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Poesía

Hierbas de olor

Las cosas que tendremos que ocultarle al mundo por el resto de nuestras vidas. ¿Con qué aromas nos recuerdan los extraños? ¿Con que canción nos acordamos de la presencia del mundo?

¿Cómo sostenemos nuestra mortalidad a lo largo del tiempo? ¿Cuánto tiempo duramos siendo esclavos, saldando condenas de lo que ya no nos recuerda? Desearía poder ir a un lugar donde toda esta bruma ya no pueda encontrarme. ¿Por qué volver donde los recuerdos ya se han ido? Peor aún, volverse servidor de lo que nunca sucedió. Administrar el dolor en pequeñas dosis como protesta defensiva.

¿Para qué tantas palabras, si ahora ya no puedo decirle ninguna? Estoy en medio de todas ellas, atravesando el océano con todos sus huracanes. Llega la bruma, y yo me invento goteras en el techo de mi cavidad torácica, para convertirme en algún objeto permeable de lo que sea que quiera existir a través de mi cuerpo, ya que últimamente solo soy un instrumento. ¿Quién era antes de empezar a ser yo? ¿Quiénes somos antes de comenzar a ser nosotros mismos?

Existió el día que descubrí que mi alma tenía cinco heridas repartidas sobre toda la extensión de mi vulnerable existencia, y que descargaba mi energía mortal en máscaras sobre mi cuerpo como cualquier hierba de olor que cultivo en el jardín. Hubo una tarde, en medio del otoño, en la que me enteré al mirarme al espejo que yo no era yo. Si no máscaras invisibles, pero pesadas como el bronce que, por la gravedad de esta ciudad, no dejaban que nadie pudiera verme, ni siquiera yo. Que eran tan complicadas de comprender, que llevaban gritando desde hace tantos años que estaban ahí, junto a mí, tal como el subconsciente, el amor y la memoria, desde el día uno. Me pregunto, que si por tanto tiempo haberlas hecho mías, ahora la máscara soy yo. ¿Qué tan peligroso es un corazón abierto? Sería todo tan sencillo si pudiera continuar culpando a las circunstancias; entonces ya no me culparía a mí.

Una parte de mí no quiere dejarlas, no quiere soltarlas para que se vayan con el flujo del mundo. ¿Qué harán solas sin mí? ¿Pegarse ahora al rostro de alguien más? ¿Y si no quiero eso? ¿Y si quiero que sean solo mías? No quiero hacerles un luto a mis máscaras. Me niego a hacer una oración y soplar fuerte hasta que desaparezcan. Quiero que se queden, deseo que se transformen como todo lo que está destinado a reclamar un espacio en esta vida.

Humanos y su humanidad, condenados a la transformación. 

Esa forma macabra en la que llegan los recuerdos, los lamentos, las culpas. Llegan a escondidas, sin librarse ni un solo centímetro, anticipar la pena para neutralizarla es demasiado miserable. Qué más da si no te dejan en paz, qué más da si nos rendimos a la oscuridad de la sinceridad, qué más da si quieren quedarse aquí conmigo, como si me ultrajase algo de mi cuerpo y que dejara toda su presencia sobre las ausencias. Solo necesito dejar que mis ojos se acostumbren a la luz, han estado tanto tiempo detrás de la oscuridad. ¿Por qué limpiar el escombro, lo roto, lo usado? Estamos creados de las ruinas de sucesivas restauraciones de la piedra en base. Solo capas desmedidas y pasadizos secretos; cámaras secretas que se conectan como en las catacumbas cristianas. Tengo verdad, tengo miedo, ¿Cómo se le da cara al desierto? A veces pienso que ni siquiera la tristeza sabe cómo llorar. Tal vez mis máscaras son eso, amor de té con leche en una madrugada lluviosa, con truenos y ruidos que hacen que la luz se vaya. De niña solía esconderme debajo de mis sábanas y pretender que no me daba cuenta que la luz se había ido, solo para que la oscuridad no se diera cuenta que tenía miedo. Fingir que no tengo miedo para no responder preguntas, fingir que no hay bruma y esconderme de las pesadillas nocturnas, hasta que ellas me encuentran a mí. Frente a frente. ¿Hay alguna manera de persuadir al destino para apaciguar los golpes que sabremos que tendremos? Algo así como una transición más lenta y prolongada. Hasta cierto punto piadosa. (se aceptan sugerencias)

¿Cómo es ser un hilo de arena entre los dedos de Dios? Si por tanto tiempo la respuesta es pretender que «sí existo», en medio de todos esos silencios absolutos. Supongo que cada máscara está hecha para que solo las cargue el rostro de su dueño envuelta en una ironía ácida. La manera en la que tenemos que fingir que no estamos muriendo. Las cosas que tendremos que ocultarle al mundo por el resto de nuestras vidas. ¿Con qué aromas nos recuerdan los extraños? ¿Con que canción nos acordamos de la presencia del mundo?