Mi madre, la asadora

Es en la medida en que usamos el espíritu crítico que podemos dejar de incorporar estas nociones tan arcaicas y anticuadas asociadas a los sexos.

Los sectores de una tienda de ropa, los baños en los restaurantes, los vestuarios en un gimnasio, los deportes que se practican en las escuelas. La clasificación según el sexo atraviesa nuestra vida cotidiana y está instaurada en la configuración misma de la vida social. Es un concepto tan incorporado que tendemos a reproducirlo casi de manera automática. La forma en que se organizan en el recreo para jugar, chicos con chicos, chicas con chicas. Y queremos creer que es cosa de niños pero no es así. Luego crecemos y nos juntamos los fines de semana con amigos. Ellos alrededor de la parrilla, ellas charlando en la cocina…

¿Estamos preparados para dejar atrás esta configuración?¿Es acaso éste el cambio que necesitamos?¿Matarán a menos mujeres o quebraremos el techo de cristal por usar el mismo lavabo?

Habría que ver si estas divisiones tienen que ver con el sexo de la persona o más bien con el género de la misma. Palabras que se han usado de forma indistinta pero que cada vez más se concientiza a la población de sus importantes diferencias. Los hombres no están alrededor de la parrilla por lo que tienen entre las piernas, no hay algo en su adn que los predisponga a cocinar con fuego. Se entiende que es una actividad que implica cierto riesgo y el uso de la fuerza.

Mientras que las mujeres se juntan en la cocina, uno de los espacios del hogar que más asociamos con la figura de la madre, con el nutrir, con el cuidar al otro. Asociaciones que naturalizamos pero que no tienen nada de orgánico – nunca mejor dicho – sino de aprendido y sobre todo, de aprehendido.

Una de las definiciones que da la RAE de la palabra aprehender es: “Concebir las especies de las cosas sin hacer juicio de ellas o sin afirmar ni negar”. Juzgar tiene muy mala prensa, pero no siempre es algo negativo. De hecho es una práctica indispensable para deshacernos de aquellas cosas que ya no suman. Es en la medida en que usamos el espíritu crítico que podemos dejar de incorporar estas nociones tan arcaicas y anticuadas asociadas a los sexos.

Por lo tanto no se trataría de eliminar la noción de sexo o su uso como categoría, sino de dejar de aprehenderlo como modo de organizar la vida en sociedad, dejar de reincidir y replicar cuestiones que ya no nos representan.

¿Pero se puede eliminar algo que existe? La RAE define eliminar como: “Quitar o separar algo, prescindir de ello”. ¿No sería acaso prescindir de nuestro sexo la finalización total de la raza humana?¿Hay humanidad sin sexo?¿Podemos quitarnos nuestros genitales?¿Podemos separarnos de nuestra naturaleza sexual?

¿Alcanza decir que algo ya no existe, para que no exista? Decir que el sexo no existe es un capricho ilusorio. Se haría mil pedazos cada vez que nos damos una ducha y el espejo nos devuelve el reflejo de nuestro cuerpo desnudo; y en él la verdad innegable de que no somos omnipotentes.

No se trata entonces de negar lo que hay, sino de dejar de reproducir constructos obsoletos. El verdadero triunfo del segundo sexo será la desaparición del género. Esto solo se conseguirá desde la educación temprana. En mi casa, el mejor asado siempre lo hizo mi vieja.

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