Entre el cielo y el infierno

Dicen que existe el bien y el mal; el cielo y el infierno. Pero, ¿qué hay entre ambos? La personas religiosas dicen que es el limbo, el lugar donde los pecadores deben pagar sus faltas para que puedan estar en presencia de Dios.

Mi ser es una batalla de realidad y lo irreal, es constante que en un punto tratar de identificarlos es difícil. Mi mirada debe estar fija y mi mente atenta a lo que pueda parecer extraño a lo que hay en todos los lugares que me encuentre sola. En este momento ellos son mi mayor arma para lo que viene.

—¡Hola mi querida amiga!, dijo una voz gruesa con cierta sutileza. Una voz desconocida para mí. Al escucharla comencé a buscar en todos lados, pero fallé en mi búsqueda, mi habitación estaba con un negro intenso.

—¡Qué gusto conocerte, me disculpo por no ser educada y decir mi nombre, pero tengo muchos y al final soy alguien de paso, entonces el mencionarlos ya no tendrá caso, dijo al acercarse a mi cama. Aunque no podía verla mi mente la imagino sonriendo al decir esas palabras.

—¿Quién eres?, dije desesperada tratando de hallar su rostro. De pronto su voz se escuchó más cerca, como si estuviera dentro de mi cabeza. Mi cuerpo no podía calmarse, mi mente parecía un panal lleno de abejas enfurecidas sin orden. No sabía que debía hacer.

—Sé lo que piensas y es inútil encender la luz, no vas a encontrarme o por lo menos aún no. No te esfuerces, ya habrá tiempo, me dijo riéndose, mientras estiraba mi mano para encender el apagador.

—Sé todo sobre ti, cada movimiento que das yo lo sé; cada palabra que sale de tu boca, lo ya sé; cada cosa nueva o mala, una situación fatal o buena. Yo sé quién eres, yo soy como tú sombra. Serán largos días para ti.

Pasaron los días y me sentía más cansada, distraída, tensa, alterada. No podía conseguir el sueño. Las voces se hicieron más frecuentes, ella no paraba de decirme que yo era un fracaso, que no era suficiente y siempre estaría en el suelo. Con el paso de los días mis ataques de agresión e ira aparecieron. Mis pensamientos se concentraban en lastimar a las personas que me causarán un mínimo disgusto a tal grado que en mi imaginación las mataba y causaba liberación, y cierta satisfacción. Mis manos temblaban, tomaba mi nuca haciendo presión sobre ella, me rascaba con ansiedad hasta que mis impulsos me dominaban. Iniciaba jalándome el cabello, luego las bofetadas en mi rostro y llegaban los puñetazos. Al terminar aquel daño me daba tranquilidad como si fuera una batalla finalizada.

Así iniciaron los días y llegaron los meses en donde no lograba reconocerme. Finalmente llegué en un punto donde vi a la mujer que por mucho tiempo me lastimaba psicológicamente. No sabía si era una ilusión, estaba perdida de la realidad.

—¡Lárgate!, le grité con odio, mientras veía como se reía de mí.

—¡JAJAJAJAJA, NO ME VOY A IR JAMÁS, SOY TU TORMENTO, TU PERDICIÓN, TU MUERTE!, me dijo con voz de autoridad.

—¡NO, NO LO ERES!, le dije decidida a luchar con ella por mi libertad.

Los golpes se sentían en todo mi cuerpo, la sangre se sentía en mi rostro, cada movimiento que hacía eran como cuchillos atravesándome. Hasta que por fin alcancé una cuerda la sujeté del cuello, la colgué y pude apreciar como luchaba por respirar, pero inútilmente lo logró. Caí sobre mis rodillas y mi alma recuperaba su paz lentamente. Yo estaba feliz y lloraba de alegría al salir victoriosa con el asesinato de mi enemiga.

—¡MARION, NO!, escuché un grito fuerte.

—¿Mamá?, pregunté al reconocer una voz. Cuanto mi mente se estabilizaba me di cuenta que estaba en un cuarto oscuro y a lo lejos se veía un vidrio polarizado que me impedía pasar del otro lado. Era mi mamá, estaba en shock. Yo no entendía, le gritaba que yo me encontraba bien, que me mirara, que por fin lo había logrado. Que ya seríamos felices.

Al mirar los pies de la mujer colgada e ir subiendo hasta ver su rostro quedé impactada, era yo. Yo estaba muerta, yo me había matado. Había cometido un homicidio y a la vez mi suicidio. Ahora todo tenía sentido, estaba luchando contra mí misma, mi madre me había llevado al psiquiátrico y yo ya no tomaba mis pastillas. Los episodios que vivía eran originados por mi enfermedad. Pero donde me encuentro ahora, no era el cielo o el infierno. Sólo era oscuridad, probablemente mi acto era dudoso que no sabría decir si merecía la gloria o el castigo. Morí y permanezco posiblemente en el limbo para la eternidad sin descanso.

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