Foto: Olé

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Cuando el Kremlin no viajó a Chile

Carlos Reinoso, ya jugador del América de México, saltó a la cancha con el número diez en la espalda en el partido inaugural de Chile contra Alemania Federal, en el Grupo A del primer mundial alemán. 1974. Alemania Occidental ganó el partido 1-0 con gol de Paul Breitner, en el minuto 16. Chile llegó a Alemania por causas políticas; no deportivas.

Reinoso fue actor de reparto de una de las mayores imposturas del futbol organizado. La Rusia soviética se negó a formar parte de un abuso militar en contra de disidentes. 

Reinoso nació en el año del final de la Segunda Guerra Mundial, 1945. Un poco antes de la rendición incondicional de Alemania. Marzo 7 contra mayo 10. Hijo de pobre; nació pobre. Pobrísimo. Por las noches dominaba la pelota en una habitación desolada, como se lo ordenaba su padre, también futbolista y albañil. Cuando se produjo el asalto al Palacio de la Moneda, en septiembre de 1973, Carlos ya jugaba en México y era dueño de su próspero destino. Ajeno, o ignorante, de la política, a pesar de nacer en la miseria, no reparó en “el caso chileno”, como lo llamaron en Washington. El astro era apolítico, pero no tanto. Tenía sus propias ideas sobre el Objetivo Histórico. 

Salvador Allende -cuatro veces candidato a la presidencia- había llevado a Chile a una crisis económica insospechada. Carlos, en cambio, vivía época de bonanza. Era el astro extranjero mejor pagado en la liga nacional, en la que el América de Azcárraga ya era rival y autoridad.

La Guerra Fría estaba de moda: en el 22 de junio de ese ’74 se enfrentaron, por única vez, las dos Alemanias, la Federal y la Democrática. Ganó el Este con gol de Jürgen Sparwasser en el minuto 77. Franz Beckenbauer, el capitán del Oeste, nunca -según dijo después- olvidaría aquel partido de Hamburgo. 

Antes del derrumbe de las Torres Gemelas de Nueva York, el once de septiembre era una fecha peculiar para Latinoamérica, que salía a las calles para festejar el triunfo socialista chileno, entre odas al Ché y a Fidel Castro.  

En un día similar de 1973, Augusto Pinochet encabezó el asalto al Palacio de la Moneda en el que fue asesinado el presidente Allende y varios de sus colaboradores cercanos. Pablo Neruda moriría doce días después en Santiago, la capital chilena en la que la represión y la persecución de disidentes -de izquierda- era cosa de diario. Debajo de las canchas había presos políticos. Y la FIFA lo sabía. Ninguno de sus dirigentes pronunció algo parecido a la condena o la conmiseración. Víctor Jara ya era parte de la estadística. 

Chile llegó a Alemania con ayuda de la URSS, pero en sentido inverso a lo que esa palabra significa: la Rusia Soviética fue un desdén. Y un impulso. 

La Unión Soviética, que había inaugurado el Mundial de México ’70 con un brillante 0-0 ante la selección mexicana y eliminada en cuartos de final ante Uruguay, en el estadio Azteca, no logró su clasificación directa para el certamen alemán. Tampoco Chile, ajeno a México ’70. En 1966 los chilenos fueron eliminados del campeonato inglés por la URRS en un juego dirimido en Sunderland, con marcador de 2-1. Reinoso no fue convocado al certamen. 

En 1973 -cuando al Mundial sólo asistían 16 países- Chile y la URSS tuvieron que jugar un par de partidos para clasificarse a la fase final. El secretario del Partido Comunista Soviético era Leonid Brezhnev, quien había llegado al cargo justo en 1966. Chile, en el Grupo 3 de la Conmebol, tuvo que jugar un desempate en Montevideo ante Perú y la Unión Soviética  no pudo sobreponerse a Irlanda y Francia, en el grupo 9 de Europa. Cara o sol. Matar o morir.  

Los partidos de ida y vuelta para la eliminación directa entre los dos países fueron programados para el 26 septiembre y el 21 de noviembre de 1973. En el Estadio Central Lenin de Moscú, sin que la prensa pudiera entrevistar a los jugadores chilenos -entre los que no se encontraba Reinoso- los contrincantes empataron a cero en un juego sin otra celebridad. 

Cuando los soviéticos tuvieron que responder la visita, comenzó el problema “Chileno”. La URSS -al revés de lo que sucede ahora- exigió jugar en una sede alterna antes de viajar a Santiago como protesta a la barbarie del régimen militar. Ya el politburó se había enterado de las atrocidades del nuevo orden pinochetista. La FIFA no concedió. El juego de vuelta debía jugarse en el Estadio Nacional y en la hora programada. La URSS desistió, como lo hace ahora la Polonia de Robert Lewandowski, el astro del Bayern Múnich, ante la Rusia de Putin. La URSS no volvió a Santiago. Aquello sería una canta a solas.

Para los comisarios de la FIFA, no hubo nada que objetar para que el duelo -dolor y debate- se realizara según calendario. Los prisioneros de Pinochet fueron trasladados al desierto de Atacama. El “Nuevo Chile” estaba listo para enfrentar a los rojos del comunismo. Pero no hubo visitante. El video de aquella puesta en escena es abominable. Chile, según el árbitro, ganó dos a cero. El deshonroso nombre de Francisco Valdés -anotador del gol infame- dio relato a la farsa. Chile, legalmente clasificado, viajó a Alemania para ser martirizado y apestado. Guillermo Cañedo impidió que el 8 del América hiciera el viaje a las trincheras de las ideologías.  

Ya con Reinoso en el césped, Chile sólo pudo empatar ante la RDA y Australia. En el duelo ante la futura campeona mundial perdió percha y prestigio. La Roja terminó el mundial en el tercer lugar del grupo uno. Y volvió con vítores y aplausos del régimen. Fue comparsa de una trampa. Vladimir Putin ya era espía y medía la temperatura de los acontecimientos. 

Sucedió el relato. El último partido de la URSS fue en el Mundial italiano de 1990, ante su vecina Rumania. Perdió 2-0 en Bari. Entonces, Chile volvió a la democracia con el nombre de Patricio Aylwin, quien fue electo presidente el once -otra vez- de marzo de ese año. Entre tanto, Reinoso hizo campeón al América como jugador y como técnico. Sus restos son fama.  

Hoy Rusia es despedida de Europa, ya no forma parte del Mun. Los desplantes del judoca Putin han devuelto la moneda. Nadie quiere jugar contra el Zar, contra la URSS o contra el líder nacido, justamente, en San Petersburgo, el lugar que estuvo destinado para la final de la Champions League, que ya no será, como quería la Historia o una historia. 

En octubre Putin cumplirá 70 años. El dueño del medio campo sigue siendo un protagonista, a media cancha, en el debate entre Este y Oeste. Lo que sí y lo que no.

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