Para Humberto.
Aquel día salí de casa como se sale últimamente: a la defensiva, esperando absolutamente nada, queriendo regresar bien y a salvo al hogar. Pero, aquel día, con la única diferencia de llevar a Luca, la perra de nuestra casa, en brazos, con unos gruñidos y unos gritos dignos del más indigno de los maltratos. Sólo está nerviosa porque no soporta viajar, y en suma está adolorida de la pata, pensábamos todos pero nadie decía nada.
El camino fue largo, intranquilo y hastioso: por el recorrido que hubo que hacer, por los constantes alaridos de Luca a causa del dolor y por lo que fuera a suceder una vez que estuviéramos en el consultorio del veterinario. Por cuestiones del conocimiento de todos, solamente una persona pudo ingresar una vez estuvimos ahí. Mi madre tomó a Luca entre una sábana y se alargó su camino. Volvió a los cinco minutos, o quizás menos, no pude sino tratar de pensar en el bienestar de ese pequeño ser que tantas alegrías nos brinda. Pero volvió sin Luca en sus brazos. De inmediato hubo una explicación de su parte para que ni yo ni nadie más se atreviera siquiera a un lanzar un bombardeo de cuestionamientos. Que necesitaba quedarse a revisión porque la infección (antes de eso no era más que una pequeña herida) estaba demasiado fuerte, y necesitaba ser controlada cuanto antes.
Vino el silencio y unas horas de eterna preocupación que se vio, también, interrumpida y atenuada por otro inconveniente que no hizo sino acrecentar la infamia de aquel día: un tío recién operado requería de cuidados que, debido a una soledad que se le hizo vital desde hace ya décadas, solamente su hermano, quien es a su vez mi abuelo, y nosotros, podíamos darle. Ahora era Luca y el tío, hermano de mi abuelo, que por supuesto en comparativa no hay función que logre equiparar situaciones. Es sólo preocuparse y ocuparse por, y de todo. Como venimos haciéndolo desde hace meses. Misma situación que también ha escapado de nuestras manos. Porque no podemos controlarlo ni ocuparnos de todo. O quizás sí. Pero tan importante es aquello como lo es también no olvidarse de uno.
No recuerdo qué día era con precisión. Digamos que martes o miércoles, que son de los días que más me gustan. Pero hubo que ocuparse, y poner a trabajar la máquina que ha estado reposando en exceso. Ese cuerpo. Fortuitamente, al poco rato de ese día, ya estábamos con Luca corriendo por el patio. Ya engullía su comida y bebía agua con el mejor de los ímpetus porque el doctor ya había hecho de las suyas y la había dejado casi, como nueva. Ese día, también, comenzamos una labor cuasi titánica de cuidados y prevenciones para que el hermano de mi abuelo comenzara su recuperación. Es fascinante lo que el cuerpo y la voluntad logran cuando se ejerce por completo una disciplina y un ejercicio. Por nuevo que este sea. Sobre todo es mucho más pragmático cuando está de por medio el cariño, la importancia y una especie de dejo de consternación que hace a uno dejar de lado esa armadura del no-sentir.
Han pasado ya varios días. Se respira un mejor aire, pues lo ordinario, la pesadez y el rompimiento terminan por convertirse en la más singular de las aventuras. Quién dice que ésta no fue una, aunque peculiar sin duda, por supuesto. Mientras, Luca ya viene a despertar a uno todos los días, se espera pronto esté recuperada por completo. Acerca de mi tío, es al lado de él que esto escribo, probablemente le pida luego que lo lea. Son ya, al momento de esta escritura, los últimos días del mes de julio, y, diría mi abuelo: qué vida y que se nos acabe. Ya… ahora sí que lo creo. Lo creo más hoy, probablemente, que esto quede puesto en algún lado de la red, mucho más, también, porque es un año más de vida y uno menos de padecer el destino.