También fui el chico tímido que
no encajaba en un mundo de infantes
cuya valía giraba en torno a una nota
y aceptaban ser un número más.
Muchos años viví guardando en el clóset
o debajo de la cama:
fracasos sociales,
declaraciones de amor fallidas,
noviazgos ficticios,
relaciones anuladoras del “yo”
y un vacío que no lograba entender.
Tal vez por eso logré ser buen defensa:
el balón simbolizaba el daño y el delantero
al que buscaba herirme de muerte.
Contenía, rompía, reventaba, eliminaba el ataque
y acto seguido llegaban las loas y mi alma sanaba.
Luego, simplemente se acabó y volví
a la vieja tradición de guardar, coleccionar,
lo malo y no dejar espacio para lo bello.
Un día, dos monstruos disfrazados
de ansiedad y depresión salieron del clóset
o debajo de la cama y no me dejaban levantarme
ni alimentarme, ni leer o soñar.
Necesitaba correr y no podía, quise recordar
al adolescente que defendía la franja derecha
y no lo hallé. Todo era oscuro y descenso circular.
Después supe que los monstruos me habitaban
y tenían posibilidades de ganar.
Entonces hubo oportunidad de
huir,
entregarme al caos,
perderme en un mar de gente,
refugiarme en una víbora naranja
o en un gusano rojo,
esconderme en un museo,
extraviarme en una librería
o transformarme en un teatro y así
volver a respirar
nacer cuál ave fénix.
Allí en el santuario del anonimato y la prisa,
supe que la poesía no sólo es vehículo amoroso
sino tabla en medio del mar.
Me afilié a la logia de caballeros cirlotianos
y me dieron una pluma para vencer,
a través de versos libres,
a los demonios que osan arrebatarme
a la mujer amada: el “yo” que ama
y vive en libertad.
Hoy no ambiciono ser poeta,
tan sólo deseo nombrar aquello que duele
para después eliminarlo con un punto final
y despedirlo al ritmo y en la forma
que la cirlotesca pluma decida.
Una respuesta en “De cómo el chico tímido obtuvo una espada”
Vaya valentía, no cualquiera desnuda el alma.