-…no lo creas, lo he pensado, y pensado, pero no logro saber qué fue lo que ocurrió con Alberto, quizá la ausencia, la lejanía, el voluntario destierro, quizá el fracaso, el derrumbe del ídolo, el golpe final, la derrota última, todo fue tan rápido, quizá la guerra, uno no tiene idea de lo que se vive allí, ¿te imaginas?, ves cuerpos destrozados por todos lados, oyes gritos de lamento insoportable, estás lejos y solo, buscando tercamente yacer por fin en los reinos de la muerte, pero no te mueres, el castigo es que no te mueres, sigues vivo, vivo, óyelo bien, vivo para ir a contar lo que escuchaste en sonido estereofónico, lo que viste, lo que oliste, lo que padeciste, testigo de ringside de la barbarie, de la mísera y apestosa especie humana, regresas y narras detalle a detalle los rincones del infierno, del verdadero infierno, no el poético de Dante, no, el verdadero, en el que reina el dolor, el castigo infinito, la purga dolorosa de las penas, describes cada pasaje, cada tiniebla, cada sufrimiento, cada lamento, ¿has olido la muerte? ¿sabes cómo apesta la carne quemada? ¿los intestinos? ¿la sangre podrida?, tampoco yo, pero me lo he imaginado, no te creas, he tratado de imaginarme por un rato nomás la insoportable guerra, el banquete de los muertos y cuando regreso a esta realidad absurda me siento menos material que antes, finjo que no pasa nada, nada, pero ¿no acaso todos, como aquel personaje de Thomas Bernand, todos vamos fingiendo, representando, ante nosotros mismos y ante los demás, un papel que no somos, que no nos atrevemos a ser, a veces por miedo, a veces por vanidad, por impotencia, trauma o delirio? ¿no es cierto?, ahora yo te pregunto ¿te has puesto a pensar en ello?, aunque no lo creas es difícil, me imagino el exterminio y puedo entender lo que le pasó a Alberto Babe Arizmendi después de aquella hoguera de suplicios.
No, no creo que haya sido nada más el fracaso, la derrota y la humillación, el derrumbe de sus sueños, porque a final de cuentas eso es soportable, creo que fue otra cosa, el cumplimiento de un destino, esa fuerza que nos lleva la gran cita, ¿qué fue lo hizo que se alistara a la marina americana? imposible saberlo, ¿la lejanía? no lo creo había peleado muchas veces en Los Ángeles, quizá, eso sí, la ausencia, la ausencia de todo, del arraigo, quizá, estoy seguro que no fue una decisión fácil para él, pero lo hizo y volvió, ¿volvió? sí, volvió pero ya no era, ya no era.
Desde luego que ya no eres el mismo después del Infierno, digas lo que digas ya eres otro, eres el fantasma de miles de fantasmas, de miles de seres a los que la gracia les dio la fortuna de morir, no es tan difícil morir, dice un personaje de Byron, la gracia de caer en el descanso total, en donde ya no hay fe, la mayor de las pasiones, tampoco lamentos, ni quejas, la fe ha dejado de ser útil porque ya nada tiene utilidad alguna ¿no lo digo ya Broch?, en la existencia locamente deliciosa pocos se dan cuenta que la muerte está entretejida en los ojos y en los rostros, que yacer para el amor es yacer para la muerte, ¿no lo dejó bien claro?, no lo creas, lo he pensado, morir debe ser bueno, es más, morir debe ser lo más lindo de la vida, te vas, te vas, te olvidas por fin de todo, comienzas a ser memoria, fantasma, ya nada tiene remedio, te apareces de vez en cuando a un familiar solamente para recordarle quién fuiste, que debes alguna deuda, alguna manda, tal vez en este caleidoscopio de figuras de las que hablas el Babe quiere contar algo, algo, qué se yo, no se te ha aparecido una figura en la alta noche lamentándose, quejándose, perdido en su mustia eternidad, esperando el juicio del que nadie logra siquiera un amparo, una absolución, pero qué absurdo, quién va a querer una absolución, un perdón, en el último proceso ante el Juez insobornable, es mejor salir cuanto antes de este lío, de este espejismo terrible de figuras sin bocas, sin almas, sin músculos, de esta espantosa risa sin dientes, todos, tarde o temprano, pediremos clemencia, tarde o temprano, nos arrodillaremos pidiendo piedad por haber sido demasiado irracionales, por haber sido muy racionales, por haber creído y por haber profanado la vida en su sentido más estricto, más llano, vivir, plenamente, sólo vivir, como lo recomendó el viejo Tolstoi, el buscador de sentidos, el testarudo y maravilloso Tolstoi. No pongas esa cara, sabes que es cierto, todos vamos buscando un por qué, un para qué, un cómo, un qué, algo que nos anime a seguir de pie, a no renunciar, pero al mismo tiempo algo nos recuerda que esto no tiene manera de componerse, todo nos parece irremediable, hasta la guerra, pero la guerra es lo más remediable de todo, pero no, hay que producir un muerto, otro muerto, otro muerto, para que sean esos muertos los que nos entierren, que los muertos entierren a sus muertos, ¿no lo dice la palabra sagrada? La guerra persiguió al Babe desde muy niño, nació el 17 de marzo de 1913, en Tampico, un año después en Sarajevo comenzó a prepararse la carnicería, la bestialidad, el festín de la morgue, marzo, ¿te fijas?, Ares, la cólera divina, el señor de las viudas, de los huérfanos, de los buitres, de la carroña, gobernador de las ruinas, espantosos vestigios del rencor, de la ambición, de la ira de seres que sostuvieron haber encontrado el verdadero sentido de la existencia, y sobre ese sentido de verdad único destruyeron la de otros sin remordimiento alguno, en ese mundo vino a nacer el Babe y, por si fuera poco, como mal presagio, su cuerpo quedó paralizado cuando él tenía ocho años, nada bueno, amigo mío, nada bueno le esperaba al futuro campeón de los gallos.
