La Ciudad de México, al igual que otras grandes urbes alrededor del mundo, ha sido el escenario de importantes hitos de la historia del país, momentos que han transitado desde su mítica fundación hasta eventos que han puesto en crisis el orden social como fue la redada ocurrida el 18 de noviembre de 1901.
El baile de los 41 de David Pablos tiene como protagonista a Ignacio de la Torre, yerno de Porfirio Díaz. A través del retrato de su problemático matrimonio con Amada Díaz y el romance oculto que mantiene con Evaristo Rivas, el filme narra las regulaciones que presidían las conductas y afectos de la sociedad mexicana a principios del siglo XX. Sin embargo, lo que en apariencia pudiese observarse como una historia romántica que concluye de manera trágica y dolorosa, el filme es una muestra de la historia de la represión de la homosexualidad en México. A lo largo de esta pieza cinematográfica, se observa el excesivo cuidado, así como el ingenio del que debían echar mano aquellos que poseían una sexualidad que se escapaba a los marcos normativos de la época.
Es notable no sólo la presencia de personajes históricos en el filme y el acontecimiento real que le da título: un baile en el que todos los participantes eran hombres y en el que varios de ellos vistieron prendas femeninas. La fiesta concluiría con la detención y posterior encarcelamiento de los presentes, así como con el rechazo y la humillación pública. El hecho, cruelmente satirizado por la presa de la época, omitiría, por orden presidencial, el nombre del participante número cuarenta y dos: Ignacio de la Torre.
Las calles y edificios que funcionan como escenarios en el filme son reconocibles como espacios emblemáticos de la Ciudad de México, no obstante, son presentados de modo que ubican al espectador en una época en la que la moral estaba cimentada sobre las “buenas costumbres” y las estructuras sociales estaban clara y rigurosamente definidas. De modo que cualquier transgresión a estas no sólo se percibía como una amenaza, sino que era merecedora de un castigo.
Es notable cómo los espacios que, actualmente reconocemos como recintos museísticos, regresan a su función primigenia en el filme, en su caso, ya sea como lugares de encuentro o centros del poder político de la época. En este sentido, es posible observar cómo el espacio urbano posee una serie de narrativas diversas cuyos hilos se entrelazan entre sí.
Si bien, en este caso, la ciudad no es un personaje, como ocurre en obras literarias como Manhattan Transfer de John Dos Pasos, se presentan las distintas capas de significado que poseen los espacios urbanos. Las calles se muestran de día y con ello, se presenta lo correcto, lo socialmente aceptado y todo aquello que sigue la coreografía de la adecuada convivencia. En contaste, está todo lo que acontece en la noche, lo oculto, lo prohibido, el deseo y el placer. En este sentido, el filme nos muestra cómo el espacio urbano está inscrito por las prácticas que se llevan a cabo en él. La ciudad no cambia su trazo urbanístico, pero, sobre su mapa, se dibujan distintos significados.
Tomando en consideración la censura que existía ante la expresión de la homosexualidad en la época, podría sugerirse que, para ellos, la libertad está limitada al espacio privado. Los encuentros románticos entre Ignacio y Evaristo ocurren, en su mayoría, en espacios cerrados. Asimismo, la convivencia entre los miembros del club, cuyos integrantes comparten la misma preferencia sexual, funciona gracias a la secrecía y ocurre sólo en áreas ocultas a la mirada pública. Nuevamente, contenida dentro de las paredes de edificios concretos. En este sentido, podría afirmarse que existía una ciudad para la mirada pública y otra ciudad íntima, de paredes internas y universos ocultos.
Por otro lado, para las mujeres, incluyendo a Amada Díaz, el espacio doméstico, pese al lujo y las comodidades de las que están rodeadas o quizá precisamente por ellas, es un espacio que condiciona su actuar. A lo largo del filme, se observará que la casa se convertirá en una prisión, en un espacio pensado para contener y suprimir los deseos, las emociones y más tarde, la identidad de sus habitantes. En este sentido, tanto Ignacio como Amada, estarán atrapados por los límites de los convencionalismos sociales y la rigidez de la moral representados por el espacio doméstico.
Por otra parte, hacia el final del filme, el espacio urbano adquirirá otro significado. Una vez ocurrida la redada en la calle de la Paz, los miembros del club y asistentes al baile serán detenidos por las autoridades de la época. Dada la gravedad su falta, ellos serán expuestos ante el escarnio de la mirada colectiva. En este sentido, la exhibición en el espacio público y la humillación y violencia del que serán víctimas, formarán parte de la sanción que les será impuesta ante el delito que han cometido. La calle entonces se convertirá en un espacio para someter al otro. La diferencia será presentada como un motivo de vergüenza que, a su vez, promoverá la crítica y validará la intimidación como prácticas que pertenecen al ámbito de lo público.
El baile de los 41 no sólo se refiere a un evento histórico y se vale de la ficción para presentar la censura imperante frente a la homosexualidad en México en los albores de la modernidad y a pocos años de la Revolución, sino que presenta las calles de la ciudad y sus edificaciones como metáforas donde están inscrito el pasado del país.