Era un mediodía sin lluvias. La típica calma antes de una tormenta de flashes. Caminaba por los parques de la ciudad, cámara en mano, buscando esa escena perfecta que justificara mi existencia como fotógrafo aficionado, muy aficionado. Las oportunidades escénicas estaban por todas partes, pero mi confianza en el lente estaba en huelga. A pesar de todo, aferrado a no ceder, llegué a mi destino.
Francisco Hinojosa, la mente detrás de la obra A los pinches chamacos, se encontraba sentado en el centro de la librería como un monumento a la paciencia. Los periodistas, alineados, esperaban su turno para bombardearlo con preguntas. Las respuestas, quizá algunas, serán repetidas a lo largo de la tarde. Mientras tanto, yo observaba a mis colegas.
A los pinches chamacos, cuento publicado en la colección Vientos del pueblo del Fondo de Cultura Económica, no es una narración que idealice la infancia. Dice la sinopsis: se trata de una historia violenta acerca de la irónica ingenuidad de un grupo de pinches chamacos. Una narrativa que golpea como un puñetazo en la mandíbula, sin adornos ni edulcorantes, mostrando la crudeza y el caos que se esconden tras los abandonos infantiles.
“Son niños inocentes, ingenuos”, dice Hinojosa con una sonrisa que esconde décadas de observación astuta. “El cuento fue escrito a principios de los años noventa, quizá finales de los ochenta. En aquella época, México era un lugar muy distinto al de ahora”. Su voz se convierte en una máquina del tiempo, transportándonos a una era donde la ingenuidad tenía un filo más agudo y la realidad se reflejaba en espejos deformados.
“Pero me han dicho que este libro es muy actual porque sí vemos ese tipo de cosas; lo leemos en los periódicos, noticieros. Entonces, no era ese México. Hoy, esa violencia ya es algo normalizado”, reflexiona Hinojosa. Su mirada perdida en algún rincón del pasado. “En la actualidad los jóvenes y las infancias tienen videojuegos llenos de armas y muertes… en esos años, sólo teníamos Mario Bros. Esta cultura de las armas, la muerte, ya está extendida. Ahora sí podemos presenciar niños sicarios, delincuentes. Antes era atípico. Por eso me costó trabajo escribirlo. Fue de los cuentos que más me han costado”. Sus palabras resuenan con una mezcla de nostalgia y desilusión, pintando un cuadro sombrío de la evolución sociocultural del país
“Se presta mucho para hablar de estas situaciones. Este cuento se ha representado en obra de teatro, como monólogo, desde hace 22 años”, comenta Hinojosa, su mirada brilla de orgullo con un destello de ironía. “Y apenas lo representamos en mi casa. Esperábamos 20 personas, llegaron 50. Lo organizamos bien. Pero bueno, al final en la representación soltamos un disparo, sí, suena fuerte. Yo pensé, espero no me digan algo en el edificio. Nadie. Nadie escuchó, o nadie salió”. Su relato es una maraña de asombro y resignación, un testimonio de cómo la realidad puede ser más surrealista que la ficción misma.
“En la representación es sólo un actor, un monólogo. Representa a 20 personajes. Este 2024 se cumplen 22 años, 800 funciones”, expone Francisco con encanto. “Habrá una revelación de placa en agosto en el Teatro Sergio Magaña para celebrar un cumpleaños más”. La emoción en su voz pinta un cuadro vibrante de dedicación y pasión, donde un solo autor se convierte en una multitud, llevando a la audiencia en un viaje de dos décadas de crudeza, lágrimas y disparos.
“Yo propuse que el cuento se publicara en Vientos del Pueblo”, revela Hinojosa con satisfacción en el rostro. “Soy autor de la casa, tengo varios libros publicados aquí en el Fondo de Cultura Económica. Lo sugerí porque es una historia que ha gozado de popularidad durante 22 años, y se ha representado desde Estados Unidos hasta Argentina y España. Sin embargo, que la colección se pueda conseguir a 13 pesos me da una alegría inmensa”. Su entusiasmo es palpable, como si cada palabra estuviera cargada de la misma fascinación que impulsó la obra a cruzar fronteras y generaciones.
“En Nueva York nos dieron el premio al mejor actor hispano”, dice Hinojosa, dibujando una sonrisa con aire de triunfo. “Pero a pesar de que la palabra ‘pinche’ solo tiene un significado en México, se entiende en su contexto agresivo, peyorativo, aunque con el tiempo se desgasta. De tanto decirse, ya no significa nada”. El tono es con ironía y reflexión, como si tratara de descifrar el enigma cultural detrás de un término que se traslada y se transforma. “Ahora que se llevó a Perú se presentó con delante de varios niños, igual en Morelia”, añade, señalando cómo el cuento ha encontrado su camino a través de diversas audiencias, desafiando y adaptándose a cada una de ellas.
“El más ingenuo de todos es el protagonista”, reflexiona Hinojosa con un dejo de sabiduría literaria. “Y hay un alter ego. Como dice Ricardo Piglia, detrás de un cuento siempre hay otro cuento”. Su voz se vuelve filosófica mientras desentraña la complejidad de su obra. “Aquí, después de toda la historia de muertes y abandonos, lo que estamos viendo es la atención que los adultos prestan a las infancias abandonadas, una cierta distancia. Esa es la otra parte que me interesaba desarrollar”. Su análisis es un viaje al centro de la narrativa, desnudando la capa superficial para revelar las verdades ocultas que laten en el fondo de su relato.
“Fuera de casa hay que inventarse la vida, encontrar soluciones para todo, y en la trama, los personajes, las encuentran”, explica Francisco Hinojosa con pragmatismo desafiador. “No me gustan los mensajes. No concibo un cuento para transmitir un mensaje. Siempre digo que la mitad de un libro es de quien escribe y la otra, del lector. Se les pide a quienes leen el relato que ofrezcan múltiples interpretaciones, y cada uno lo hace a su manera”. Su clamor transmite una pasión sincera. “Lo que me interesa es que la publicación llegue a muchas manos. Con un precio así, puede llegar a donde se necesita”. En sus palabras, la esencia de la literatura se convierte en un puente que une al autor y al lector, desdibujando las fronteras entre ambos y permitiendo que la historia viaje libremente en el vasto océano de la interpretación.