Desperté creyendo que había sido una pesadilla, pero entonces recordé que ya te habías ido. La sal recorriendo en mi rostro apareció instantáneamente.
Quiero pensar que no sufriste porque tu diagnóstico era favorecedor, sabemos que ya hacías las típicas bromas que te caracterizaban y a escondidas alcanzaste a ver a tu esposa una vez más.
Si estuvieras aquí, seguramente me dirías que no estuviera triste, que sonriera tal y como tú lo harías, inclusive contando chistes acerca de tu partida. Porque es algo que hiciste y seguramente me pedirías.
¿Sabes?, es injusto utilizar la frase Nueva normalidad. Qué frase tan vacía e inhumana. No es normal no haber podido ir a visitarte al hospital. Tampoco darte un último adiós como lo merecías. O protegernos de un virus que puede matarnos por un beso o un abrazo, ni mucho menos que miles de personas hayan muerto con tanta soledad.
Me duele mucho recordar que hace cinco meses me rescataste del que seguramente fue el mismo virus que ahora te tiene descansando; yo no pude salvarte, me mata la impotencia de no haberlo hecho. Es irreal que tu profesión tampoco pudiera hacerlo, sigo sin creerlo.
Hace 10 días estaba pensando en bajar la guardia, empezar a salir, hacer ejercicio fuera, ver a mis amigos, viajar, según yo con precauciones. Porque este confinamiento ha vuelto loco a más de uno, sin saber cómo lidiar con las personas que viven en el mismo techo o con uno mismo y al igual que muchos, me sentía con el derecho de divertirme.
Quise imitar a mis conocidos que publicaban cómo se siente regresar a la extinta normalidad, disfrutar lo que me queda de mis últimos veintes, vivir estos meses que estuvieron en pausa, pero entonces el viernes mi chip cambió.
Quizá no debería contarte esto, pero sin querer estuvimos con tu hijo el día de tu partida, jamás podré borrar de mi memoria verlo salir del hospital, con tu nuera abrazándolo, el celular en la mano, sollozando la causa de tu muerte y corriendo a abrazarme. Sinceramente mi primera reacción era no querer abrazarlo, pero entonces recordé que estaba solo, que lo adoro y que mi tía también está hospitalizada…el cariño salió impulsivamente.
Se desplomó en el piso llorando, gritando por tu partida, incrédulo porque pensó que volvería a verte con vida, porque él también era tu colega y tampoco pudo salvarte.
Entonces dejó de ser mi primo tres años mayor y se convirtió en un niño que estaba desprotegido sin sus padres. Entendí que este maldito virus nos quitó la calidad humana. Aún con los riesgos de tocarnos, la soledad de las circunstancias nos llevó a ofrecer un abrazo fuerte de consuelo y apoyo. Es injusto que las demostraciones de afecto sean letales.
En estos días he creído que sí viniste a visitarme, como lo habíamos acordado después de que pasara todo, pero no fue para comer y reírnos hasta las lágrimas, sino para llevarme con él. Porque sabías que lo iba a necesitar.
Es imposible hacerle entender a la gente que esto existe, que nadie es inmune, que sí debemos tenerle miedo, que no discrimina a ninguna edad, raza o posición social. Tengo la teoría que si tuviera algún color, nadie se atrevería a salir de sus casas.
Antes de esto creía que tenía el poder de un verdugo, deseaba que toda esa gente que ha sido afortunada de no contagiarse, que se ríe, es egoísta y se burla, debería estar contagiada para que aprendiera, pero la realidad es que no se lo deseo a nadie, es una maldita pesadilla, pero desafortunadamente nadie escarmienta en cabeza ajena.
Me da gusto saber cuántos médicos te admiran, que también estuvieron al pendiente de ti hasta tu último aliento, todas las personas a las que cuidaste, hiciste reír y las miles de vidas que salvaste, te convirtieron en una persona inigualable. Ayer me tomé unos mezcales en tu memoria, nunca te dije te quiero, pese a que era evidente. Perdóname por eso.
Ahora más que nunca creo que nadie debe vivir con rencor o deba guardarse lo que siente, decir cuando extrañas o amas a alguien. Te fuiste en seis días, nadie te dio el privilegio de saberlo. Te prometo que todos los días que siga en vida, los viviré al máximo, sin quedarme nada, entregarlo todo. Ser feliz, así como tú.
Gracias, tío Chema, me enseñaste que siempre debo sonreír, que una profesión se puede amar tanto que es imposible dejarla y que la vida sin humor, no es vida.
Fuiste como otro hermano para mi mamá y te pedí muchas cosas en vida, pero agregaré una cosa más. Por favor cuida a tu familia, protégela, síguenos cuidando como lo hiciste durante tantos años, adelantaste tu partida, pero sé que seguirás ejerciendo como el Dr. Simeón González Hernández que tanto quisimos.
Ya te extrañamos.
Una respuesta en “Me quedé con ganas de abrazarte”
Conocí muy poco al Dr Chema, un gran hombre siempre con esa gean alegría. QEPD