sociedad que debe ser capaz de asumir que la historia es una experiencia líquida que no se impone, sino que se reescribe.

Andrés Piña

Desde que me recomendaron Rompan Todo, pensé que sería difícil hallar un lugar de encuentro. Sin embargo, me sorprendió la composición musical, que a pesar de ser parcial, como toda propuesta, trata, en la medida de lo posible, sumar un abanico de voces que van de Charly García hasta Rockdrigo González, pasando por Mon Laferte y Celeste Carballo. Ahora bien, creo que lo más rescatable del documental es su pretensión por unificar, casi hegelianamente, el desenvolvimiento de una historia del rock latinoamericano. Sin duda existen fallas y omisiones, pero no olvidemos que intelectualizar excesivamente un producto artístico es también una forma de configurar una élite cultural. Pensemos que esto es solamente un punto de partida. Ahora depende de nosotros y nosotras construir una historia musical desde abajo, justo ahí donde Argentina, Uruguay, México, Chile y Colombia verdaderamente coexisten.

Demian García

Ligar un consenso para con un producto audiovisual me parece improbable y absurdo, repleto de un ego por parte del a mí sí y a mí no que aminora por completo una crítica que podría, sobre todo, devenir en un debate que sí podría considerarse permisible. The dream is over, podría decir Charly García o John Lennon. No hay vida luego de querer encantar a todos con Rompan todo, ese universo que somos quienes degustamos el rock en español como degustamos un whisky on the rocks. Creo, como creo con cualquier producto audiovisual, que ha gustado y dejado satisfechos a quienes ha tenido que dejar con tal resaca. Ha puesto sobre la mesa nombres y países que se encontraban puestos en la esquina de cualquier habitación de hotel esperando ser mirados. De Aterciopelados a Charly García; de Chac Mool a Los Prisioneros. El rock existe: por disgusto, por represión policial, por dictaduras, a consecuencia de la mierda que ha invadido por años vidas ajenas y la propia. Vuelvo a la improbabilidad del agrado universal y replico una sentencia desde el agrado por el desagrado: arreglen todo lo que les ha parecido roto por el rocanrol y sus personajes más emblemáticos. Será Mana, será Fito Paez, será La Lupita o Three Souls In My Mind: el rock existe, y existe en nuestro idioma. Y ha existido siempre. Habrá que reivindicar creencias y estulticias luego, que de reivindicar el idioma con voces desequilibradas y desgarradoras, ya se han encargado quienes deben. Que se rompa todo.

Roberto González

Rompan Todo ha tocado en México dos nervios que se tensan y se expresan mucho con muy poco: la nostalgia transgeneracional y la necia -y terrible- necesidad del mexicano por cobrar un lugar en la historia que no siempre le corresponde. Pero, antes, una cuestión importante. Esta mini serie documental, más allá de haber dejado fuera a unos y traer dentro a otros que no a todos les gusten (Julissa, Chac Mool, entre otros), ha cumplido su función fundamental de ordenar la historia -en este caso, del rock en América Latina- a través de una buena democratización de voces que han bebido y vivido del boom en el continente. Dicho esto, ahora sí, esos dos ganchos al corazón. Por una parte, está el hecho de que ha sido inevitable pensar en esa plática con los abuelos y los padres en plan ¿y tú qué hacías en aquel entonces?, o esta me recuerda a la prepa, o yo bailaba esta con tu abuelo en el California Dancing Club. O, en una de esas bonitas sorpresas de sobremesa, la revelación de un fan reprimido de Javier Bátiz. Se ha evocado esa conexión entre tres generaciones, una donde la de los llegados en los tardíos años noventa no pueden no nutrirse de las rolas de Calamaro -con un brutal guiño maradoniano en el estudio-, Páez, Spinetta, Maldita Vecinidad y los Teen Tops con “Popotitos”. Por otro lado, están las pataletas ultra patrióticas mexicanas al ver que el documental, independientemente de algunas ausencias, acaba volviendo a Argentina para sustentar el rock como ese fenómeno en el que nada es racional y todo es pasional, donde las letras le dan vida a las voces y no al revés. Habrán versiones y visiones que permitan explicarlo mejor, aunque eso signifique tener un papel poquito menos protagónico. Ni México es el centro de América Latina, ni Argentina la verdad absoluta del rock, pero conviene decir, sólo como recordatorio, que son parte de lo diverso que es el subcontinente y cada producto cultural que emana de este. Al final, la vida se trata de evocar, transmitir y volver a sentir.

David Muñoz

Rompan todo. En mi caso fueron los estereotipos. Siempre he estado muy ligado al rock anglófono, desde que era pequeño me ha costado la música en español. Supongo que con los años uno se da cuenta de que no todo lo que brilla sale de Londres. Al haber en Catalunya poca afluencia de artistas como los que reivindica la serie, se me antojaba todo como un manjar exótico. Las notas de siempre, acompañadas de voces completamente nuevas. Las últimas semanas he escuchado muchisima mierda en los medios con la que no estoy de acuerdo. Al ser un neófito en el ámbito doy gracias de que propuestas como esta lleguen a mi salón. Me quedo con el formato planteado y Los Prisioneros, mi primer peldaño en la escalera ochentera sudamericana. Puede que tenga un pequeño toque kitsch. Sigamos los pasos de los rebeldes, no podemos demostrar estrechez de corazón. Guiño, guiño.

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