Día Internacional de la Migración: relato desesperadamente urgente

La noche es fría y oscura. Silenciosa pero me habla. Enigmática y con algún mensaje que nos quiere decir. Tan solo la luna nos acompaña. Lo digo como si fuera poca cosa. Todo lo contrario. En estos momentos es la mejor compañía. Además es la única luz que acompaña nuestro navegar. Aquí somos treinta personas, pero más de doscientas almas están presentes. Cada persona con su pasado, con sus sueños, con sus ilusiones; pero todas con la misma esperanza de intentar lograr un futuro mejor para nuestras familias.

En el silencio ensordecedor de la noche un ruido rompe nuestro navegar.

La barca se resquebraja.

Acabo de caer al mar.

¡Frío que se clava como puñales sin sangre!

Me ahogo.

Azul y negro girando al unísono

blanco de burbujas.

De gente luchando por su vida.

Nadie hace nunca nada.

Jamás sabrán lo que es pasar hambre.

No hay solución.

No hay salvación.

No hay luz al final del túnel.

Es la muerte quien nos espera con sus afiladas garras abiertas.

¡Tantas personas desalmadas ahí fuera!

Sin alma, es imposible empatizar.

Son demasiadas muertes para un mar tan ancho.

¡Cuántas vidas se quedan sin vivir!

¡Cuántas muertes!

¡Injustas todas ellas!

Me hundo cada vez más.

Mis pulmones encharcados

ya no aguantan más.

Me acuerdo de mi familia, de mi niña.

¡Qué honda pena es acabar así!

Tantas miles de esperanzas desaparecidas

como tantas vidas acabaremos en el fondo del mar.

Mi última esperanza eres tú.

Quien puede hacer algo para cambiarlo, tan solo eres tú.

Me horroriza pensar cómo acabará mi cuerpo.

¿Quién se lo tragará?

¡Quién acabará mi último pedazo de ser!

¡No quedará ni resto de mi alma!  

Ahora sí.

¡Me voy para siempre

sin que el mundo sepa nada de mí!

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