Barcelona está gris

Llego a la estación exhausta, me siento en un banco y decido en un suspiro que tengo que seguir buscando. Barcelona está gris y tiene el ceño fruncido.

– ¡Madre mía, si ese culo no cagara! – 

El grito viene de la barra de un antro llamado Bar dels Amics. Un hombre que no es ni medio se ha propuesto decirme todos los piropos que conoce. Su séquito chilla y aplaude cada obscenidad como un grupo de simios alterados. El primate líder se crece. Tiene una media melena gris que no conoce peine, la ropa le queda prestada y por desgracia alcanzo a ver su sonrisa amarilla de abismos negros. Cuanto más me alejo, más sube el tono. Un ataque de tos frenético pone fin a su monólogo. Se oyen más risas de los simios. 

Giro la esquina y el barrio se abre. Las tres cuadras que me separan de la Meridiana las ocupan, a mi derecha, un cementerio, un Corte Inglés y un centro de deporte municipal. Al otro lado se amontonan calles que se pelean la luz, repletas de andamios y rótulos gastados. Un buen puñado de negocios yacen muertos tras persianas grises como párpados cerrados. Muchos vecinos van sobre ruedas – bicicletas, patinetes, motos, coches – y yo ando sumando pasos. Llego a la estación exhausta, me siento en un banco y decido en un suspiro que tengo que seguir buscando.

Alquilar una habitación en Barcelona es conformarse con que muchas cosas sobren y muchas otras falten. Que sobren compañeros, amigos de compañeros, tuppers, ruidos, mugre, precio, minutos hasta el centro, delincuencia. Que falten baños, comida, respeto, champú, metros cuadrados, luz natural, cubiertos, un horno funcional, supermercados. Que sobre el casero – que falte el casero. Alquilar una habitación es un deporte de fondo y un verdadero ejercicio de resignación. Casi siempre acabas en el lugar menos malo. A veces no hay tanta suerte.

Barcelona está gris y tiene el ceño fruncido. Debe de haber un curioso desabastecimiento de ropa en la ciudad que ha generado largas colas de personas aquí y allá frente a comercios de moda. Hace frío pero tengo calor. Estoy viviendo una epopeya personal antes de coger el tren de vuelta: encontrar un baño en el mismísimo centro de Barcelona. Confío en un McDonalds y entro a pedir un café. La muchacha me dice que el baño se cierra a las 16.30, que si quiero el café igualmente. Me da pena decirle que no y me lo llevo igual. Ya había pedido uno grande.

Todos los comercios a los que me asomo tienen el interior bien cerrado. Ni cafeterías, ni restaurantes, ni bares, ni metros, ni trenes, ni estaciones. Paso por la Facultad de Filosofía de la UB y me paró a acabarme el café frente a la puerta de la biblioteca. Una chica saca su tarjeta y las puertas se abren. La descarto.

Camino hacia otra biblioteca y rezo porque esté abierta. Me cruzo muchos, muchísimos policías en pocos minutos. Tengo ganas de acercarme a uno de ellos y preguntarle dónde carajo se hace pis en esta ciudad a esta hora. La gente que pasea no parece preocupada, nadie comparte mi desesperación. Estoy sola en esto. 

Por fin en la Plaza de los Ángeles, frente al MACBA, un edificio enganchado a un antiguo convento me ofrece el maravilloso servicio público. No se me había ocurrido ese lugar, pero tenía sentido: aquella plaza era la meca de la cerveza de Barcelona y sin un baño cerca sería la meca del meado.

El edificio, por fuera, está lleno de carteles del museo, como si formara parte de él. Al entrar hay una garita con un guardia del que solo veo una mata de rizos negros. Suena una canción de metal – Keelhauled, de Alestorm – a un volumen infernal y yo paso lento, por delante, esperando que me vea. Quiero decirle hola, que sepa que he entrado, que va a haber una chica al fondo del pasillo, justo donde un iluminado decidió poner el baño de mujeres. Quiero decirle que baje el volumen por si tengo que gritar, que ese baño me da el mismo miedo que el barrio a oscuras, pero no le digo nada. Entro, hago acrobacias; no encuentro cisterna, ni jabón, ni rastro del vigilante y por fin me alejo del metal estridente, del olor a descompuesto y del gris de Barcelona que hoy se me ha pegado al cuerpo.

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