Ayúdame

Tengo que pedirte que te fijes que nadie más se dé cuenta de lo que estás leyendo. Te diré algunas cosas que no quiero que otros sepan, pero más que nada, quiero que me ayudes. No podría decirle esto a cualquiera, por eso te he elegido, pero una vez que decidas continuar leyendo, debes terminar.

Recientemente mi vecina, tal vez tengas una igual, me saludó por vez primera. Ella y su esposo son una pareja que llegó desde la semana pasada a vivir a la zona más segura de la ciudad. Una mujer muy hermosa, en sus 40’s, pelo rizado, marrón obscuro y una mirada seductora. Berenice, ese es su nombre, me saludó y noté la suavidad en sus manos y unos dedos largos sin joyería. El saludo fué cordial y espontáneo:

—-Buenas tardes, señor Andrej, ¿cómo está?

Andrej Dubson, así me llamo.

—-Hola Berenice, estoy bien, gracias ¿cómo están usted y su esposo? —-le contesté cortesmente.

Ya han pasado 3 días y estoy solo; mi esposa ha salido por unos días en un viaje de negocios.

—-Andrej —-me dijo de pronto —¿podemos tomar un café para platicar?

—-Claro, con gusto, me encantará escucharla.

Entramos a mi casa. Berenice se pasea un poco por la sala y observa mi colección de música barroca; allí están mis favoritos: J.S. Bach, Händel, Weiss, etc.; se detiene de pronto y observa un pequeño libro; pequeño en tamaño pero un valioso contenido para quien gusta del estudio lingüístico, Las Letras, su significado y papel en la formación de raíces. Conservo un ejemplar con una dedicatoria para mí, de su autor Fulvio Zama Guerrini y publicado en 1987; cinco años antes de su muerte, una que yo no esperaba.

Ofrecí a Bere, así le empecé a llamar porque dijo que así le gustaba más (se sentía más identificada con un apelativo dulce y cariñoso), un café recién molido, cuyo aroma, característico del café chiapaneco, perfuma la sala.

—-En la mañana compré un strudel para festejar mi cumpleaños hoy, 8 de mayo, ¿me acompaña con una rebanada? —-esperaba su respuesta afirmativa que llegó de inmediato con un gesto.

—-Dígame, le escucho —-me dirijo a ella y le entrego su taza y un plato con la rebanada del exquisito producto que hacen en una pastelería vienesa cerca de aquí.

—-Andrej, le contaré qué me ha pasado: Ian me ha dejado en la mañana para irse al trabajo. Haciendo limpieza descubrí, escondidas, unas cartas que alguien le ha estado enviando, firmadas con una inicial “K”. Son cartas en las cuales un desconocido le ha mencionado que si le da una cantidad de dinero generosa, le contará de mí algo que no sabe —-me comenta muy angustiada.

—-¿Qué tiene que esconder usted, Bere? —-le pregunto antes de tomar un bocado de strudel y un sorbo de mi café.

—-Mire, Andrej, por una razón que no puedo decirle, tuve que esconderme de alguien y mi nombre era otro antes de conocerlo; Ian no debe saberlo.

—-Pierda cuidado y siéntase segura. Su marido tiene una buena posición económica por lo que veo y debe tener un buen asesor que pueda resolver este caso.

—-Pues no sobra mucho dinero. Hace algunos años empezó a hacer un negocio en acero, pero pasados seis meses de operaciones, el precio del metal bajó un 40% y, entre deudas y gastos de nómina, tuvo que hipotecar su casa; aún no vivíamos juntos. Mi padre le ofreció un trato para ayudarlo: a cambio de pagar su deuda, debía casarse conmigo sin averiguar absolutamente nada de mi pasado. Yo lo quiero, ha sido un buen hombre para mí, pero no siento ese amor apasionado que algunas mujeres sienten por quien está a su lado.

—-Pensaré cómo ayudarla, con gusto; mientras usted debe asegurarse de que no reciba ni una carta más; esté al tanto de las llamadas también —-este fue mi último comentario antes de despedirla.

Ya a solas, no pude aguantarme la sonrisa; el pez había mordido el anzuelo y sólo falta tirar de él para vencer. Mañana enviaré otra carta.

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