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Andrés Neuman: «Los libros pueden ser perversos polimorfos»

Con Pequeño hablante, su más reciente libro, el escritor hispanoargentino reflexiona sobre la paternidad desde un lugar distinto y se refugia en el placer por los libros inclasificables.

Con motivo de su visita a la Ciudad de México para participar en la Filuni (Feria Internacional del Libro de los Universitarios) organizada por la UNAM, conversé con el escritor y poeta argentino radicado en Granada Andrés Neuman (Buenos Aires, Argentina, 1977) sobre su más reciente trabajo Pequeño hablante (Alfaguara, 2024), una obra que explora los límites de la prosa con la poesía.

El ganador del Premio Alfaguara de Novela 2009 (El viajero del tiempo) habló sobre el vínculo entre la vida y la palabra, a través de la experiencia con su propio hijo. Más allá de los sentimientos típicamente asociados a la paternidad, Neuman reflexiona sobre los territorios que se van conquistando y los que se pierden al inicio de una relación con el habla.

Ignoro cómo clasificar Pequeño hablante: ¿prosa, poesía o amor a la palabras?

Me alegra que no sepas. La verdad es que no quiero cerrar nada. Mucho más allá de la paternidad de mi hijo, siempre me interesaron los experimentos fronterizos y hace mucho que vengo sintiendo mucha curiosidad y mucho placer en los libros medio inclasificables. La prosa, la sintaxis, el ritmo están trabajados poéticamente de manera deliberada, podrían leerse como problemas en prosa, y los temas que toca el libro podrían haber sido tratados en un ensayo que tienen que ver con muchas cuestionas de actualidad. 

De educación, de pedagogía… 

Claro, sí, muchos ángulos, muchos temas que tienen que ver con la crianza general y con los aprendizajes lingüísticos en particular. Y decía Freud que un bebé es un perverso polimorfo, y a mí me gusta pensar que los libros también pueden ser perversos polimorfos.

¿El lenguaje limita, delimita o expande?

Toda persona, tenga hijos o no, fue un pequeño hablante, aprendió a hablar sobre la lengua materna, balbuceó durante dos años y le costó aprender a hablar. Esos años de aprendizaje lingüístico y de aprendizaje emocional nos marcan radicalmente para el resto de nuestra vida. Aprender a hablar es una imitación. Es un acto mimético, gregario que implica hablar como lo hacen los demás. Eso te socializa y al tiempo te oprime. Pero también es un acto de encantamiento y de expansión, de poetización cotidiana donde cada palabra se vuelve asombrosa. 

Este libro es biográfico, es un Cantar de los Cantares, pero ¿es un testimonio en primera persona? ¿Cómo te gustaría que en un tiempo lo viera tu hijo? 

Bueno, son dos preguntas diferentes. Una cosa es cómo queremos atraparlo, que es una preocupación, digamos, crítica o teórica, y otra cosa es cómo me gustaría ofrecérselo a mi hijo, como fantaseo yo con que algún día lo lea él. Y es más fácil en realidad contestar a lo segundo que a lo primero, porque a mí me gustaría que lo viese como un regalo de amor. Yo perdí a mi madre muy joven y sé perfectamente que los padres y las madres no duran demasiado. No sé cuánto tiempo tendré para acompañarlo, estoy trabajando para que sea lo más posible, pero ojalá queden esos libros como un diálogo incipiente y, también, como un diálogo póstumo.

En cuanto a lo primero, la verdad es que no me preocupa: es más una elección de quien lo lee. Para mí es un librito, nada más y nada menos. Algo especial, con diferencia a los anteriores, porque es para mi hijo. 

¿Ha existido algún reaprendizaje para ti? 

Yo me considero discípulo de mi hijo. No es una relación horizontal en cuanto al cuidado. Yo cuido de él, no el de mí, no todavía. Pero en cuanto al aprendizaje, dudo muy seriamente de quién aprende más. Probablemente sospecho que yo aprendo más que él.

Mirar dormir a mi hijo era todo lo que hacía por las noches en lugar de escribir y sin embargo creo que es inmensamente placentero y divertido. Debemos colectivamente hacerle huequito a los horizontes de voces, de otra forma no saldremos nunca de los paradigmas del padre violento, del padre ausente. Y entre ellos está el mostrar tu vulnerabilidad también y el poder tener una aproximación más lúdica y más gozosa. Me gusta poner, digamos, un cierto énfasis en el goce, porque no está en el discurso oficial de la paternidad, porque los hombres muchas veces nos han educado, o ese es el discurso cultural que yo he decidido, entre, o bien, tal elegir, entre cumplir con tu deber, hacer lo que debes todo muy correcto o salir corriendo. Y claro, entonces la paternidad se convierte o en un imposible aterrador o bien en una obligación, como quien va a la guerra a morir por la patria. ¿Y dónde está el placer ahí?

¿Qué sigue para ti, qué sigue para tu hijo? 

Bueno, no estoy escribiendo más sobre esta cuestión porque a pesar de que me sigo asombrando y emocionando a diario todo el tiempo, me interesaba sobre todo trabajar con los primeros años de la vida. Hay muchos padres en la literatura, pero son padres recordados y juzgados por hijos e hijas. Hay padres, pero no paternar. Son padres visualizados por sus hijos e hijas que cuentan su historia o hacen un balance de daños. Existe mucha infancia en la literatura y en el cine, pero muy poco de primera infancia. En la literatura, la primera infancia solamente es un negocio editorial. El libro cero a tres (años) que todos padres y madres hemos comprado, compulsivamente hemos gastado un dineral. Se las hemos dejado a la pedagogía, a las maestras y a las madres. Pero no hemos escrito mucha literatura sobre esto, sobre padres. A mí me hubiera gustado estar acompañado de más libros sobre eso. Los primeros años son un misterio para toda persona y han estado hasta ahora, al menos, relativamente poco atendidos por la literatura. 

Este año regreso a terminar una novela interrumpida que en realidad había empezado hace 7 o 8 años. Volvió. La llamé un tiempo, no quiso venir, y cuando dejé de llamarla volvió, como muchas de las cosas. Como la vida. Como la vida misma, que hace su capricho y no nuestra voluntad.

Por Juan Pablo Martínez Cajiga

Nací un lunes.

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