Foto: Pixabay

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Confesión a Pablo Neruda

Perdón, Neruda

yo también quise ser poeta:

y escribir mi biografía

con gotas de agua

y con la sangre de mis dientes.

Neruda, yo también quise

escribir poemas preciosos:

en donde los caballos galoparan,

en los que el mar se enfureciera,

en donde las hojas bailaran con el viento

y las mariposas hicieran elegías

con el abominable color de sus alas.

Si te contara Neruda,

que un día desperté:

mirando hacia el abismo

interminable de mi pecho,

tratando de encontrar

un poco de luz y esperanza:

y adentro solo habían coágulos de sangre

anidados por un hostil enjambre

de enfermas cucarachas.

Perdón, Neruda

porque en mis manos

tuve las «Odas Elementales»

y de mis dedos jamás brotó:

un gran verso, o la estirpe de un poema,

jamás la imagen de una casa

o la del silbido de los pájaros:

solo un cuenco lleno de luz

y una interminable gota de sangre.

Después de todo, Neruda:

—incluida la aberración del fracaso—

puedo decir que hice todo cuanto quise

y terminé de construir y lo construido

también se desmoronó.

Me despido, Neruda

diciéndote que en ocasiones:

las garras del insomnio me cortan el sueño

y cuando escribo en las madrugadas:

dejo mi escritorio como un charco de sangre,

como un pozo inhabitable y sin salida,

como una llamada de emergencia

de quien ansía volver al vientre de su madre

y alejarse de una agonizante pesadilla.

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