Sobre un futuro incierto

He tratado de borrar todos los pedazos de todos los recuerdos que me hacen sentir que vivo encerrada en el mismo reloj de arena

Son las 2:18 de la mañana y estoy despierta porque, a veces, los sueños también hacen daño. He tratado de borrar todos los pedazos de todos los recuerdos que me hacen sentir que vivo encerrada en el mismo reloj de arena. El tiempo me ahoga. Una y otra vez el mismo tiempo; hasta que una mano desconocida le da la vuelta al recipiente y vuelta a empezar. 

Tic, tac, tic, tac… No hay agujas que dictaminen el compás de los minutos ni que cosan mis heridas. Sé que ayer ya no es hoy y eso es suficiente para comprender que mis manos han crecido y han olvidado cómo acariciarte. Han pasado tantos años como hojas en el calendario, la deforestación del tiempo inunda el suelo y ahora me ahogo en el mar.

En el mar te dije adiós, aunque no estabas para escuchar mi despedida. Ahora que te encuentras tan lejos de las olas, he dejado de pedirles que te rujan al oído lo que has olvidado recordar. 

Tic, tac, tic, tac… Todo sigue en silencio. No hay manecillas ni números que me ayuden a contabilizar cuánto llevo escribiendo, cuánto llevo sin dormir, cuánto llevo soñando o llorando. La arena vuelve a cubrirme el pecho y oigo el amortiguado susurro de un cansado latir. La mano ha regresado. 

Vuelta a empezar.

No sé qué día es mañana,
solo sé que ya no es hoy. 
Y que pueden seguir siendo
las 2:18 de madrugada, 
o quizás, nunca lo han sido.

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