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Dron

El viejo Trotsky está fatal. El pelaje se le cae a puñados y camina arrastrando una de sus patas. Se mea y se caga en cualquier sitio y tengo la impresión de que no ve un carajo. Es chungo lo que hace el paso del tiempo. Ojalá se hubiera muerto hace años y no tuviera que ver como se deshace en pedazos.

Abro la puerta de la calle y lo cojo en brazos. Antes de salir aviso a mi abuela para que no se asuste.

-Yaya, voy a sacar a Trotsky a la calle. No se preocupe, que subo ahora mismo.
-¿Eh?

Monto en el ascensor y salimos al patio. Delante de los bloques están mi hermana y Carla. Pasan todo el día juntas, no me extrañaría que fueran algo más que amigas. Se dedican a intentar volar su dron, aunque son muy torpes y no consiguen darle estabilidad. Les saludo con la mano pero mi hermana pasa de mí, hace tiempo que no habla conmigo. Desde que salieron a la luz todos mis problemas y al poco tiempo papá se fue y a mamá le dio la puta depresión.

Trotsky se desvía de su camino y se dirige al bloque de al lado. Olfatea un poco el felpudo de goma, echa una buena meada y luego deposita unos terroncitos de mierda. En ese momento sale la pelma del tercero A con sus dos hijos y le endilga una patada al pobre chucho.

-¡Fuera de aquí, saco de pulgas! Vete a cagar a tu puta casa.
-Eh, señora. No le haga eso al pobre animal.

Se dirige a mí echa una furia y me planta el dedo a un milímetro de la cara.

-No me toques los huevos, yonqui de mierda. Enseña a tu mascota dónde debe hacer sus necesidades o la próxima vez lo fileteo.

Cojo en brazos al pobre Trotsky y pongo rumbo a nuestro piso. Mi hermana y su amiga me miran negando con la cabeza. Yo rezo en voz baja. Echando pestes de esa bruja de vecina, se va a enterar. Dejo al bicho en su manta de la terraza. Entro a mi habitación hecho una furia y temblando. Pongo un CD de Primal Scream y casi grito de rabia, cuando veo que tengo un mensaje en el teléfono. Es de La Niña.

“Tengo la mandanga, paso en una hora.”

Me pongo contento y el corazón me va a mil. Le escribo.

“De puta madre Niña. Preparo la pasta.”

Luego le pongo un mensaje a mi amigo Bryan , alias “Covid” Bryan . Le digo que prepare el dinero y que venga en cuanto pueda. Me pongo a contar billetes. No tengo suficiente efectivo, así que asalto el cuarto de mi madre. Tengo que abrir el candado con un destornillador, aunque se me resiste un poco logro abrirlo. Saco el cajón de la ropa interior y cojo la pasta que me falta de la cajita donde guarda sus ahorros. Vuelvo a dejarlo todo en su sitio y dejo la puerta como estaba. En el pasillo me encuentro a mi abuela, que viene con el andador.

-Abuela, ni una palabra de esto. Como se vaya de la lengua la mando a una puta residencia.

Me sabe mal hablarle así a la abuela, ella siempre fue buena con nosotros. La ansiedad saca lo peor de mi. El sentimiento de culpa desaparece, no obstante, cuando bajo por las escaleras nervioso, imaginando la droga al entrar en mi cuerpo. Me siento en la marquesina del bus a esperar. Miro el teléfono veinte veces, incapaz de concentrarme en nada. Entro en mis redes sociales y echo un rato viendo historias y reels al azar. Tanto me sale un video de una serpiente enorme atrapada en un coche, como un imbécil en el gimnasio que relata lo que desayuna cada día de la semana.

Poco después aparece por la carretera un viejo Opel Corsa y aparca delante de mí. Del asiento del copiloto se baja una figura blanquecina con la piel escamada, una larga melena sin peinar y gafas de sol. Es mi gran amigo Bryan.

-Buenos días, señor.