Los médicos le dijeron a los padres del Babe llévenlo al mar, con unos cuantos ejercicios, y con la ayuda de las olas, se curará poco a poco, poco a poco se fue recuperando, en efecto, pero para qué, para qué, para caminar más de prisa hacia su final, como todos, dirás y dirás bien, vivir es caminar hacia la muerte, pero espera, lo importante no es caminar hacia el precipicio oscuro de la nada, si todos vamos para allá ¿qué es lo que nos diferencia, qué hace distinto a un muerto de otro muerto? ¿qué nos diferencia a la hora de partir si lo que nos ha hecho iguales? según Lessing, es nuestra debilidad por las pasiones, las pasiones han hecho iguales a todos los hombres, creo y podrás estar en desacuerdo conmigo, me da igual, después de todo, creo lo que lo que hace distintos a los muertos es algo sutil, algo metafísico, no es el tiempo que tardaron en llegar al punto cero, a la desolación final, sino cómo caminaron hacia ese punto, hay quienes vinieron vivieron tres años y llegaron cómodamente a la oscuridad sin haber tenido conciencia de la luz, almas que no necesitaron más que unos cuántos meses para salirse de este tedio, de esta zozobra, hay otros que tardaron 103 años para hacerlo, hombres o mujeres que necesitaron muchas décadas para estar en paz por fin con la naturaleza, ¿te imaginas?, debe ser terrible durar tanto en este manto de lágrimas, ¿cuántos muertos se produjeron en la vida de un hombre de cien años, cuántos? calcula, en dos guerras, tan sólo, cayeron 70 millones de seres humanos, pero este siglo atroz acabó con muchísimos millones en los totalitarismos y en todos los ismos que quieras imaginar, y en su entorno, en su núcleo cercano, padres, hermanos, hijos, amigos, ¿cuántas lágrimas derramó ese hombre para lograr ser polvo?, creo que todo tiene que ver con cómo caminaron esos hombres por el sendero de la muerte, eso es lo que importa a final de cuentas, a final de cuentas no somos más que cómos, maneras de tejer un día con otro, un año con otro. Déjame decirte algo, El Babe jugaba al beisbol, tenía una novena en Tampico, parecía que espantaba los males cantados en su infancia, pero una tarde alguien lo vio pelear con alguno de sus compañeros, y entonces todo se alineó para la desgracia, para la urgencia, la muerte a veces lleva prisa, a veces he pensado, no lo creas, que cada acto que cometemos, además de los rencores, de las pasiones o las enjundias que ponemos en él -o en ellos-, pretende ser la clave de nuestras existencias, hay algunos, sin embargo, que lo logran, hechos no circunstancias, que nos determinarán para siempre, para siempre, pareciera que el libre albedrío se presenta solamente dos o tres veces en la vida insípida de los hombres, seres generalmente poco interesantes para el registro de la historia, y esas dos o tres decisiones son determinantes para el resto largo o corto de sus días ¿te has imaginado alguna vez, en esos momentos de ocio, de esparcimiento que no llevan a nada, cuántos hombres han nacido, cuántos han sido paridos por infinitos vientres, cuántas veces la población actual de la humanidad ha venido al mundo y se ha ido sin dejar un solo rastro de su paso por este sordo altiplano de pesares? ¿lo habías pensado?, seguramente alguna vez y seguramente te imaginaste montañas infinitas de cuerpos inanimados, como esos papeles que se empilan en los archivos de los notarios, papeles que nadie volverá leer, que ya no sirven ni para el inventario, ni para cotejar absolutamente nada, gestos irremediablemente perdidos en el hoyo negro de los tiempos, gestos que tardaron acaso dos generaciones en ser devorados por la lava que sueltan los movimientos telúricos de las épocas. El Babe tenía diez años cuando dejó todo por el boxeo, buscando justamente eso, no ser un gesto más, pero, también, y eso debió saberlo, la fama es un malentendido, una farsa, una finta, dice Claudio Magris que la muerte es la que narra la vida de los hombres, la muerte, querido amigo, es lo genuino, lo único auténtico en este teatro de simulaciones, el Babe tenía diez años cuando alguien le consiguió una pelea, si a eso pudo llamarse propiamente una pelea, contra un chamaco de su edad, absurdamente