Las primeras películas que recuerdo las vi con Apa, mi abuelo. Ahora estudio cine. En Pinar del Río, las películas llegaban en un disco duro que se pasaba de casa en casa. Cada hogar lo tenía por una semana antes de pasarlo a la siguiente. Cuando llegaba a casa, mis primos descargaban las películas a sus computadoras y las veían después, a su ritmo. Apa no.
Apa se sentaba frente al televisor y le pedía a alguno de sus nietos que conectara el disco duro. En una suerte de frenesí, veía todas las películas lo mas rápido posible. Le daba igual que fuera buena o mala. Alguna de mis tías se acercaba y el diálogo era así:
—Apa ¿Está buena la película? ¿De qué es?
—Nah, esto es mierda… Un tipo ahí corriendo que no sabe ni lo que hace.
—¿Por qué la sigues viendo?
—Bah…
Había un momento en el día en que la casa se quedaba casi sola. Estábamos Apa, mi tía Mamay y yo. Mis primos estaban en la escuela y mis otras tías trabajando. Mamay escuchaba a Rocío Durcal en la cocina (Y tu que me tuviste entre tus brazos, me enseñaste lo inhumano y lo infeliz que puedes serrrrr) y yo me aburría como una ostra hasta que escuchaba a Apa llegar y sentarse frente a la tele.
Apa no hablaba mucho, yo tampoco. Compartíamos el silencio que de por sí establecen las películas. Hablábamos para que me explicara cosas que no entendía. Nunca le molestó que viera violencia en la pantalla, supongo que pensaba que eventualmente habría de verla y era mejor que la viera con él. O asumía que es algo natural. O simplemente quería que lo acompañara mientras veía películas. Apa respondía todas mis preguntas.
El sexo me lo explicó un día que acababa de llegar Inglorious Basterds de Quentin Tarantino a la casa. En una escena salía Joseph Goebbels gritando y empujando a Francesca Mondino, quien estaba recostada sobre una mesa. Yo no entendía muy bien que sucedía en la pantalla. Le pregunté a Apa.
—Oye, Apa: ¿Qué están haciendo?
—Singando, niño.
Y nada más. Ahora estudio cine.
Mi tío Toto me enseñó a piratear películas en un sitio web llamado Pirate bay. Los veranos que pasaba en el pueblo de mi madre eran lentos y cálidos. Toto me rescataba de la pasividad absoluta y veíamos películas descargadas de aquel sitio web. Él me enseñaba las películas y series que le gustaban en su infancia y juventud. Mazinger Z, Los caballeros del Zodiaco, Dragon Ball, Cowboy Bebop, por mencionar algunos. Nos desvelábamos viendo series y películas. A mi madre no le encantaba, pero qué le iba a hacer; mi tío siempre fue un buen tío.
Él no lo sabe, pero uno de los grandes conflictos que tuve con mi madre fue por una recomendación suya. Un día, mientras comíamos higos de su higuera, se puso a hablarme de Amores Perros, una película de Alejandro G. Iñárritu. Mientras me contaba la trama, sentía que me reventaba la cabeza. El sabor dulce de los higos se mezclaba con una historia desgarradora. Tenía 11 años.
Cuando volví a La Ciudad, le conté a mi madre que Toto me había hablado de Amores Perros. La respuesta fue tajante: “NO VERÁS ESA PELÍCULA”. Y uno que es terco. Pasaron algunos días y mi madre bajó la guardia. Un viernes salió al gimnasio y se le quedaron las llaves. Oportunidad perfecta. Agarré las llaves y salí corriendo a la librería El Péndulo de Alfonso Reyes. Ahí solíamos comprar los DVDs que había en mi casa. Volví a casa con el DVD de la película de Iñárritu.
Al llegar casa, le marqué velozmente a mi padre. “Papá, tengo Amores Perros, pero Mamá no me deja verla”. En veinte minutos llegó a la casa. Cerramos la puerta de mi cuarto y salimos hasta que terminó la película. Al salir, mi madre nos preguntó qué habíamos estado haciendo. “Vimos Amores Perros” (Lucha de giganteeees convierte, el aire en gas natural. Un duelo salvaje advierteeeee). Reprochó a mi padre con la mirada; él se encogió de hombros. Me volteó a ver a mi, sonrió, me despeinó y preguntó: “¿Te gustó?”
Ahora estudio cine.
Mis padres se divorciaron cuando era chico, pero siempre mantuvieron una buena relación. Entre semana con mi madre, fin de semana con mi padre. El viernes, mi padre pasaba por mi a la escuela e íbamos directamente a comer y ver películas. Él siempre se encargó de mostrarme las películas que en condiciones normales no habría visto. Cine cubano de los sesenta, cine yugoslavo y soviético. Las veía con atención y me explicaba detalle por detalle, aunque sé que hubiera preferido estar viendo Jason Bourne.
Una tarde me mostró Before the rain de Milcho Manchevski y lloré por un largo rato cuando terminó. Papá me abrazó.
Ahora estudio cine.
Un domingo fui con mi madre a Cinemex Casa de Arte de Reforma. Siempre íbamos a ese cine; no solíamos ver la cartelera y llegábamos a ver si había algo interesante. Ese día estaba Youth de Paolo Sorrentino. Yo quería ver alguna otra película que ahora no recuerdo. Ella insistió en ver Youth. Esa sí la recuerdo. Nos sentamos en silencio y volví a llorar. Mamá me abrazó fuerte y, al salir, me vio con los rojos y lágrimas secas en el rostro.
Me vio con ternura, sonrió, me despeinó e hizo de nuevo la pregunta: “Te gustó?”
Ahora estudio cine.
Mi madre y mi padre ya saben la historia que aquí cuento. Alguna noche en la que estaba sensible le confesé a mi tío Toto lo que aquí escribo. Pero Apa, mi abuelo, murió mucho antes de que yo entrara a la universidad. Soy el segundo universitario de su descendencia. Las primeras películas que recuerdo las vi con Apa.
Quisiera decirle que por él termino las películas cuando me parecen mierda y que por él ahora estudio cine.