La novia del mar Rojo, la abuela del mundo árabe, la ciudad más internacional del mundo, la puerta de entrada a La Meca. Los motes que recibe Yeda, la segunda ciudad más grande y principal polo económico de Arabia Saudí, no son pocos ni hacen total justicia a la histórica y multifacética ciudad portuaria que desde hace más de mil años recibe a visitantes, mercaderes, peregrinos y exploradores venidos de todos los rincones del orbe.
“Estoy convencido de que, junto a Nueva York, Yeda es la ciudad más cosmopolita y universal del mundo. Aquí, desde hace cientos de años, confluyen culturas, lenguas y razas de África, Europa, Arabia y Asia”, afirma Abdullah Alossman guía certificado que se especializa en excursiones por las montañas que circundan la ciudad desde el suroeste y en recorridos por el sector conocido como Al Balad (literalmente, la ciudad en árabe), el corazón milenario de Yeda, que corresponde a la antigua ciudad amurallada y donde se encuentran sus más importantes tesoros arquitectónicos y artísticos.
Declarado por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad en 2014 por tratarse de “un próspero centro multicultural, caracterizado por una tradición arquitectónica distintiva”, el núcleo antiguo de la ciudad de Yeda es testimonio fiel de la mezcla de acentos, aromas e influencias que han marcado el desarrollo de la ciudad desde sus inicios en el siglo VII como punto de encuentro de fieles mahometanos en peregrinación a la ciudad santa de La Meca, localizada a escasos 60 kilómetros de las costas del mar Rojo.
Incienso y mirra provenientes de Omán y de las costas somalíes, café yemení, rosas de los viveros de Taif, té del Lejano Oriente, maderas preciosas del sureste de Asia, azafrán persa, delicias culinarias del Levante y dulces turcos. Pasearse al caer el sol por los zocos y tiendas de Al Balad en los días de Ramadán es, de cierta forma, viajar en el tiempo. Aprender sobre los centenarios oficios artesanos de albañiles, tejedoras, carpinteros y pintores es hacer presente un pasado que entre los callejones y plazas de la parte antigua de Yeda sigue muy vigente.
En los cinco pisos de la imponente Casa Naseef, construida a finales del siglo XIX por la familia homónima como residencia principal en la ciudad que le permitió hacer fortuna comerciando con medio mundo, se cuenta la historia de los Naseef, pero también la de Yeda como puerto mercante y polo económico saudí. Se explican las diferentes rutas marítimas que por cientos de años conectaron a la ciudad con las islas de las especies en la actual Indonesia y con la costa meridional africana. Sus gruesos muros de piedra caliza y coral y sus intrincados balcones de maderas preciosas son el epítome de un estilo arquitectónico que hace de Yeda un lugar único en su haber.
En las habitaciones superiores se narra la historia del rey Abdulaziz Ibn Saud, padre de la patria, quien vivió algún tiempo como huésped de los Naseef justo en los años de conformación del reino saudí. Es gracias a su nieto, actual monarca saudí, Mohammed bin Salman Al Saud, que hoy podemos disfrutar los inigualables atractivos del reino. Fue gracias a las reformas impulsadas al inicio de su gestión en 2017 que Arabia Saudí abrió sus fronteras al turismo extranjero y no musulmán, algo que desde la fundación del reino era imposible.
Entre pasado y presente
“Ahlan wasahlan”, bienvenido, me dicen en más de una ocasión las gentiles y acuciosas dependientas de una de las varias tiendas de arriesgado diseño saudí que pueblan las diferentes plantas del vanguardista Hayy Jameel, un centro cultural inaugurado hace apenas tres años en uno de los afluentes suburbios del norte de Yeda. Construido a partir de containers en desuso, el complejo incluye un cine independiente que proyecta lo más reciente de la industria fílmica europea y árabe, las oficinas locales de la Alianza Francesa, varios salones donde se imparten talleres artísticos, seminarios y conferencias, un par de espacios expositivos donde se muestra el trabajo de jóvenes creadores saudíes, varios restaurantes y cafés, así como las referidas tiendas de ropa, artículos decorativos y diseño.
“Aquí podrás disfrutar lo más novedoso que tiene que ofrecer el reino”, me dice orgullosa y confiada Basma, una treintañera de esponjada melena, holgada blusa de seda y pantalones vaqueros plagados de hoyos. De cierta forma tiene razón, desde su apertura, el Hayy Jameel es el deleite de locales y expatriados por igual, ávidos de espacios donde pueda respirarse un poco de libertad en un país cuyas extremas temperaturas a lo largo de la mayor parte del año sofocan y cuyas leyes, indistinguibles del rigor religioso, prohíben, hasta la fecha, lo que, en otros países del mundo árabe, seculares por vocación, parece impensable. La misma Basma reconoce la enorme diferencia que como mujer significa ponerse detrás de un volante, algo que hasta antes de la ola reformista impulsada por Bin Salman y que incluyó la apertura del país al turismo estaba estrictamente prohibido por la restrictiva interpretación de la ley islámica de los saudíes, arropada en el salafismo.
“Neom: Made to Change”, reza uno de los múltiples anuncios que bombardean a los incautos visitantes del Red Sea Shopping Mall, uno de los innumerables centros comerciales que pueden visitarse en Yeda. Vitrinas y aparadores que harían palidecer a los del barrio de Salamanca en Madrid o a los de la avenida Masaryk de la Ciudad de México, en donde acaudaladas saudíes, infundadas en largas abayas negras que cubren del cuero cabelludo a los tobillos, hacen su agosto comprando bolsos que superan los cinco dígitos de precio en dólares o euros, siempre precedidas por algún miembro masculino de la familia.
Neom, el desarrollo inmobiliario al que hace referencia la publicidad pautada en pantallas electrónicas dispuestas en todos los rincones del mall, es uno de los proyectos consentidos del régimen monárquico: una presunta eco-ciudad lineal inteligente que incluye un centro de esquí en el desierto, un complejo industrial flotante y un resort turístico de súper lujo. En las imágenes generadas por inteligencia artificial se adivina como un ghetto para extranjeros blancos de altísimo poder adquisitivo, un zoológico de temperatura artificial creado ex profeso en uno de los rincones más desérticos del planeta.
Mientras la llamada a la oración se cuela por los pasillos y espacios interiores del centro comercial, la expectativa aumenta: ha llegado el momento de romper el ayuno del día, las compras vendrán después. Visitar Yeda, en Ramadán, es una experiencia que no dejará a nadie indiferente, sea degustando sus famosos helados de leche de camello o sus jugos frescos de caña, comiendo pescado y marisco a las brasas en los restaurantes del zoco Al Sham o escuchando la voz del muecín al anochecer, fumando narguile y viendo al mundo pasar, literalmente.
La visa turística de Arabia Saudí ronda los 100 dólares americanos, dependiendo de la nacionalidad del solicitante, y puede gestionarse a través de la página web https://visa.visitsaudi.com/.