Saludo a su padre, que agarra el volante con fuerza. Mira con odio y no me dice nada, sino que se dirige a su hijo.

-Vendré a buscarte por la tarde. Por el amor de Dios, no te metas en líos. Llama si necesitas algo.

Se da la vuelta y sale en dirección al pueblo. Hubo una época en la que los padres de Bryan intentaron que su hijo dejara las drogas. Lo llevaron a médicos, a clínicas, incluso lo intentaron ellos mismos, pero fue inútil.

Ahora se conforman con que se chute de manera controlada. Supongo que por eso no les mola que se quede conmigo.

De todas maneras esta una versión muy chunga de lo que era mi amigo. Un tipo que leía, iba al cine y sabía de música. Ahora se parece más bien a una farola con pelo. No me da nada de conversación, se limita a escucharme y meterse la porquería al cuerpo. Si no fuera por la pasta que le sableo para la mandanga, le mandaría al cuerno. Recuerdo cuánto nos reíamos hablando de películas malas. Pienso en sacarle el tema a ver si se anima, pero no se me ocurre nada guay.

-¿Has visto la nueva de Top Gun? La han nominado al Óscar y la hostia. Menuda mierda fascista, tío. No hay por dónde cogerla…

Bryan, mi amigo del alma, es igual que una puta seta y mantiene el gesto imperturbable. Al fondo vemos a alguien que viene caminando. Siento algo parecido a una erección. Es La Niña. Va vestida de negro de la cabeza a los pies. Fuma ese asqueroso tabaco de marca Lola. Me ofrece uno y acepto solo por fastidiarla un poco. Mira a lados y saca una bolsa de congelar comida, una de esas de color azul. Solo que en vez de croquetas, pone Fentanilo.

-Joder, Niña. Anda que te cortas. ¿Cómo se te ocurre escribir eso en la bolsa?
-¿Qué más da? Es para distinguir lo que tengo por casa.
-¿Cómo que qué más da? Cualquier día te para la poli, Niña. Que vendes droga, joder. A ver si te crees que la peña es tonta.

La Niña resopla. Me lanza la bolsa a los pies y nos coge el dinero. Lo cuenta delante de nosotros dos veces hasta estar conforme.

-Muy bien. Todavía sabéis sumar.

Se da la vuelta sin decir una palabra más, en dirección a las viviendas sociales. El Fentanilo que nos vende lo obtiene de dos fuentes distintas. O bien de enfermos de cáncer, a los que se lo cambia por marihuana y dinero, o bien de los chinos.

Algunos de los enfermos de cáncer de la barriada son tratados con opiáceos para el dolor, aunque una buena dosis de marihuana puede lograr un efecto parecido, y se puede tomar por ejemplo en infusión. Ese Fentanilo es de la Seguridad Social, y tiene una calidad brutal. Puede venir en pastillas o en dosis inyectables. Mi gran amigo Bryan, alias “La No Vida De Bryan”, prefiere el inyectable, por aquello de lo viejos vicios.

Otras veces, La Niña compra grandes cantidades a los chinos que tienen el almacén enorme en el polígono. No entiendo como llegó a hacer tratos con ellos, eso es un misterio. Ese Fentanilo es de peor calidad, suele venir en un polvo grueso de color azul. Yo prefiero fumarlo, aunque aquí mi gran amigo Bryan se lo lanzaría a la vena con una tijera y empujaría los grumos con el dedo.

Vamos a mi bloque a ponernos finos. En la azotea hay una caseta con un par de sillas de playa y una mesa de plástico con un radio CD. Todo robado en distintas parcelas del camping en el que curro los veranos. Nos cruzamos con la vecina que insultó a Trotsky y sus niños repelentes. Nos observa con desprecio y nos insulta.

-Vaya dos sacos de pulgas. Dáis más asco que el maldito perro.

