Es junio de 1970, la Guerra Fría sigue sin eliminar de su ecuación la llamada “destrucción mutua asegurada” y Henry Kissinger, pepito grillo político de Richard Nixon, teme una escalada bélica en el Caribe después de la Crisis de los Misiles de 1962 y de los acuerdos firmados por John F. Kennedy y Nikita Krushev. Ese verano, sin embargo, la situación vuelve a tensarse.
La inteligencia de Estados Unidos, obsesionada con los procesos revolucionarios latinoamericanos, acaba de descubrir que Cuba está ampliando la base naval de Cienfuegos, al sur de La Habana. “Un día de septiembre de ese año, no recuerdo la fecha, Henry Kissinger entró en mi despacho con un dossier fotográfico bajos sus brazos. ‘Bob, tienes que ver esto urgentemente’, me dijo. ‘Es la base de Cienfuegos, en el sur de Cuba’. Era la primera vez que oía hablar de esa ciudad, pero continuó: ‘Es un puerto marítimo y estas fotos muestran que los cubanos están construyendo campos de fútbol’. Tengo que ver al presidente ahora mismo. ¿Quién está ahí con él? Estos campos de fútbol pueden significar la guerra, Bob’ me dijo”. Los recuerdos son de H. R. Hadelman, jefe de gabinete del presidente Nixon, publicados en su libro The Ends of Power (1978). “En aquella época, Estados Unidos estaba muy por delante de Rusia en el campo de la electrónica de puntería. Para contrarrestarlo, los soviéticos confiaban en enormes cabezas nucleares que no necesitaban ser apuntadas con precisión. Por eso buscaron la proximidad a Estados Unidos mediante submarinos nucleares y buques de superficie”, continuaba el hombre de confianza de Nixon.
Aquellas fotografías tomadas por un avión espía U2 eran para el secretario de Estado la prueba irrefutable de que los soviéticos estaban regresando al continente. “¿Por qué la guerra?, Henry, respondí. ‘Porque los cubanos juegan al béisbol. Son los rusos los que juegan al fútbol’, me dijo”.