Febrero se despide con un compendio de relatos donde el presente se deconstruye, una aproximación periodística honesta al inabarcable continente africano, un monólogo sobre el retorno y un conmovedor manifiesto sobre la inmigración.
Un modo de estar sobre la tierra; Patricia Carrillo Collard
Sin duda, Un modo de estar sobre la Tierra es un libro que le habla a la perfección a nuestra época. Allí donde la composición juega un papel fundamental, desde el momento en que a través de cada uno de los cuentos, conocemos la realidad gracias a la perspectiva de varias mujeres, cuyas historias denuncian los dispositivos normativos de la sociedad patriarcal. Tal es el caso de “Sabotaje” y “Mujer errante”, donde Patricia Carrillo Collard consolida una mirada crítica absolutamente depurada. La cual, junto con “Familiasmodelo.com”, nos muestra que la ironía también puede constituir un juicio elemental. Es por eso que considero fundamental voltear a ver esta colección de relatos, donde el presente se deconstruye a cada paso.
Océano África; Xavier Aldekoa
El barcelonés Xavier Aldekoa, cofundador de Revista 5W y corresponsal del diario La Vanguardia, publicó en 2015 Océano África no como un libro sobre África, sino como un libro desde África. Habiendo recorrido más de 30 países y entrevistado a cientos de personas durante una década, Aldekoa reivindica un oficio en extinción: el de las corresponsalías a fuego lento. El libro es de crónica periodística pura y dura, pero el estilo de la prosa y la voluntad de contar historias transpira la mística de la literatura de viajes más clásica, un hecho justificado por la devoción del autor por Julio Verne desde niño. Aldekoa propone a Mali y el mito eterno vinculado a la legendaria ciudad de Tombuctú —la puerta del desierto— como el inicio de la ruta. A esta le suceden textos sobre República Democrática del Congo, Sudáfrica y Angola, uno de los escenarios de batalla anónimos durante la Guerra Fría. Luego, entre otras cosas, se propone visibilizar la guerra civil que desangró a República Centroafricana, agudizada tras el asalto al poder de una coalición rebelde musulmana en una zona predominantemente cristiana. Las historias atraviesan momentos realmente dolorosos, como la de aquel desamparado niño togolés capaz de ofrecer a su hermana a cambio de algo de dinero, aunque siempre tomando distancia del patetismo de raíz romántica, termino acuñado por el reportero Plàcid García-Planas. Aquí hay historias humanas, de las que se pueden palpar. De la glorificación de la guerra y el exotismo con el que suelen abordar África se encargan otros. El propio Aldekoa lo explica mejor que nadie: «Para querer a África no basta con soñarla, hay que caminar sus calles, reírse con su gente, escuchar sus alegrías o tristezas, sentirse ridículo por no entender nada y volver a sorprenderse para comprender».
Nuestra piel muerta; Natalia García Freire
De las entrañas de la tierra, de entre la maleza, hongos e insectos que la habitan, de allí nace y toma forma el grito ahogado que es este monólogo de retorno, el de Lucas, quien ha vuelto a la casa paterna para saldar cuentas más con el recuerdo de su padre muerto —y enterrado en el jardín de su casa— que con los hombres que ahora ocupan su antigua morada. Esta novela breve, la primera de la periodista ecuatoriana Natalia García Freire, se alimenta del odio genuino —es decir, el amor— hacia el padre, de la evocación de los días de infancia marcados por la enfermedad de la madre y de la confrontación del pasado familiar roto por la invasión y el despojo. García Freire hace hablar a Lucas desde la oscuridad y la putrefacción, pero es en la descripción del nuevo hábitat del joven, en su convivencia con artrópodos y descomposición natural, que radica la apuesta de la narradora, quien ofrece párrafos plenos de poesía que enfatiza la energía tanática que permea todo y a todos, pero al mismo tiempo permite un resquicio en el que se filtran atisbos de luz y esperanza. Amén de las cualidades literarias de esta primera novela, hay que celebrar que llegue a nuestro país con poco tiempo de diferencia de su publicación original, en la española La Navaja Suiza. Ésto, gracias al buen radar de Paraíso Perdido, cuyo arrojo en la elección de narradores latinoamericanos para su catálogo —Arelis Uribe, Enza García Arreaza, J.M. Soto y ahora García Freire— es notable. Con esta publicación queda muy claro que la de la narrativa ecuatoriana de nuestros días —como la de Natalia y sus compañeras María Fernanda Ampuero, Mónica Ojeda, Daniela Alcívar y Gabriela Alemán— es una piel viva y vigorosa.
Americanah;Chimamanda Ngozi Adichie
Conocí el trabajo de la autora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie recientemente a través de Querida Ijeawele, cómo educar en el feminismo. Su pluma brinda una mirada al mundo desde el corazón y de un lugar lleno de autenticidad que hace inevitable conectar sus letras con vivencias propias. Americanah es una historia de amor. Ifemulu, la protagonista, nacida y crecida en Lagos, decide partir a Estados Unidos en busca de una mejor educación y por tanto, el acceso a una relativa vida más próspera que en Nigeria, donde ejercía la dictadura militar. En su nuevo hogar se encuentra con el inevitable choque cultural y el tener que enfrentarse a una nueva vida como africana viviendo en Nueva Jersey. En esta historia, Ngzoi Adichie nos da perspectiva sobre la implicación de emigrar del lugar de origen y descubrir cómo se vive la etnicidad en un lugar ajeno al tuyo; el vivir siendo extranjero y la necesidad del eventual reencuentro con las raíces. Una novela de matices, noble y llena de poder que funge como ventana a la realidad del inmigrante.