Me quedo mirando a la mujer. Sus dos enormes ojos que le hacen parecerse a un pez y esa manera esquizofrénica de fumar. Pienso en discutir con ella, pero tiro para adelante. Al final tenemos cosas más importantes que hacer. Bryan se gira para echarle una maldición.

-Se. Merece. Que. Le. Den. Una. Lección.

Habla dejando mucho espacio entre cada palabra. Es una sorpresa agradable escuchar su voz, aunque tenga ese tono tan chungo. Pasamos por casa a coger una botella de agua y unos CDs y subimos al chutódromo. Pongo un disco de Massive Attack y me fijo en que mi amigo ya se está preparando un jeringuillazo. Es el Fentanilo en polvo de los chinos, así que me decido por fumarlo. Es tan potente que incluso esta versión mala te hace vibrar. Se me aceleran las pulsaciones y noto un subidón de adrenalina. Sudo en frío, tengo la boca seca, como si fuera papel de lija. Cojo la botella para echar unos tragos, pero soy incapaz de trasladar la suficiente fuerza a mi mano. Derramo todo el líquido por encima de la camiseta sin darme cuenta. Me introduzco en un trance que dura un tiempo sin determinar.

Cuando me despierto noto mi ropa empapada. No sé si es del sudor o del agua que derramé. El cuarto está invadido por un silencio casi absoluto, porque el disco reprodujo todas las canciones hasta el final. Solo se oye un sonido tenue y constante que no sé de donde procede. Trato de levantarme, pero me pesan las extremidades y mi cabeza está al borde de la explosión. Me giro hacia mi colega, que está de un color blanco-azul como el de esas medusas tan peligrosas. El ruido que no reconocía procede de su garganta. De su boca cae una asquerosa baba amarillenta y los ojos parecen perdidos en el infinito. Le doy un par de bofetadas, le grito. Cuando me giro para ir a pedir ayuda su mano me aprieta a la altura de la muñeca. Trata de decirme algo con mucho esfuerzo.

-Una. Lección.

La ambulancia tarda mucho en llegar. Son ellos los que avisan a sus padres. Me hace gracia pensar en un nuevo mote para él. Bryan “Se Palma”. En el patio de los bloques se congrega un montón de peña. Vecinos y curiosos que se agolpan para ver el cuerpo escuálido bajar en la camilla mientras niegan con la cabeza y nos juzgan en cinco segundos. Menuda manera de chafarme el colocón.

Los siguientes días los paso recluido en la casa. Mi madre se puso echa una furia y me amenazó con mandarme a un centro. Sé que no lo va hacer porque es demasiado caro. Si pudiera, simplemente me haría desaparecer. Mi familia cree que me da una lección prohibiéndome salir. Lo cierto es que me hacen un favor. Tuve la precaución de guardar el Fentanilo antes de llamar a la emergencias, así que ahora es todo para mí.
No tengo noticias de Bryan, ni quiero tenerlas. Me dedico a escuchar música y ver películas en el ordenador. A veces salgo a fumar un piti a mi ventana, desde donde puedo ver la casa de esa bruja del tercero A que nos insultó. Se pasea por la habitación que da a mi bloque hablando, con un libro abierto en la mano. En mi cabeza se repiten las palabras descompasadas que decía mi amigo. Se merece una lección.

Una tarde, no sé por qué, mi cerebro idea un plan malévolo. Le va a estallar en su puta cara eso de insultarnos. Agarro a Trotsky y busco entre su decadente pelaje pequeños parásitos. Cojo las pulgas con cuidado, usando una pinza del pelo, y las voy guardando en una caja de cerillas. Lo cierto es que tiene un montón, lo cual explica la cantidad de ronchas que me cubren el cuerpo. Cuando logro juntar una cantidad decente voy a la cocina, animado. Abro una lata de Monster y trato de organizarme. Lo primero que tengo que hacer es salir de casa sin que me vean las piradas que viven aquí. Si mi madre se entera de que lo hago sin su permiso es capaz de matarme. La abuela avanza por el pasillo con su andador, ayudada por mi hermana, que viste una camiseta de Metallica. Les sonrío tratando de disimular, aunque ellas no pueden saber lo que estaba pensando. Mi hermana me dirige las primeras palabras desde hace semanas.

