Inicié en la literatura de manera precoz y no necesariamente como autor, sino como lector. El ser precoz implica estar en la edad de la rebeldía, es decir, de la adolescencia para arriba. No creo en los autores que dicen con orgullo que desde pequeños leyeron a tales creadores catalogados de culto porque, a mi juicio, es una exposición de pedantería. El autor que leí con “seriedad” fue un best-seller de apellido King y de nombre Stephen. De ahí poco a poco me fui metiendo a otros escritores: otros temas. Llegué a la literatura mexicana gracias a los libros de José Emilio Pacheco y el tan citado en las escuelas Juan Rulfo. Agradezco, sinceramente, que mi formación lectora en las letras de mi país no comenzó con las instituciones académicas que fueron Octavio Paz y Carlos Fuentes, ya que seguramente me hubiera aburrido y me hubiera ido. Incluso a hoy no me gusta su obra, a excepción de Aura y algunos relatos con tintes fantasmales (de Fuentes, claro). Mi formación lectora va de la mano a cómo concibo la realidad: de manera irónica: sarcástica: cómica: trágica: pesimista. Sí, la tragicomedia está a la orden del día en mi vida. La literatura que me interesa es la que se aleja de la solemnidad, del orden establecido, pues al sufrir los padecimientos de las reglas de los diversos núcleos de mi entorno me prometí que no volvería a someterme a esas pequeñas dictaduras. Los autores que me han contagiado ese sentir y esa pasión por seguir la genealogía antisolemne son José Agustín: Nicanor Parra: Jorge Ibargüengoitia: Augusto Monterroso: Enrique Serna: Julián Herbert: Juan Pablo Villalobos y los que con el tiempo se sumarán a esta lista. Es por Villalobos que llegué con el cachanilla (mexicalense) Daniel Sada: uno de mis predilectos en mi lista y uno de los más densos e importantes para las letras de nuestro territorio.
De Sada conozco sus cuentos y sus novelas; sin embargo, es su faceta de poeta la que me asegura que este autor fue un monstruo literario con todo lo que esta palabra implica. De Sada se dice que les hacía recitar, reescribir e imitar un poema del peruano José Watanabe a sus estudiantes de los talleres literarios que daba… hacía esto porque en su obra combina prosa y verso: cada línea tiene una métrica: un oído entrenado:
La vida es una trama en descomposición,
intentes lo que intentes,
y aún cuando ayudar te fortalezca,
deja que todo se gradúe a distancia,
porque entre más desprecies
más te habrán de extrañar,
ayudador en ciernes.
La poesía de Sada nació como un suspiro para decirse en voz alta y que en el silencio haya ruido. De acuerdo con su esposa: la académica y profesora Adriana Jiménez, Sada aconsejaba que como autores se trata de ser rigurosos sin perder el lado juguetón del lenguaje: no podemos ser descuidados y mucho menos solemnes. En la poesía de Sada reunida en Aquí (Fondo de Cultura Económica, 2007), todo es una enseñanza literaria: primero: tenemos una antisolemnidad poética (Sada creía que en México los poetas rara vez se ríen de ellos mismos, las situaciones y los sentires que describen); segundo: tenemos una historia que se cuenta a través de la métrica (a Sada le interesaba, detrás de su agudeza lírica, contar un buen relato); tercero: tenemos un juego por describir las escenas que la cotidianidad nos ofrece y que muy a menudo ignoramos por el macrocosmos que es la vida misma:
sólo pido un favor:
no me anden presentando
a quienes no conozco,
y con eso, ahora sí,
seguiré como sigo
En la cotidianidad Sada busca la complejidad del lenguaje, pero a diferencia de la formalidad y la egolatría por algunos autores por escribir palabras que ni ellos mismos entienden del todo, en Sada no ocurre: en sus líneas conversan el habla popular mexicano y el lenguaje académicamente incorrecto (con esto quiero enfatizar que reta a las estructuras convencionales de un texto), que busca comprender como autor en primera y tercera persona y lector misceláneo: el que admite desconocer y desea conocer.
Sada, indiscutiblemente, fue un diccionario, además de gran observador irónico de la literatura mexicana e, incluso, de la filosofía misma, que refleja en su poesía:
(…) La ignorancia también es taciturna. ¿Fechas?
¡Sepa la bola!, pero hay que ubicarlo por ahí por 325 d.C.,
según lo asienta M. I. Finley, con memo titubeo.
En sus poemas nacidos de un día a día Sada se autocrítica: crítica: se burla: todo para intentar comprender el entorno que habita. Es, ante todo, un poeta narrativo. Sus inicios literarios fueron como poeta. En su narrativa está el poeta que nunca dejó de ser. Dudo mucho que mi yo autor alcance a escribir, siquiera, una línea similar a lo que este monstruo de la literatura mexicana (discípulo de Juan Rulfo además) escribió, mas mi yo lector agradece por encontrarlo: le aprendo recursos literarios que a hoy me salvan de la solemnidad: de ese costumbrismo que tanto nos envenena el alma.