La luna y yo

Hacía dos noches
que no recibía tu visita,
que tus tenues besos 
no invadían mi piel desnuda.

Tú, única compañera
de los versos cobardes y desolados
que habitan al final 
de la noche creciente en el pecho,
no te habías dignado a saludar.

Ahora, vienes vestida de blanco,
como la vez que te fuiste 
resguardada por las nubes.

No estuviste cuando Marte
se marchó para abandonar 
su eterna vigía,
ni cuando Venus dejó la bóveda
para sellarme los labios.

Pero vuelves, 
porque esa es nuestra condena,
ese es nuestro baile.

Te espero y tú vuelves,
me besas, te abrazo
y al oído me susurras 
el mismo viejo bolero
que canta que me recuerdas,
que la luna aún se acuerda de mí.

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