Ilícita primavera

Siempre aseguré que las personas estaban hechas de sangre, músculos y huesos, también de alguno que otro órgano funcionando a ciertos porcentajes por desgaste de uso —como si pudiéramos apagarlos cuando estos se sobrecalientan—, pero ahora sé que estamos estructurados de las peores sustancias nocivas, ya que he encontrado una nueva manera de derrumbarme a mí misma, volviéndome dependiente a todas las palabras que pueden llegar a formular sus labios. Una sustancia adictiva.

Soy como cualquier ser adherido a la psicodelia de pensamientos que busca sustancias en cualquier fondo oscuro de los callejones de la ciudad; susurran que alguien tiene que acompañar la nostalgia, pues la miseria adora la compañía.

Sé que me hace el suficiente daño para destruir una pequeña fracción de mí y deja una parte intacta para regresar. Retornar. Para creer que estamos siendo algo. Que estamos construyendo solidez sobre cimientos de mentiras y escondites. Ilícito. Todo lo es. Desde su pensar, hasta cualquier derramamiento dentro o sobre mi cuerpo. Especímenes blanquecinos a los que me vuelvo adicta. Adicta a su placer. Disfrutando cada sombra de saturados suspiros entrecortados. Le damos nombre a sensaciones que jamás pensamos tener, y no las decimos, porque si fingimos que no están, puede que dejen de existir.

Decidí que me hundiría viva en el mar de todos los muertos desde que supe que este arte es demasiado oscuro. Sé que al besarlo me sumerjo en un océano de juicio moral infinito.

Subestimé la realidad.

Comprendí mi humanidad en la vía de la debilidad.

Y entonces estás tú, llegando a la habitación con la ventana ligeramente abierta y la puerta con el seguro puesto. Sabes lo que se avecina, lo has estado presintiendo desde la primera hora de la tarde, conoces la rutina, sabes las palabras, han transcurrido bastantes años y la sensación ha perdido toda clase de espontaneidad, pero aun así te sientas al borde de la cama y comienzas a besar su espalda llena de pendientes, igual que la tuya, porque, como buen espejo inverso, mis pendientes y los de ella no son en absoluto similares, ni en sus ángulos más estrechos. Haz puesto tu mano en sus caderas y tu cicatriz ha rozado una vez más la piel de sus senos, que aún sostiene su brasier blanco, como ella, puro como su recorrido. En cambio, los míos, son negros, son más una invitación a ser arrojados al suelo, que una herramienta de comodidad cotidiana.

¿Sus labios saben igual que los míos?

No lo creo.

Ella transpirará hogar en sus gemidos bajo las sábanas, y yo encerraré todo lo que conlleva desgarrar al mismo hombre en cada uno de nuestros dicotómicos movimientos sobre las sábanas. Yo guardaré bastantes terremotos entre mis entrañas, palabras que ya se esfumaron entre la bruma del ayer, tus manos le harán el amor a otra mujer, mientras yo siembro mis raíces en otro lado, en otra cama, del lado del polo que aún nadie conoce más que yo, mi habitación estará cubierta de ramas congeladas, consoladas a mentiras, promesas y cortesías crueles.

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