llamado El Firpito, diminutivo de aquel que cayó siete veces antes de que cantara la segunda campana contra el muro Dempsey, un público fantoche y morboso aventaba monedas al cuadrilátero, propinas para el matadero. Los padres del niño no lo dejaron debutar con tan corta edad, y tan poco vuelo, dijeron que esperarían, escucha, hasta que llegara al mosca medio, es decir, a unos cuantos gramos más, apenas volando, Rafael del Castillo lo debutó en San Antonio, Texas, en 1927, cuando tenía apenas 14 años, una edad en la que apenas tienes conciencia de la vida, qué vas a saber de la muerte, ese rincón alejado a la otra orilla del río, El Babe era, entonces, el saludo de un relato, ganó por nocaut en el primer asalto, una entrada corta para una novela corta, millones de veces escrita en un siglo de setentaicinco años, El Babe era el jovencito que se adelantaba a los años de la Juventud, venidos irónicamente después de la Segunda Guerra, la madre de hijos sin padre, de hombres que se fueron y no volvieron y los que volvieron mejor se hubieran muerto, Guerra de los 50 millones de muertos, millones de novelas cortas que ni sus familiares terminaron de leer, a los 17 años, enfrenta a Rodolfo Teglia al que vence en diez asaltos y en ese mismo 1931 acaba con Kid Pancho para hacerse del título nacional gallo. ¿Sabes lo que dicen los archivos, los libros de récords y los who is who? que ha sido el boxeador más joven en hacerse profesional, ese, según ellos, es su gran mérito, su gran mérito, pírrica victoria para un huérfano de su tiempo, para un desamparado de la gracia, el más joven en hacerse profesional, qué honores, qué gloria, qué logro, todavía puedes leerlo, busca la página de la Wikipedia, esa solución pronta y gratuita a las grandes dudas, porque las otras, las importantes, ya no son ni siquiera inquietudes, ni preguntas, ni nada, eso dice la Wikipedia, pero ¿cuándo has visto que la literatura de la estadística, del número, hable de las angustias, de las tristezas, de las lágrimas de alguno de los hombres que cuenta entre sus matemáticas? nunca, no hay forma de medir los azoros, los dilemas, las contradicciones de los hombres, sabemos que entre el septiembre del 39 y el del 45 murieron 50 millones de hombres, mujeres y niños, pero es imposible saber cuántos sentimientos se fueron para siempre entre esos infelices, cuántos posibles romances, cuántos futuros hijos, cuántos nietos, cuántas vidas futuras se rompieron a causa de las bombas, de las granadas, de las municiones, de los campos de concentración, de los gases y de las ametralladoras, la avalancha de la Bestia avanzaba por toda Alemania, por Nuremberg, por Munich, por la Selva Negra, cuando El Babe brillaba en Los Ángeles repartiendo golpes a diestra y siniestra, rápidos goles a veces inofensivos, pero muchos, repetidos sin descanso, la repetición es lo que cansa, lo que aburre, lo que mata, cada hombre viene a repetir los actos nobles y deleznables de otros anteriores y otros futuros, otros que vienen en camino, repetirán los suyos hasta el hasta el final, los hombres somos una repetición insoportable, acaso esperamos la última repetición para la redención final de los pecados, para el final definitivo de toda repetición, de toda vuelta a lo mismo desde que nos echaron del paraíso, esperamos al último hombre, al revés de Camus, para que esto acabe finalmente para bien de la naturaleza, del cosmos, del universo, para que todo vuelva a la calma del inicio, del primer silencio, cuando nada era, ni el ruidos Big Bang, ni la molécula de Dios, el primer aliento, El Babe iba caminando, paso a paso, hacia su destino y su destino no era, como él pensaba, el ring de la Ciudad de México, ni el de los Ángeles, tampoco el de Nueva York, en donde en 1934 ganó el campeonato pluma de aquel estado a Mike Belloise, en una pelea a quince asaltos, no, ese no era el destino de El Babe Arizmendi, tampoco era Henry Armstrong, al que venció en diez largos asaltos en el Estadio Nacional de la colonia Roma, no, por más que el negro dijera con unas palabras sinceras y tal vez hipócritas “sólo alguien tan loco como yo hubiera osado enfrentarse cinco veces a un rival como