-¿A qué viene esa sonrisa?
-Pensaba en la estúpida del bloque de enfrente. Me gustaría ir a picar a su casa un momento, a decirle cuatro cosas.
-Mamá te prohibió salir de casa. No le des más disgustos.

La abuela se gira y me señala con el dedo.

-Ten cuidado con esa mujer. Tuvo un embarazo hace años. Antes de ser madre de los mellizos. Nunca vimos al bebé. Dicen que lo metió en una bolsa y lo tiró al contenedor de reciclaje.

Voy a mi cuarto a darle vueltas toda la tarde. No puedo fumar mandanga hasta que se haga de noche, porque ahora podrían pillarme de pleno. Enciendo otro cigarro y pongo a funcionar el ordenador a ver si el tiempo pasa más rápido viendo una peli. En la lista de películas reproducidas sale Top Gun 2. Entonces se me ocurre.
Espero a que mi hermana salga a dar una vuelta con su amiguita. Entro a su cuarto después de abrir el candado. Es de lo baratos, solo tengo que usar un imperdible. La habitación está llena de pósteres. De Metallica, AC/DC y El Señor De Los Anillos. En la mesa hay un montón de artefactos. Mandos, cajas y restos de plástico negro. Encima del armario está la caja del dron. Me lo llevo a mi habitación y estudio un poco el trasto. Es un modelo parecido al que tenía el padre de Bryan. Lo volamos unas cuantas veces antes de venderlo por cuatro perras.

Le sujeto la caja de cerillas que tiene las pulgas. Uso cinta adhesiva negra. Luego hago una abertura con las tijeras y enciendo el aparato. Antes de echarlo a volar saltan un par de bichos, pero da igual. Lo dirijo hacia la ventana abierta del tercero A. Una vez dentro lo giro varias veces y luego lo hago volver. Le quito la cajita y lo vuelvo a guardar en el armario de mi hermana. No me pillan por minutos. Tengo el corazón a mil por hora. Me pongo un capítulo de Black Mirror sintiendo una gran satisfacción. Cuando llega la noche y todos duermen, salgo a la ventana a fumarme un poco de Fentanilo azul y me tumbo en la cama a gozar con un disco de Thievery Corporation.

A la mañana siguiente me despiertan los gritos que provienen de casa de la vecina. Son auténticos chillidos, que salen por la ventana en distintos intervalos, como si alguien se lamentara de vivir una maldición. Salgo a fumar un cigarro apoyado en el marco y veo a la maldita bruja pasar adelante y atrás con un gran sofoco. Que se joda. Empate a unos. Además, mi madre me da permiso para salir con Trotsky. Como nadie más se ocupa de él, el chucho hace sus necesidades en la terraza, con el evidente engorro para quien lo tiene que limpiar.
Aprovecho para tirar la bolsa de basura. El perro mea apoyado en el contenedor. Cuando nos damos la vuelta vemos pasar a la mujer con sus repelentes hijos. Los pantalones cortos de los niños dejan al aire unas piernas blanquecinas adornadas por pequeñas ronchas de color rojo. La mujer fuma a toda velocidad. Un gesto nervioso que me hace recordar uno de esos trenes antiguos de las películas en blanco y negro. Solo recupera el sentido para girarse hacia mí y gritarme.

-¿Qué coño miras, escoria?

Me rasco el cazo mientras decido que en cuanto pueda voy a repetir la operación pulga. Al final, Trotsky es una fuente inagotable de parásitos.

