De cómo el chico tímido obtuvo una espada

Hoy no ambiciono ser poeta, tan sólo deseo nombrar aquello que duele…

También fui el chico tímido que
no encajaba en un mundo de infantes
cuya valía giraba en torno a una nota 
y aceptaban ser un número más.
Muchos años viví guardando en el clóset
o debajo de la cama:
                                     fracasos sociales,
                                     declaraciones de amor fallidas,
                                     noviazgos ficticios,
                                     relaciones anuladoras del “yo”
                                     y un vacío que no lograba entender.

Tal vez por eso logré ser buen defensa:
el balón simbolizaba el daño y el delantero 
al que buscaba herirme de muerte.

Contenía, rompía, reventaba, eliminaba el ataque
y acto seguido llegaban las loas y mi alma sanaba.

Luego, simplemente se acabó y volví 
a la vieja tradición de guardar, coleccionar,
lo malo y no dejar espacio para lo bello.

Un día, dos monstruos disfrazados
de ansiedad y depresión salieron del clóset
o debajo de la cama y no me dejaban levantarme
ni alimentarme, ni leer o soñar.

Necesitaba correr y no podía, quise recordar
al adolescente que defendía la franja derecha
y no lo hallé. Todo era oscuro y descenso circular.
Después supe que los monstruos me habitaban 
y tenían posibilidades de ganar.

Entonces hubo oportunidad de 
huir,
         entregarme al caos,
         perderme en un mar de gente,
         refugiarme en una víbora naranja
         o en un gusano rojo,
         esconderme en un museo,
         extraviarme en una librería
         o transformarme en un teatro y así
volver a respirar
               nacer cuál ave fénix.
Allí en el santuario del anonimato y la prisa,
supe que la poesía no sólo es vehículo amoroso
sino tabla en medio del mar.

Me afilié a la logia de caballeros cirlotianos
y me dieron una pluma para vencer,
a través de versos libres,
a los demonios que osan arrebatarme 
a la mujer amada: el “yo” que ama 
y vive en libertad.

Hoy no ambiciono ser poeta,
tan sólo deseo nombrar aquello que duele
para después eliminarlo con un punto final
y despedirlo al ritmo y en la forma
que la cirlotesca pluma decida.

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