Arizmendi, sostuve 150 combates, y pocos fueron tan difíciles como esos, es un peleador infatigable, asombroso, y era dos centímetros más chiquito que yo”, honestas palabras con la salvedad de que el negro venció tres veces al Babe después de que éste acabara con él en las dos primeras, no, el destino por cumplir de El Babe era ser parte del musical del homicidio a gran escala, de la ebriedad del apocalipsis, el destino del Babe Arizmendi era la tiniebla, el fuego, no te creas, lo he pensado, qué hubiera sido si la Guerra no se hubiera atravesado en la vida de tantos millones de inocentes, entre ellos El Babe, que hubiera pasado si los hombres y las mujeres que rescata Peter Englund pudieran contar en primera persona lo que nunca hicieron, lo que les faltó por hacer, un pastel de manzanas, un nuevo beso, un nuevo abrazo de la amada, un nuevo apunte, un nuevo te quiero, me estremece verlo de ese modo, verlo todo con estos ojos que no ven, con esta imaginación absurda, macabra, que hurga los detalles que no fueron, que nunca más fueron, ver, por ejemplo, a El Babe después de que regreso y empezó a contarlo todo con todo detalle, como sino pudiera borrarlo de la memoria, te digo que no tenía 30 años cuando se alistó a la marina americana para pelear contra la Bestia, poco tiempo después de Pearl Harbor, tres años estuvo en el frente de guerra, los tres lo más duros, los más devastadores, regresó otro, no aquella cara de chiquillo que no se le quitó nunca a pesar de la dura rutina de los combates, que fueron al final de su carrera más de 87, cuando volvió, intentó como muchos de los veteranos de guerra, reincorporarse a la vida de los demás, de los que habían asistido a la matanza a larga distancia, por carta, por telégrafo, por la radio, como los demás, como esos seres que los veían como extraños, como muertos salidos de entre los muertos, intentó hacer lo que otros, administró restaurantes en Los Ángeles y parecía que los combates en las trincheras y en el cuadrilátero se le habían olvidado del todo, como golondrinas negras de un invierno crudo y negro, que se aleja para siempre con la llegada de un sol más benévolo, palabra equivocada siempre, nada ni nadie es benévolo, pero no, nunca se le olvidó lo que vio en la Europa en llamas, a los 49 años, 17 después de su regreso de la Guerra, comenzó a sentirse mal, mal, se realizó exámenes médicos, electrocardiogramas, electroencefalogramas, estudios para detectar diabetes, pero en donde has visto que la depresión, el miedo y la angustia aparezcan en uno de esos aparatos, en esos exámenes que solo miden pulsaciones, ritmos, matem- lo he pensado varias, muchísislota, tas y decel niño que dijo pap m la amada, un nuevo apunte, un nuevo te quiero, y medidad.
áticas, luego pensó que se moría, se le paralizó, otra vez, la mitad del cuerpo, se acordó de aquellos malos presagios, la impotencia de jugar al beisbol, de las caras de preocupación de sus padres, que siempre quisieron lo mejor para él, para su niño, para el bebé que amamantaron, al que le cambiaron infinidad de pañales, para el niño que dijo papá, para el niño que hacía pucheros y bobadas, que pintaba manitas y decía palabras a medias, luego la pelota, el desacertado comienzo en el ring, de los diez años, las monedas, se dio cuenta que estaba a punto del cero absoluto, que estaba a punto de ser, por fin, nada, pocas horas antes de que terminara el 62, en el Hospital de los Veteranos de los Ángeles, sintió el abominable alivio de la muerte, así fue, como te lo digo, no te creas, lo he pensado varias, muchísimas veces, y pienso en Spinoza que decía que la sabiduría de los hombres no es meditar sobre la muerte sino sobre la vida, puede tener razón pero medito y creo que para Alberto El Babe Arizmendi, la muerte fue lo mejor que le pudo haber pasado, dejó de pensar en la guerra, en el combate, de pronto comenzó a ser fantasma, un fantasma que viene de vez en cuando a decirnos que tiene una deuda, un pendiente, un dolor que no lo deja en paz, te lo digo ahora que estás, querido mío, a punto de aliviarte de la vida, que estás a punto de ser, tú también, un gesto que pronto se olvidará, no te creas lo he pensado…