Sin señas particulares: dolorosa travesía

La estremecedora y escalofriante cinta mexicana Sin señas particulares, ópera prima de Fernanda Valadez, coescrita por ella misma acompañada de Astrid Rondero, es la más nominada a los premios Ariel, compitiendo en 16 categorías, entre ellas Mejor película y Mejor directora. El filme obtuvo el año pasado el Premio Horizontes Latinos en el Festival de Cine de San Sebastián, entre algunos otros reconocimientos, tales como el premio Gotham a la Mejor película internacional o el premio del público en el Festival de Sundance 2020.

Se trata de un filme que aborda la dura temática de los jóvenes desaparecidos en México, quienes, en busca de un futuro mejor, se alejan de sus hogares para encontrarse así, arrastrados hacia los más feroces infiernos.

La historia se narra principalmente desde el punto de vista de Magdalena (Mercedes Hernández), una madre que atraviesa un verdadero calvario al intentar encontrar a su hijo desaparecido, siguiendo sus pasos tras su partida hacia la frontera, para cruzar como indocumentado a los idealizados Estados Unidos; paralelamente, conocemos a Miguel (David Illescas), un migrante deportado, quien recorrerá también un largo trecho en sentido contrario para regresar así a su tierra en busca de su madre y cruzará en algún punto su camino con Magdalena.

A lo largo de la cinta, los espectadores acompañamos a Magdalena por una penosa travesía en la que claramente será una víctima más, tanto de abusos como de injusticias burocráticas; de tal forma que cada uno de los personajes —o apenas unas sombras difusas cuya identidad nos es velada— con las que se cruza en el camino para pedirles ayuda, la recibirán con un frío hartazgo y sin mostrar nunca su rostro a la resignada cámara —que no hace el esfuerzo por mostrarlos completos—, como unos seres distantes e indolentes; “servidores públicos” endurecidos ya por las circunstancias cotidianas. Tan solo escuchamos sus hastiadas voces en off, mientras los planos los presentan fragmentados, ya sea ocultos tras las puertas o de espaldas a la cámara, pero nunca serviles ni empáticos, y se exculpan tan solo con frases hechas, muy cortas, que en realidad aportan poco y confortan mucho menos. Probablemente será el miedo o la intimidación lo que los mantiene al margen; o tal vez la trágica repetición de eventos desafortunados ha conseguido habituarlos a ellos.

Mercedes Hernández (quien en  2014 había ya había trabajado con Valadez, al igual que David Illescas, en el cortometraje 400 maletas), logra transmitir con maestría la terrible desolación que entraña su corazón de madre al toparse de frente, una y mil veces, con las paredes infranqueables de la corrupción, lo que termina por inundar todo su ser de una indescriptible impotencia.

La terrible realidad se presenta en Sin señas particulares como desalentadora y violenta; entre tanto, la desesperanza se apodera de personajes como de espectadores por igual. El silencio, que pesa demasiado, impera a lo largo de todo el relato haciendo que se sienta cargado de angustia y expectación; por momentos ese persistente silencio suena incluso con más dolor y estruendo que si se acompañara de una enérgica banda sonora.

Es así como las imágenes y el silencio van construyendo la película y Valadez ostenta un sensible estilo para plasmar en pantalla la complejidad de ciertos eventos. Hay, por ejemplo, una secuencia sumamente violenta hacia el clímax de la película, y sucede mientras la narración de la misma se escucha en lengua indígena sin subtítulos que la traduzcan, lo cual es, sin duda, una decisión acertada, ya que el horror que se desprende de ella no tiene palabras que puedan transcribirla.

Hay, en definitiva, todo un planteamiento estético en refuerzo a lo irónico de la cotidianidad del país y lo inaudito de esta tan común situación. Y es que, por un lado nuestros ojos se llenan con la impresionante belleza del entorno y del paisaje, debido a un cuidadoso uso del plano y el encuadre, mientras, por otro lado, dicha belleza se vive como indescriptiblemente dolorosa en respuesta a los sucesos narrados, precisamente porque consigue recalcar que es el ser humano quien aporta los elementos turbios y disonantes, los que rompen la armonía y alteran todo haciendo del mundo un lugar más atroz.

Asimismo, el fuego, que todo lo arrasa, predomina como el elemento constante y perenne de toda la cinta; un fuego enérgico y abrasador que no da tregua alguna y que de pronto nos quema la vista, y de su furia sólo quedan las cenizas catárticas de la historia narrada.

En definitiva, es claro que Fernanda Valadez —una directora que apenas comienza lo que promete ser una interesante trayectoria— consiguió crear una puesta en escena poderosa, invitándonos a través de ella a realizar y experimentar, como si fuera en carne propia, un viaje extremadamente dantesco que nos lleva a asomarnos a  los profundos infiernos de una realidad mexicana, tan preocupante como triste y dolorosa; no obstante, logra hacerlo desde una posición de empatía y comprensión, a la vez de hacer gala de un personal dominio del lenguaje cinematográfico.

Título original: Sin señas particulares
Año: 2020
Duración: 98 min.
País: México
Dirección: Fernanda Valadez
Guion: Astrid Rondero, Fernanda Valadez
Música: Clarice Jensen
Fotografía: Claudia Becerril Bulos
Reparto: Mercedes Hernández, David Illescas, Juan Jesús Varela, Ana Laura Rodríguez

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