Los siguientes días mi vida va retomando la normalidad. Aún faltan un par de meses para que llegue el verano, que es cuando curro en el camping, así que tengo todo el tiempo del mundo. Me dedico a hacer el vago, dar pequeños paseos con el perro y hacer que baje la bolsa del Fentanilo azul. El fin de semana me acerco al pueblo a tomar una cerveza y paso por los recreativos. Conozco a los chavales de vista, pero no hay ningún amigo de verdad. Echo una partida en la máquina de rally y me voy aburrido. En el estanco veo a un tío de mi pandilla, el Bicho. Cuando íbamos al instituto era titular en el equipo de futbol. Corría la banda durante los noventa minutos de manera espectacular. Años después, me contó que se enchufaba rallas de speed antes de cada parte. Pillaba tales ciegos que se peleaba con cualquiera. Un año, en las fiestas del pueblo le clavó una navaja a un tipo que se chocó con él y le tiró el cubata, y se pasó años en el talego. Me calo la gorra para que no me reconozca porque me da vergüenza saludarlo, parece un personaje de Harry Potter.

Cuando llego a casa aún es de día. Me sorprende ver que estoy solo. No hay rastro de mi hermana. Mi madre está en uno de sus interminables turnos. La abuela está en su habitación, pero duerme con la televisión encendida en un canal de documentales. Un tipo con traje intenta dar pruebas evidentes de la presencia de alienígenas en la tierra.

Recuerdo que es el día en que la vecina bruja lleva a los críos a ver a su padre. Fuerzo el candado de la habitación de mi hermana y cojo el dron. Apaño una caja de cerillas y la lleno con unas cuantas pulgas de Trotsky. En el proceso me lame la mano y luego deja caer su cabeza cansado. Cuando pongo la cinta americana veo que el aparato lleva el nombre y la dirección de nuestra casa, imagino que es por si pierde el control y se extravía.

Lo pongo a funcionar con cuidado, haciendo que se deslice por la ventana. Enciendo un cigarro y lo fumo mientras dirijo el dron hacia el tercero. Cuando logro hacerlo pasar a la casa, se me cae ceniza en la camiseta y la mancho de negro. Es de Portishead, con la pe en azul, como si fuera una señal de tráfico. Me despisto tratando de sacudir la ceniza y cuando miro de nuevo hacia arriba no veo el aparato. Se me hiela la sangre imaginando a esa bruja cuando lo encuentre y entre todos aten cabos.

Cojo la radiografía que guardo entre los libros. Es de cuando patinaba y salí volando de la u que había al lado del campo de fútbol. Se me rompieron el cúbito y el radio y me perdí los mejores días para ir a la playa. Pero la lámina de poliéster me vino genial para abrir puertas cuando iba a robar televisiones con Bryan.

Salgo hacia el bloque de al lado. Pico a unos vecinos y les digo que soy un cartero comercial. Subo en ascensor y salgo sin hacer ruido. Espero un momento para estar seguro y fuerzo la puerta sin hacer mucho escándalo. Afortunadamente se trata de una más de esas personas confiadas. No ha cerrado la puerta con llave. En tres certeros movimientos logro abrir. Me recibe una mezcla de olores, entre comida y mierda de gato. La casa está bastante desordenada, pero no mucho más que la mía. Me dirijo hacia la habitación para hacer esto lo más rápido posible. Cuando entro me quedo de piedra. En la cama hay un niño amarrado, terriblemente deforme, con una cabeza enorme y el dorso lleno de picaduras. Cuando me ve se asusta y empieza a chillar. Un sonido horrible que me deja helado.

Echo a correr por las escaleras en dirección a mi casa. Cojo el Fentanilo que me queda en la bolsa y subo a la azotea. Cierro con llave y me dispongo a fumarlo. Con las prisas me olvidé el tubito, así que busco por la caseta y encuentro una de las jeringuillas de Bryan. El corazón me va a mil. Preparo un chute, estoy tan nervioso que no me encuentro la vena. Me viene a la cabeza una y otra vez la imagen del niño deforme y sus gritos. Siento dolor cuando el líquido grumoso entra en mi cuerpo y luego mi mente se apaga.

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