Entre las cortinas

Su búsqueda sería en vano ante el torrencial otoño que se había llevado los besos y las caricias del amor de su vida.

Por: Yessika Rengifo.

María recorrió las frías calles de la ciudad con la ilusión de encontrar a Leonel, su marido. Su búsqueda sería en vano ante el torrencial otoño que se había llevado los besos y las caricias del amor de su vida. Nunca pudo comprender en qué momento se encontraban tan distanciados frente a los sueños, esos que años atrás los unieron.  

Las consultas con el psicólogo no funcionaron y Leonel seguía agrediendo su frágil rostro, delgadas piernas y dulces brazos, ante el llanto liberador de las noches en que solía descansar el atormentado corazón de María. Tras la pérdida de su empleo, Leonel comenzó a hostigar a María, quizás buscando un culpable a su frustrada pérdida laboral. Frustración a la que se sumaban los hijos que nunca llegarían, aunque ella acudiera cada mes al ginecobstetra con la fantasía de hallar una solución a su problema, que se prolongaba porque el estrés de Leonel no ayudaba a que sus tristes espermatozoides se encontraran con los soñadores óvulos de María. 

Aquella mañana, ella ingresaría a la ducha como de costumbre, notando en el espejo que su cuerpo estaba más delgado y sus ojos grises perdidos en la nostalgia del ayer, que se habían ido entre golpes y malas palabras. No soportaría más los malos tratos de su marido, aunque en días anteriores estos se habrían ido por las ventanas. Volvieron hacer el amor como dos amantes clandestinos que juegan entre besos y caricias de los tristes inviernos. El himno de palabras celestiales que sonrojaron sus tristes mejillas recordó que aún había amor. El amor que existía sólo venia de su parte, él saciaba sus instintos con dulces palabras.

Empezaba a comprender que el amor se había esfumado no sólo de parte de su marido sino esta vez había muerto en ella, que deseaba el divorcio. Al ingresar a la habitación y verla completamente desnuda él insisto en una mañana de lujuria al lado de su mujer, quien esta vez manifestó su rechazo. Sentándose en la cama, le pidió a su esposo el divorcio, contándole que el amor entre ellos se esfumó entre los golpes, malas palabras y frustraciones. Perdido en esas palabras, Leonel se negaba aceptar lo que su mujer manifestó, pero no pudiendo negar la situación que atravesaban.

El octavo día de un mes que no quiso recordar la bella María, bibliotecaria de la estación del sur, firmó el divorcio entre las cortinas de una nueva vida que la esperaban en los cantos de la luna de la libertad. 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *