Nunca tuve que hacer mucho,
decir algunas palabras de más;
cantarte en cada tarde que caía,
sólo tuve que detenerme, sentir el mar,
para perderte;
las olas te arrastraron,
carentes de piedad, libres como suelen ser.
Nunca tuve que hacer mucho,
leer algunos libros donde no estabas,
escribirte donde sí;
se necesitó un soplo en el faro,
para perderte;
realmente nunca exististe.