Daimon

Era de noche, apenas pasadas las 3:00 am.

La ciudad ya había menguado y su sonido estaba casi extinto.

Solamente las farolas parpadeaban y entre su pulsar eléctrico podían distinguirse grillos y pequeñas ranas citadinas ocultas en los jardines llenos de pasto de alguna casona oculta detrás de una fachada derruida.

Caminaba tranquilo sin miedo a la oscuridad.

De vez en cuando, un coche con rumbo desconocido y sin dirección fija me rebasaba sin precaución. Se podía notar, sin algún tipo de capacidad de observación, el típico manejar de alguien que, como es normal, muere de sueño a esa hora o maneja para encontrarse con el beso añejo de una botella de alcohol barato. Podía escuchar la vibración de sus suspensiones desafinadas sobre el adoquín mal colocado, de ese que pretende dotar de aires coloniales a un pequeño pueblo conurbado y sin identidad propia.

Caminaba escuchando.

Pretendía no existir, oculto por mis ropas negras y mi pelo libre y revuelto.

Nadie me veía y si acaso alguien pasó a mi lado, no se detuvo a observarme.

No llevaba mucho tiempo caminando.

Unos minutos atrás, si a alguien le hubiese interesado, me podía encontrar sentado en una fría banca del pequeño parque en el zócalo.

El aroma de la ciudad y el cansancio me habían dejado en un estado de aletargamiento profundo y me llevó a meditar cosas aparentemente sin sentido.

Un pensamiento se robó el protagonismo de todos los demás y ello me levantó de mi lugar. ¿Cómo es tu nombre?

Me levanté al notar los giros en mi mente creados por mi pregunta. Noté que no era la típica que llamaba al frente un “¿Cuál?”. En pensamientos escuché ¿Cómo es mi nombre?

¿Cómo es tu nombre?

Una cosa me llevó a la otra. Levantarme me ayudó a volver a mí.

Caminar me hizo escuchar y necesitaba hacerlo, escucharlo todo: voz, sonido, ruido, música y mi nombre.

Mi mente iba y venía desde un estado de ensoñación bastante familiar al sentimiento de obnubilación propio de una botella del alcohol o una cajetilla de cigarros baratos, pero aquella noche no había bebido ni fumado.

Solo quería caminar hasta olvidar quién era, escuchar mi nombre en una voz similar a la mía que no viniera de mi interior.

No, no era un corazón roto.

Tampoco enamoramiento.

Si pudiera definirlo sería comodidad, paz, libertad de ser nada para encontrar mi magia.

Caminé un par de cuadras entre casonas y vecindades dormidas, coloridas casas de balcón rodeadas por grandes patios traseros que no les pertenecían. El eco de mis pasos retumbaba en sus patios; mi sombra se proyectaba en los zaguanes y anaqueles. De vez en cuando me ladró un perro malhumorado, demasiado pequeño o histérico como para hacerle caso, solo era ruido intentando ocultar la melodía de mi nombre; los grandes no me prestaban atención, solamente respiraban tranquilos.

Llegó a mi desde una calleja cercana: un sonido grave, leve y reverberante, largo y profundo. No se escuchaba, se sentía como un pulsar vibrante sobre mi pecho.

Latía mi corazón a una calle de distancia.

¿Cómo es tu nombre?

Grave y profundo, lejano.

Dejé atrás algunas ideas, enterradas en las sombras terrosas de los portones sucios.

Deambulé un rato más, no tenía rumbo fijo y no quería volver a casa. Temía que la soledad consumiera mi alma lentamente; solamente quería sentir el gélido aliento de una noche sin luna sobre mi rostro.

Caminé hasta dejarlo atrás.

El primer latido de mi nombre se apagaba.

Caminé hasta perderlo sin más.

El primer giro de mi nombre que me habla.

Quizá fue su aliento lo que me atrajo, quizá fue la voz serena contrastante y armónica llenando cada espacio vació en los giros del grave pulso. Quizá fueron sus silencios.

Me llamó por un nombre que desconocía, un nombre cuya forma perdí un par de cuadras atrás.

Lo retomó sin preocupación, matizado de agudos y medios orquestados para seducirme de alguna forma.

¿Cómo es tu nombre?

Así.

Llegué a un callejón bastante iluminado, tenía una salida y no entré a él por error. Era la ruta más corta hacia aquel ningún lugar hacia el que me dirigía.

La escuché hablarme. Podría jurar que escuché la melodía de mi nombre completa, aunque bien pudo ser solamente un balbuceo.

La vi al fondo, bloqueando mi salida, iluminada por la lámpara titilante.

Era hermosa.

A pesar de no conocer cómo era mi nombre, creí reconocer el suyo.

Creí ver las luces y la oscuridad que llegaban hasta ella, tangibles y letales. Creí poder tocar cada nota, manipular sus compases, escuchar sus ritmos, bailar con ella.

Mi nombre, o la parte de él que ya podía escuchar, pretendía unirse al suyo y tomarla por la cintura sin titubear.

Su cabello negro, un poco pintado por tenues rayos blancos y plateados, más ondulado que chino, se alimentaba de las sombras. Era morena, delgada y alta.

Sus ojos, café oscuro, sustento de la tierra , capaces de germinar lo que miraba, estaban llenos de sabiduría de mil vidas pasadas; todas olvidadas.

Olía maravilloso y su voz era fuerte, dulce, autoritaria, amable, seductora, algo ingenua; pero, sobre todo, poderosa.

Su nombre lo sabía, y el mío lo seguía.

¿Cómo es tu nombre?

Complementario al tuyo.

Bastó una mirada para no poder volver atrás. No quise.

Quería que me hablara y me llevara a perderme en el callejón con nombre de “privada secundaria a alguna calle principal”. Quería adentrarme y desaparecer ante la mirada de todas las ventanas y cortinas cerradas.

Ella resplandecía y sabía que lo hacía.

Caminé sin que lo pidiera.

Nunca me hizo alguna seña.

Se quedó en el mismo lugar.

Me esperó llegar.

Casas con balcones, a ambos lados de la calle, respiraron sobre mí el pudor oculto en sus pisos superiores. Mis pasos fueron silenciosos. Caminé lento.

Treinta y tres minutos (y todo el tiempo entre sus segundos) atrás yo estaba sentado en un banco en soledad. En ese momento me acercaba a una hermosa alucinación que la reina de la noche me permitía admirar.

¿Cómo es tu nombre?

Bésame y lo sabrás.

Sin saber cuando, ni cómo, ella alcanzó mis labios.

¿Cómo es tu nombre?

¿Cómo es el tuyo?

Sereno, agudo. El tuyo es grave, profundo.

¿Podrán bailar juntos?¿ Cantar a los cuatro vientos y a la luna que se nos acaba el tiempo?

¿Podrán seguir nuestros labios juntos?

Si.

Entonces así será, mientras tanto, ahora es mío el tuyo. Dijo.

Selló el pacto con el beso prometido.

Mi corazón latió.

Mis ojos se cerraron.

La ciudad desapareció.

Ahora tú serás yo.

Escucho pasos y un nombre lejano.

Él viene hacia mí, cegado por su paz y oculto por su soledad.

Quizá el sí esté sintiendo desamor, su nombre lo grita y se lleva el silencio cercano.

No importa.

Hoy me toca llamarme de otra forma.

Algún día pasaré por este lugar y habrá alguien más, algún otro Daimon esperando, paciente, llevarse entre sus labios un nombre ajeno y un nuevo cuerpo para caminar.

Hoy me toca esperar.

Lo siento más cerca.

¿Cómo es tu nombre?. Le pregunto.Distinto al tuyo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *