Foto: El Mundo.

El mejor periodismo está en los libros: Enric González

Al contrario de lo que piensa la mayoría de la gente en este mundo actual repleto de egolatría, creo firmemente que hay que admirar a las personas que son sobresalientes y extraordinarias. Enric González es una de ellas. Un pensador lúcido, pleno de dudas y defensor de las equivocaciones, como es lógico. Esta entrevista es el homenaje que le hace la persona que una vez fui, aquel joven que un día muy lejano quiso ser periodista y que devoraba sus textos en todas partes. En el autobús, en la cafetería, en la biblioteca, en la clase, en el césped, en los bares y hasta en la primera redacción en la que trabajé. Eso sucedió en una época que ya ni siquiera existe, cuando esas redacciones tenían una niebla densa de humo de cigarrillo y mi momento preferido de la semana era bajar a la imprenta a oler la tinta y el papel. Esa persona que fui, de hecho, tampoco existe ya. Pero no me importa: fueron años inolvidables, viviendo del aire todo lo que pude y yendo, casi siempre, de aquí para allá, zascandileando.

Charles Dickens, sin saberlo, definió hace casi 200 años a la perfección la época que nos ha tocado vivir: «Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la época de las creencias y de la incredulidad, la era de la luz y de las tinieblas, la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación». El pasado domingo 23 de abril, en ‘Cuestión de finales’, la columna con la que usted se ha despedido de El País por segunda vez en su trayectoria profesional, escribió: «Un diario es, sobre todo, un negocio ruinoso. Secundariamente, es un instrumento de poder. Y sólo puede justificar en el servicio al lector su empeño en sobrevivir contra toda lógica». Es decir, según sus palabras, un periódico es un artefacto racional en un mundo irracional que ofrece hechos cuando lo que el lector demanda, en realidad, es mayoritariamente emoción. Dígame, ¿qué es lo que hace que todavía le queden ganas de seguir acumulando los huesos de aceituna de sus Dry Martini que luego, como única opción caballerosa, tendrá que tragarse o, en el mejor de los casos, guardarse para siempre, como un recuerdo, en el bolsillo? ¿Cuáles son las razones que le han llevado a dejar de nuevo El País? ¿Qué es lo que le espera ahora en eldiario.es, su nueva casa, en esta era de creencias e incredulidad, de luz y de tinieblas, de esperanza y desesperación? 

Yo me he ido de El País porque había otra ronda de rebajas salariales, me queda un año para la jubilación y la verdad es que no me apetecía seguir con esa dinámica de presión salarial, así que me fui. No voy a trabajar solo para eldiario.es. Ya he acordado con otros medios, pero, como aún no hemos firmado, no voy a decir cuáles. Y no me he ido de El País porque crea que que El País es un desastre. Todo lo contrario: creo que lo que justifica la existencia de medios generalistas que no son rentables y que difícilmente llegarán a serlo como El País, son investigaciones como la que ha hecho Íñigo Domínguez y otros sobre los casos de pederastia en la Iglesia española. Eso es servicio público. Realmente, incluso en la propia redacción, hay gente que piensa: «Joder, qué pesados, siempre con lo mismo, cuándo acabaremos con esto». No, no, no hay que acabar: el Boston Globe pasó siete años investigando esto. Gracias a la gente que investiga estas cosas, las cosas quizá cambien a mejor y ese es el sentido de la prensa. Luego resulta que esas cosas tienen pocos lectores y que cualquier chorrada tiene más porque buscamos la satisfacción inmediata, la curiosidad, el morbo. Tenemos una capacidad de atención reducida. Qué se le va a hacer.

Escribió una vez que «un corresponsal es un tipo que se despierta por las mañanas con una náusea en el estómago y la convicción de que su despido es inminente». ¿Para disfrutar del oficio de periodista conviene ser joven y un poco inconsciente? Con la sabiduría que dan los años, cuando la juventud y la inconsciencia desaparecen, ¿por qué cree que usted ha terminado siendo una figura tan referenciada en el periodismo español? ¿A qué cree que se debe?

No tengo ni idea. Yo creo que es porque he estado casi siempre lejos y me han visto poco. Si me tuvieran más visto sabrían que soy uno más. Es verdad que he estado en muchos sitios. Y que he hecho cosas en diferentes ámbitos. Generalmente quien se dedica a la política se dedica a la política sólo. Yo he hecho cultura, política, deportes, porque me ha gustado variar, no hay mucho más. En cuanto a las angustias del corresponsal, es una de las cosas que implica el trabajar solo. Cuando estás en una redacción tienes un entorno que más o menos amortigua las cosas, pero cuando eres un tipo que está a 12.000 kilómetros y trabaja solo, si te equivocas te equivocas tú solo. Y no tienes demasiada o no tienes ninguna respuesta, ningún eco de lo que estás haciendo. Cuando yo empecé en Italia con esas cosas de deportes, con las Historias del Calcio, estaba convencido que no las leía nadie. Estamos hablando de la era de antes de las redes sociales y yo pensaba que eso iba a caerse por inanición, porque nadie lo leería. Un día, en Venecia, me encontré con [Carlos] Boyero y me dijo: «No, joder, si mucha gente lee eso, es buenísimo». Y pensé: «Caramba, ¿qué dice?». Y luego fui notando que sí, que efectivamente se leía. Pero trabajas un poco en el vacío. Ahora menos. Ahora, las redes sociales han acortado distancias y, si quieres, puedes saber el eco que tiene tu trabajo. Pero antes no, y la verdad es que no me disgustaba aquello. Tú lo haces, te olvidas y pasas a la siguiente cosa.

¿Y para disfrutar del oficio de periodista conviene ser joven y un poco inconsciente, como escribió, o no?

Sí, sí, porque entonces casi todo te parece nuevo. Es un fenómeno natural. No es lo que llaman ahora adanismo, que a veces quizá es un problema en política, pero en la vida cuando tienes 25 años, treinta años, todo es nuevo, todo es fresco, todo te sorprende. Cuando llevas treinta años dedicándote a este trabajo, casi nada es nuevo, ya lo has visto antes. Tienes una idea aproximada de cuáles van a ser las consecuencias. Digamos que te emocionas menos por el asunto. A cambio tienes quizá una perspectiva un poco más amplia, menos tremenda de lo que puede tener alguien joven. Lo que pasa es que la juventud te da ese entusiasmo y esos ojos nuevos que son el otro lado de la experiencia periodística. Lo ideal es combinar gente más mayor y gente muy joven.

Por cierto, ¿cuál es su opinión sobre el periodismo que se hace en España? 

Aquí distingo sobre todo entre la industria periodística, que en general ha estado muy mal llevada, y el periodismo. Yo veo ejemplos de buen periodismo cada día y en muchos periódicos. Hay periódicos que son infames, no diré el nombre, pero no tienen ningún interés porque sus fines no son periodísticos, sino más bien de otro tipo. Pero ahora quizás se está haciendo el mejor periodismo que se ha hecho en la historia de este país. Una experiencia interesante es irse a una hemeroteca y ver ejemplares de El País o de El Mundo del año 1990, cuando se ganaba mucho dinero y parecía que estábamos haciendo cosas que estaban muy bien. No, no estaban tan bien. Ahora se hacen mejor.

¿Y cuál es su opinión sobre el periodismo deportivo español? 

Probablemente es el sector de la prensa que más ha sufrido tanto la manía del clickbait como la entrega al forofismo. Como mis lectores son del [Real] Madrid, pues eso. Ya lo dije una vez, están practicándole una masturbación al lector. Hablo del Madrid como puedo hablar del Barça. Vamos a fichar a no sé quién y a no sé cuánto. Quien lo publica sabe que no es verdad, pero es animar el cotarro. La calidad general ha bajado mucho, tanto en prensa escrita como en medios audiovisuales. Ahora, hay un medio que acaba de nacer, Relevo, que me parece mucho más interesante porque es factual, no se identifica con ningún equipo, ni publica esas chorradillas que nada tienen que ver con el deporte y que sí publican otros medios más tradicionales. Pero en general, en algunos diarios, El País es un ejemplo, pero también El Mundo o ABC, las secciones deportivas han sido en otros momentos casi de lujo. Era acojonante encontrarse en las páginas de Deportes de El País a Manolo Vázquez Montalbán, a Javier Marías. Eso obligaba a elevar el nivel literario de los que hacían las crónicas de los partidos y se creó una escuela. No hace falta decir nombres, pero están Relaño, Segurola… un montón de personas que elevaron el nivel del periodismo deportivo, pero desde fuera de la prensa deportiva.

Decía antes que ahora se hace un muy buen periodismo, posiblemente el mejor de la historia en España, pero que la industria periodística es muy mala. Toda vez que a los medios de comunicación españoles les cuesta hacer autocrítica (recuerde, por ejemplo, la guerra de Irak), busquemos culpables. ¿Los periodistas (que llevan años haciendo productos de entretenimiento que ocultan diciendo que son productos periodísticos para concederles una pátina de prestigio pretendido, especialmente en radio y en televisión), los jefes (que en su mayoría ni siquiera son periodistas o no han desarrollado nunca su profesión en una redacción), los dueños (a los que solamente les interesa el rédito bursátil), los anunciantes o la audiencia? ¿Los canales y los medios en los que se desarrolla el producto periodístico o el producto periodístico en sí? ¿La irrupción de Internet, su democratización mal entendida y el uso que se le da a las redes sociales? ¿Cree que existe alguna solución posible todavía para el periodismo y el periodismo deportivo español o cree que ya ha alcanzado definitivamente el punto de no retorno hacia su propia destrucción?

Podríamos estar hablando horas. Hay un problema de base: en España se lee poco. Eso favorece a los medios audiovisuales, que no te obligan a la lectura. El hecho de que haya pocos lectores significa que hay poca gente dispuesta a pagar por prensa escrita de calidad. Ese es un problema de base ajeno a los gestores de los medios. ¿Cuáles han sido los errores de los gestores? Que en su momento no tuvieron ni idea sobre cómo afrontar la cuestión de Internet. Ayudaron a que el lector identificara Internet con gratuidad, les dijeron que la información era gratis. Cuando al cabo de demasiados años se les dice que no, que hay que pagar, ya has viciado un poco a esos pocos que en su momento habrían estado dispuestos a pagar como antes pagaban un euro por un periódico en papel. No hubo ningún gestor de prensa que supiera afrontar desde el principio la irrupción de Internet y la competencia de las redes sociales. Eso, por un lado. Por otro, cada medio expresa una ideología, o al menos una visión del mundo. Yo creo que eso es completamente normal y que el lector incluso agradece saber desde dónde mira el medio. Pero luego ha habido tantos casos de manipulación o de falseamiento rotundo de la verdad. Un caso extremo es la campaña que hizo El Mundo después de los atentados del 11 M, insistiendo en que ahí estaban implicados ETA, los servicios secretos, los socialistas, los peones negros, no sé qué. Todo eso es grotesco y a la larga te hace perder el crédito. No puedes, con fines comerciales inmediatos, distorsionar la verdad, como se ha hecho también con la cosa en Cataluña. Se han hecho campañas a partir de un hecho político importante, grave, preocupante, pero no, no puedes hablar de genocidio lingüístico en Cataluña. Vete allí, pasa dos días y luego a ver si hablas de genocidio lingüístico. Lo peor que puedes hacer con un problema grave es enconarlo. Simplemente para estimular la rabia de tu lector y obtener un relativo beneficio a corto plazo. A largo plazo lo que haces es perder credibilidad.

Foto: Premio Gabo.

Habla de Internet y redes sociales y lo que sí que es innegable es que el periodismo ha vivido un cambio de paradigma en las últimas décadas con la citada irrupción de Internet y de las redes sociales. ¿Ha cambiado mucho la profesión desde que usted empezó a la actualidad? ¿Cómo valora la evolución que han sufrido los reporteros, los corresponsales, los periodistas deportivos a lo largo de este tiempo? ¿Se han tenido que convertir, además de en contadores de historias, en formadores de opinión? ¿Cree que ahora es más fácil o más complicado realizar su trabajo? ¿No cree que, en cierta medida, esa conversión lastra la calidad de su trabajo? ¿Cree que el periodismo está quedando peligrosamente desplazado ante el entretenimiento, ante el volumen inabarcable de creación de contenido que existe en Internet?

Todo esto ha tenido ventajas e inconvenientes. Es verdad que para muchos periodistas es útil tener una presencia en las redes, pero luego eso tiene consecuencias indeseables en el sentido de que el medio en cuestión valora más a sus periodistas en cuanto tienen muchísimos seguidores en Instagram o en Twitter. Es un poco absurdo. En realidad, creo que, por un lado, se ha degradado el periodismo cuando tienes en las redacciones esa especie de granja, de gallinas ponedoras, que son chavales, en general, jóvenes que están delante de la pantalla siguiendo una realidad que no deja de ser virtual. No se mueven de delante de la pantalla. Y esos son los creadores de la mayor parte del contenido en los periódicos. Eso es un poco deprimente. Acabas haciendo historias de lo que le ha dicho fulanito a menganita en Twitter. Eso es un periodismo de alcance muy limitado y quienes lanzan los mensajes en las redes saben quién va a picar y que eso va a pasar a la prensa convencional. Es un juego que al final constituye un círculo vicioso. Pero, por otro lado, tienes periodistas que hacen un trabajo asombroso, buenísimo. Voy a citar un nombre y hay muchos, yo qué sé, Mikel Ayestarán, pero Xavier Aldekoa hace historias muy buenas para La Vanguardia y, a la vez, hace libros. Realmente, y cada vez más, el mejor periodismo está en los libros porque te ofrece una extensión para explicar historias, para explicar no solo el qué, sino el por qué, para crear ambientes, para situarte allí, para darte una idea lo más cercana posible a la realidad. Es, como tú decías al principio, el mejor de los mundos y el peor de los mundos. Está todo mezclado y el lector que sepa discriminar puede encontrar periodistas formidables y productos periodísticos formidables. Pero están mezclados con basurilla. Esto es lo que hay.

Hay una famosa cita de Goethe, con referencia a un deporte que usted ha practicado, que dice que «las ideas atrevidas son como piezas de ajedrez movidas hacia adelante; pueden ser derrotadas, pero pueden comenzar una partida ganadora». El periodismo es, sin duda, un oficio fluido, dinámico, en el que la innovación, pese a todo, no es siempre sinónimo de éxito. Entonces, ¿qué es lo que convierte a una idea innovadora en una idea exitosa en el periodismo? O, por el contrario, ¿el éxito en el periodismo no es más que, como han hecho siempre los grandes periodistas, seguir contando buenas historias que interesen a los lectores?

El periodismo siempre ha sido el mismo. Lo importante es contar buenas historias en las que el periodismo está cercano a los hechos. Ha ido a tal sitio, ha ido a otro, no ha visto simplemente un vídeo de duración limitada en Internet del que saca conclusiones. No, no, si te acercas a los hechos, la realidad siempre es mucho más complicada y mucho más interesante. La esencia del periodismo no ha cambiado, lo que ha cambiado es todo lo demás. Los recursos que tienes a tu alcance. La innovación funciona cuando responde a las necesidades del público que desea información veraz. Y eso se lo puedes servir de cualquier forma posible. Los diarios digitales pueden permitirse transmisiones en directo, textos larguísimos, aunque no utilizan ese recurso porque se da por supuesto que el lector siente fatiga ya al segundo párrafo. Creo que eso es un error: si alguien quiere leer y lo que lee es interesante va a leer las páginas que hagan falta. Pero, bueno, mantenemos esa cosa de que el lector es un poco despistado y tiene prisa y sólo quiere los titulares… Bueno, pues te devalúas a ti mismo. Para tener éxito e innovar hay que hacer lo antiguo, lo de siempre, porque es lo que está bien, utilizando los recursos de los que antes no se disponía. Cuando Ferran Adrià llegó de cocinero a El Bulli, básicamente se servían langostas y ya está. Luego descubre que hay máquinas que te permiten hacer las famosas esferificaciones, las espumas, los aromas y lo utiliza e innova. Pero, al final, estás yendo a un restaurante en el que comes cosas que tienen buen sabor y que encima te sorprenden porque tienen características nuevas. Con el periodismo, las cosas no son muy distintas.

Retrocedamos unos años, justo antes de iniciar su corresponsalía en Israel, a su último texto en ‘Cosa de dos’, la columna a medias con Carlos Boyero que ambos publicaban en El País. «Alguna vez dije en este mismo espacio que no hay que preocuparse si desaparece del periódico alguna opinión, porque cada uno tiene ya la suya. Sigo pensándolo. Creo que hace falta más información y, dentro de mis posibilidades, en el nuevo destino intentaré conseguirla, comprenderla, escribirla y publicarla», mantuvo. Parece que el periodismo no le ha hecho mucho caso: cada vez se encuentra más opinión y menos información, y, sin duda, la primera es la que gobierna a la segunda. Para los periodistas de otra época, como es su caso, que sienten «devoción por las imprentas», ¿Internet es un buen canal para la información, un buen medio para contar la verdad? Por cierto, «al fin y al cabo, ¿qué es la verdad? No los hechos, sino la verdad. ¿Qué es?». ¿Es «un concepto relativo, como la libertad o la felicidad» o, en esta época de demagogia y de postverdad, sí que tiene que existir una verdad única e inmutable? 

No, no, la verdad única e inmutable corresponde al ámbito de la filosofía y, más en concreto, de la metafísica y yo no creo demasiado en la metafísica. Vamos a dejar la verdad. Quedémonos en la realidad. Lo que es real, los hechos, lo que puedes esgrimir sin que nadie te lo niegue. En tal lugar han matado a cuatro personas. Pues si hay cuatro cadáveres, tú lo compruebas y puedes decir que han matado a cuatro personas. No digas que son cinco ni saques conclusiones más allá de que el hecho es que hay cuatro cadáveres con signos de violencia, etcétera. Esto es un ejemplo muy primario, pero hay que ceñirse a la realidad. En cuanto a las opiniones, sí es verdad, pero es que la opinión es lo más barato. ¿Por qué la tele dedica tantas horas a programas de tertulias y de autorreferencia en que los propios personajes del programa son los que crean las historias que cuenta el programa? Porque son muy baratos. Es más barato tener a un tío en calzoncillos en su casa opinando sobre lo que está haciendo mal Putin que tener a un tipo tres meses en un escenario de guerra, donde los gastos son muy grandes. Ese es el hecho de que la opinión sea cada vez más abundante porque es barata y porque también es la que contiene más emociones y puede ser más elástica con la realidad, cuando no directamente falsear la realidad. El periodismo de hechos, de presencia, de realidad, es caro y cada vez es más escaso en consecuencia.

¿Quizá también sucede que, en realidad, la gente no tiene opinión y necesita que alguien le diga su opinión y que, además, la una a esas emociones de las que usted está hablando?

Sí. Es verdad que algunos periodistas han ascendido a un nivel de gurú, diciéndole a la gente lo que tiene que pensar y hay una parte del público que le sigue. En otro tiempo, pudo ser José María García. Pero José María García trabajaba con hechos. Sacaba conclusiones muy extremadas, pero trabajaba con hechos. En la radio se creó esa figura que combina el presentador con el telepredicador. Y en prensa, pues también hay alguno. Es muy cómodo pensar por delegación. Renuncio a examinar los hechos, que me los den ya digeridos y que este señor me diga lo que es y lo que no es bueno. Volvemos otra vez a la comodidad, a la pereza, a la facilidad. Los humanos tiramos siempre por la vía más fácil.

Detengámonos un momento en Italia, que es un país, como diría Leonardo Sciascia, «sin verdad», perfecto para unir el deporte con cualquier otra arista de la vida, ya que la sociedad italiana se manifiesta preferiblemente a través de las gradas de sus campos de fútbol. El fenómeno ultra. El ‘Campanalismo’ que ama lo propio y desprecia lo ajeno. Bartali y Coppi. Las trampas y la mafia, regresando al fútbol, con el Totocalcio y el Moggigate. Los aficionados del Livorno que se pusieron las bandanas en sus cabezas en San Siro, como el Berlusconi más juerguista, el del bronceado pulcro, el día que el equipo livornés se enfrentó al Milan en su regreso a la Serie A más de cincuenta años después. Sin Berlusconi, que en paz descanse, básicamente, no se entendería nada de nuestra realidad actual. Ni existiría gente como Donald Trump, ni este populismo imperante. Parafraseando ‘La era de la melancolía’, su columna en El País del pasado domingo 19 de marzo, ¿el pesimismo nos podrá conducir de nuevo a la sensatez o el mundo ya no tiene solución? ¿Hay de verdad progreso en nuestra era de melancolía?   

El mundo nunca ha tenido solución. Tendemos a idealizar un pasado que fue el que es y nada ocurre porque sí. Es verdad que [Silvio] Berlusconi fue el gran innovador, el gran corruptor de la forma de hacer política hoy en día. [Donald] Trump no se entiende sin Berlusconi, que inventó todo esto de la postverdad hace treinta años. Ocurre que es en Italia donde se inventan las cosas por razones muy diversas. Primero, Italia es un país muy nuevo. Es un país formado a finales del siglo XIX. Es un país que ha estado gobernado durante más de diez siglos por potencias extranjeras. El italiano desconfía instintivamente del poder, le atrae la antipolítica, siempre le ha atraído, incluso cuando ha sido extremadamente político. Es el fenómeno de los años setenta: ningún país ha sufrido el terrorismo que sufre Italia. Aquí en España pensamos que lo de ETA fue terrible. Obviamente, fue terrible, pero es que lo de Italia fue atroz. Cuando se pusieron a ser políticos, empezaron a matarse unos a otros, pero no con pistolas, sino poniendo bombas en las estaciones, con los servicios secretos conspirando contra el propio gobierno. Un terrorismo de extrema izquierda, muy vinculado a Moscú. Italia es un país especial en ese sentido y en el que las pasiones se desparraman hacia todos los ámbitos, incluyendo el fútbol. Ningún fútbol ha estado tan politizado como el italiano. Es una sociedad muy peculiar, muy mediterránea. Si quitamos la franja norte de Italia, Italia puede compararse con Líbano. Es un país esencialmente mediterráneo, donde nada es exactamente verdad, nada es exactamente mentira, vamos a negociar. Esa cosa del mercadeo y del recelo hacia el poder. Siempre ha sido un laboratorio: en Italia surgió el eurocomunismo, en Italia surgió la ultraderecha moderna encabezada por Berlusconi, que rescata a los herederos de [Benito] Mussolini y los lleva al gobierno. Italia te permite ver bastante de cerca los mecanismos que nos han llevado a la situación actual en casi todas partes. Esta política que, como en el caso del periodismo, sufre de escasez de hechos y de hiper abundancia de fábulas y de retórica inflamatoria.

Hablando de entender el mundo, le cito una vez más: «Para mí, la vida es educación: un proceso de aprendizaje. No hablo de alcanzar la sabiduría, no fastidiemos, sino de enterarse, dentro de lo posible, de cómo funciona el mundo». Ilumíneme, ¿cómo funciona este, perdón por la expresión, jodido mundo?

Ya soy muy viejo y sigo sin saberlo. Yo creo, sinceramente, que el sentido de la vida es intentar entender las cosas. Desconfío de los que insisten mucho en lo de conócete a ti mismo. Hay que conocerse a uno mismo, pero creo que lo importante no está dentro de uno mismo. Está alrededor, está fuera. No es cierto que nazcamos como una tabla rasa en la que en el entorno a construir algo hay condicionantes genéticos. Nacemos bajo determinadas condiciones, pero es la realidad circundante lo que nos pasa, lo que nos va formando. A mí me interesa eso, la realidad que hay alrededor y por qué la realidad es así. Durante años me interesé bastante por la economía, porque creo que de las Ciencias Sociales es la única que puede basarse en hechos y, cuando hablamos de microeconomía, en fórmulas matemáticas. Y es muy útil para entender los mecanismos de poder, que son cada día más evidentes y, a la vez, menos vistos. Nos perdemos en discusiones tontas, que no tienen ni siquiera la densidad de un acto ideológico, son actos sectarios. Uno se apunta a una cierta cosa como se apuntaría a una secta. Los míos siempre tienen razón y los otros siempre están equivocados. Y tendemos a perder de vista que el mundo es manejado por las fuerzas basadas en la economía y en la comunicación. Y, generalmente, en esas fuerzas no nos fijamos porque casi dan miedo.

Pero este jodido mundo solamente puede ser explicado por esas fuerzas…

Es facilísimo meterse con un político, con cualquiera. Yo no veo que nadie sea capaz de meterse con alguien como Florentino Pérez, que es un hombre extremadamente poderoso, que va mucho más allá del [Real] Madrid. Tiene esa pantalla del Madrid y tiene poder suficiente como para conseguir que los periodistas críticos con él, o no fieles a él, pierdan el trabajo porque tiene él un imperio económico importante y, además, sabe manejar el poder, siempre ha estado en el poder. La gente tiende a pensar que es un empresario que ha hecho dinero. No, no, no, no. Florentino era un funcionario municipal madrileño cuando organizó con Miquel Roca la “Operación Roca”. Estamos hablando de hace muchos años. Es un hombre que desde el conocimiento de cómo funcionan las instituciones se ha dedicado a la política. Es un político. Eso le ha permitido ganar fortunas. Sabe cómo funcionan las instituciones, cómo funciona el poder en España y en otros lugares y lo maneja a su favor. Y no digo que sea como el Doctor No, un personaje completamente malvado, sino que simplemente es alguien que conoce el poder, posee el poder y sabe utilizar el poder.

Regresamos de nuevo a Berlusconi y a lo mejor es algo que ya nos enseñó él y que muchos han aprendido, como Arabia Saudí ahora. Utilizar el sportwashing

Claro. El deporte profesional, sobre todo el fútbol, se ha convertido en un gran negocio planetario. Lo que en los años sesenta y setenta eran los actores de Hollywood ahora son los futbolistas. Ganan fortunas inconcebibles, los clubes manejan presupuestos gigantescos y apelan a las pulsiones más elementales de la gente porque en el deporte la gente sí es, lógicamente, sectaria. Estás con un equipo, en el estadio, aunque ahora menos: el fútbol profesional de alto nivel ya está concebido para ser visto por la tele. Hay un ejemplo muy claro: cuando el [Manchester] City gana la final al Inter, sus aficionados aplauden. ¿Por qué? Porque no tienen la experiencia del estadio. Eso ocurre en Argentina, donde el estadio es una auténtica caldera a muchísimos grados y lo que ves es delirio, es éxtasis. Es violencia, ocasionalmente, es algo mucho más intenso. El City es un invento de laboratorio, hace un fútbol exquisito, no lo discuto, pero es un ejemplo del nuevo fútbol, el fútbol hecho para la televisión. 

Vamos a meternos de lleno, entonces, en el deporte y en el fútbol. Una ciudad beisbolera en que la «neutralidad es imposible» y en la que sus habitantes se dividen en aficionados «de los Yankees, de los Mets y extranjeros». Partidos extraordinarios entre River y Boca, «la vieja absenta auténtica, el tabaco sin filtro, el sexo sin precauciones, la droga sin mesura». Apuestas en carreras de caballos los sábados en William Hill, una tradición que une a la élite y al lumpen, incluso hasta a la monarquía. Judíos que son del Arsenal y no del Tottenham en Londres, donde «el fútbol es un asunto de máxima gravedad». Peleas en pubs sin «insultos previos, ni griterío, ni bravuconadas», sino con una violencia «súbita y fría». Tertulias vespertinas en la redacción de La Repubblica y multitudinarios e improvisados partidos de fútbol al caer en la noche en el Campo dei Fiori, siempre con alguien que renuncia al ataque y se queda jugando en la defensa. La sensación de riesgo de un Roma-Lazio en el Stadio Olimpico… Usted, si me permite la licencia, ha sido corresponsal en más países de los que existen en el mapa. Dígame, ¿el deporte en Inglaterra significa…? ¿Y en Francia? ¿Y en Estados Unidos? ¿Y en Italia? ¿Y en Israel? ¿Y en Argentina? ¿Y en España? ¿Qué hilo en común ha encontrado en todos esos países con el deporte? ¿La pasión? Porque en el carácter inglés «no hay sentimentalismos, ni derroches de pasión, ni verdades con mayúsculas», salvo en el deporte y, especialmente, en el fútbol, ¿verdad?

Sí, pero eso ha cambiado mucho. El fútbol inglés en los años ochenta se parecía mucho al fútbol argentino y tenía problemas gravísimos. Basta con recordar Heysel o Hillsborough. Era extremadamente pasional y violento cuando se daban mal las cosas. Eso ha cambiado. Cuando yo estaba en Londres, el Chelsea era un equipo que no podía aspirar a ganar nada y el ambiente en el estadio era relativamente canalla. Ahora es todo como una gran zona VIP. La irrupción de las grandes fortunas en el fútbol, gracias a la conversión en sociedades anónimas y la globalización del espectáculo deportivo, ha cambiado las cosas. Ahora el hincha inglés sólo es peligroso cuando sale fuera porque ahí se desata. Pero lo mismo hacen los turistas: viajan a España y se emborrachan y se tiran por balcones, cosas que nunca harían en su casa. Tanto en España como en Inglaterra y como en Francia, donde se ha creado ese monstruo, el PSG, un equipo que tiene apenas 50 años y tiene todo el dinero del mundo. Yo no sé si representa algo, pero a mí me desagrada bastante ese artilugio que han montado, pero es un ejemplo de hacia dónde van las cosas. El fútbol antiguo, el que tiene todos los defectos de lo antiguo pero también las virtudes, hasta la emoción en estado puro, pervive en lugares como Argentina porque los clubes no son ricos. En cuanto un jugador demuestra que es capaz de darle tres veces seguidas al balón, ya se lo llevan a Europa. Es un fútbol de una calidad relativa, pero insisto, con todos sus defectos, con los clubes dominados por ciertas mafias, con mucha corrupción, la pasión es más auténtica que en este fútbol hiper profesionalizado y muy caro que es más aséptico. Quedan estadios en donde vale la pena pasar un buen rato, Anfield, por ejemplo, pero las cosas están cambiando hacia otra cosa. El fútbol del que yo hablaba hace años está cambiando, ya no es lo que yo vi en esa época. Un Roma-Lazio sigue siendo algo impactante, pero el dueño del Inter es un chino… El fútbol se ha globalizado y empiezas a encontrar, como en las ciudades, una cierta homogeneización. Las mismas tiendas en todas las ciudades del mundo, las mismas modas. Y lo mismo pasa en el fútbol. Los clubes de la modernidad se parecen todos entre sí. Juegan con muchísimo dinero y tienen intereses políticos sin excepción en todos los casos.

Entonces, ¿no cree que la intención de crear la Superliga es el paso más lógico para esos doce o quince clubes que dominan el fútbol europeo en el contexto en el que vivimos, en este mundo del fútbol moderno, en la mercadotecnia y el capitalismo? ¿Esos clubes terminarán creando la Superliga a pesar de la oposición, parece que mayoritaria, de los aficionados? A propósito, como dijo Gareth Southgate, el seleccionador de Inglaterra, ¿actualmente es fácil amar el fútbol, pero difícil que te guste la industria del fútbol? ¿Cómo convencería a alguien para seguir viendo el fútbol que se ha homogeneizado como las ciudades? ¿Qué le diría?

Realmente, eso ya se está creando poco a poco. Es la fórmula que ensayaron el Madrid, el Barça, la Juventus y demás, la de crear una competición sólo para ellos, copiada un poco de la NBA. Por suerte, creo que se ha frenado, pero la evolución está clara. Antes la Copa de Europa la jugaban sólo los campeones de cada campeonato y, por tanto, había menos partidos y era menos relevante. Ahora la juegan muchos equipos, es cada vez más importante y económicamente más rentable. Si la evolución es esa, por pura decantación acabará adquiriendo mucha más relevancia que las ligas nacionales, las viejas ligas. ¿Los grandes equipos seguirán jugando en esas ligas? No lo sé. Yo creo que al final, no. Al final existirá esa especie de Superliga europea, que es lo que da más dinero, lo que permite ese fútbol, que ya no es tanto un deporte, sino que es como un espectáculo de auténticos artistas. Es verdad que ves a futbolistas de una calidad tremenda y ves jugadas que no solían verse. En un mismo equipo tienes a once jugadores que son auténticos genios de esto gracias al dinero. Si uno sigue la pista del dinero, generalmente va por el camino correcto. Y si los clubes grandes ganan cada vez más dinero jugando entre ellos vamos hacia eso. Lo otro es el sentimiento del seguidor del Almería que cuando juega con el Cádiz se emociona mucho, pero a los demás nos importa un higo.

Foto: Zenda.

¿Cuál es el mejor equipo de fútbol que ha visto en su vida? ¿Y el mejor entrenador de fútbol? ¿Y el mejor jugador de fútbol? ¿Y el jugador que más le ha hecho disfrutar en un estadio de fútbol? ¿Y el mejor partido de fútbol que ha presenciado?

Lo vi por la tele, pero yo creo que el Mundial del 70 fue la máxima expresión del fútbol clásico. Aquel era un fútbol mucho más lento, más heroico porque no había cambios. Si te rompías un brazo o seguías jugando o dejabas a tu equipo con diez. El Alemania-Italia de aquel Mundial es algo extraordinario. ¿El mejor partido que yo he visto en directo? Hay bastantes, pero tendría que reconocer que pocas veces he disfrutado tanto como viendo a la Roma de Totti, de Emerson, la Roma de principios de siglo. Era la Roma de cuando [Franco] Sensi era el dueño, con Cassano… El ambiente en el estadio era fantástico y el juego era una delicia, era algo completamente imprevisible. Eran unos locos que hacían cosas y nunca sabías qué esperar. Yo realmente soy del Inter, pero aquella Roma me enamoró.

¿Y qué jugador le ha hecho disfrutar más en un estadio? ¿Ese Totti era espectacular, verdad?

Lo de Totti era algo tremendo. Yo siempre he sido muy fan de Beckenbauer. Era de mi época y era un futbolista bastante especial. ¿El mejor jugador que yo he visto? No llegué a ver a Di Stéfano, le vi ya muy mayor, pero yo sigo pensando que Pelé es lo mejor que he visto. Por supuesto, Messi es algo extraordinario, pero si tuviera que responder a la pregunta cuál es el mejor jugador que he visto, yo me quedaría con Pelé.

Urtain derrotó al alemán Weiland en el Palacio de los Deportes de Madrid en 1970 y se proclamó campeón de Europa de los pesos pesados. Esto escribió Manuel Alcántara, uno de sus periodistas deportivos de referencia, en ‘Safari de medianoche’, su crónica de la velada: «Estaba roto, desarbolado, pretendiendo aspirar por la nariz el aire mezclado con nubes de nicotina. Ya se barajaban títulos (“Más dura ha sido la caída”, “El ídolo de barro”) cuando, en un supremo esfuerzo, en un alarde coronario de temple combativo, el morrosko se fue para el gigante dispuesto a jugarse el todo por el todo. […] Poco a poco, la inmensa mole del campeón europeo fue a la lona. En el trayecto había perdido el título. Ya era incapaz de levantarse de nuevo. Los tremendos hachazos recibidos en los parietales hubieran tumbado a un elefante. El emocionante safari había terminado. Era la medianoche». Pura poesía. Según su experiencia, ¿por qué es tan agradecido escribir sobre deporte? ¿Por su dramatismo, que le acerca a la vida? ¿Por el hecho de que permite a los escritores expresar emociones, lo que sienten? ¿Por su aroma a nostalgia, que nos retrotrae a nuestro pasado? ¿Por la tortura, esa sensibilidad e inseguridad, que es inherente a todos los genios del deporte, a todas las grandes mentes de la humanidad? ¿Por la posibilidad de poder mostrar lo que está detrás de la cortina, como en El Mago de Oz, para que los aficionados comprendan mejor la excelencia, problemática y fragilidad que esconde el deporte? ¿Por su imprevisibilidad, por su emoción irracional? ¿Por qué cree que que se pueden escribir textos tan bonitos como esa crónica que le acabo de leer de Manuel Alcántara?

Joder, es que Alcántara era buenísimo. Acabas de enumerar prácticamente todas las razones. El deporte, que en su concepción moderna y al decir moderno me refiero a finales del siglo XIX y principios del XX, se construye sobre dos pilares que son completamente distintos. Por un lado, la recuperación de los Juegos Olímpicos como un ejercicio de superación personal con elementos de heroísmo, en el atletismo, por ejemplo. Y por otro lado, se crea el deporte colectivo, el fútbol, el rugby, pero sobre todo el fútbol y el fútbol es un fenómeno tribal. El equipo de este barrio contra el equipo de este otro barrio. Existen estas dos columnas, no lo olvidemos, y cuando puedes juntar de alguna forma esas dos columnas, el esfuerzo del héroe y la capacidad de arrastre emocional que te ofrece, la vinculación del público a un determinado tipo o a un determinado héroe individual, en España sería el caso de Rafa Nadal, Induráín, etcétera, ahí puedes explorar todas las facetas de la vida. Todas. Y eso es lo que tiene el deporte tal como lo hemos conocido hasta ahora. Y mantiene un poco eso. Lo que ocurre es que ya no puedes contar que el gol que ha decidido la final de la Copa Europa lo ha marcado un tipo que estaba cojo y llevaba media hora lesionado, pero no podía retirarse del campo. No, ahora todo es mucho más higiénico, si alguien se hace daño se le sustituye por otro. Pero, al final, ¿qué tiene esa crónica que citabas de Manuel Alcántara? Tiene la épica y el drama que puede desembocar en tragedia. Ahí se están jugando el físico dos tipos, que encima son malos boxeadores, con lo cual tienes que apelar no a cuestiones estilísticas. Ahí Alcántara no habla para nada de estilos, ni tácticas, ni maniobras. No, es algo brutal, un choque de dos tipos muy grandes que quieren hacerse daño. Si con esto no eres capaz de hablar de la vida, dedícate a otra cosa. 

«O puede optar por el fracaso, el sufrimiento y la más débil de las esperanzas, y se suma, como yo, a la famélica legión de los Mets». Y «el amor sólo se puede medir por el grado de dolor que es capaz de infligirnos aquello que amamos. Y a mí ninguna institución futbolística puede dolerme tanto como el Espanyol». Y los seguidores de equipos ganadores como el FC Barcelona «pueden sentirse tristes, pero jamás han experimentado el auténtico vacío existencial de quienes sospechan, con bastante fundamento, que su dios se ha largado para siempre». Usted es del Espanyol y de los Mets en dos ciudades, Barcelona y New York, en el que el discurso mayoritario y el afecto de la gente está ampliamente protagonizado por otros equipos. Y del Inter, una beneamata acostumbrada a sufrir improbables y dolorosas derrotas a lo largo de su historia. Bueno, usted también es del Chelsea, el primer club del fútbol inglés que ganó una Premier League con un dueño extranjero, pero toda regla tiene que tener su excepción. Como escribió, «dudo que esa característica mía, la incompatibilidad con el éxito, me proporcione grandes alegrías en la vida», pero, al igual que esa característica tiene «mal remedio», ¿al menos ha marcado su personalidad? ¿Le ha hecho sentirse más fascinado por la derrota que por la victoria? ¿Cómo es ser aficionado de equipos que, mayoritariamente, no ganan?

Sí, es, evidentemente, uno de esos factores externos que te hacen ser como eres. Tiene, sin duda, efecto psicológico. Lo que pasa es que uno se hace de Espanyol, en mi caso, por herencia: mi padre empezó a llevarme de muy pequeño y me hice del Espanyol de una forma natural. Pero posiblemente eso me ha llevado a simpatizar con equipos de tradición no ganadora, equipos no demasiado poderosos. Aunque yo me hice del Inter en el 64, porque vi por la tele en blanco y negro la final del Madrid con el Inter y ese era el gran Inter de Herrera, Mazzola, etcétera. Me pareció un equipo, no sólo ganador, sino maravilloso, elegante, con un nombre precioso, Internacional. Yo era un niño y pensé: «Joder, cómo me gusta esta gente». Y ya no hubo remedio. Luego descubrí que era un equipo mucho menos ganador y que se ajustaba más a mis características psicológicas. Me moriré sin saber qué siente el seguidor de un equipo grande porque ha de ser forzosamente distinto. Cuando estás del lado de un equipo que no sólo pierde, sino que tiene de vez en cuando la propia existencia amenazada y al que le pasan todas las desgracias justamente porque es un equipo débil, valoras más ciertos detalles y realmente cuando algo va bien la alegría es extraordinaria. Por otro lado, te acostumbras al estoicismo, el Dios del que hablaron los profetas no ha venido ni se la espera ya. En cambio, un equipo poderoso tiene impunidad. El Barça ha pagado un montón de dinero a un señor que estaba en el Comité de Árbitros y que no sé qué durante años y todos sabemos que no pasará nada porque sería dañar el negocio. Lamento no poder estar en la piel de un seguidor de uno de estos equipos que si caen en cuartos considera que la vida es un fracaso. No sé, para ellos el mundo es por fuerza distinto.

Veamos, para terminar, si sigue siendo, como escribió una vez, «casi inmune a la nostalgia». Seguiré insistiendo, como antes, con Italia: «Y haya podido evitar la sensación de haber viajado atrás en el tiempo, hasta los años sesenta. Dicho así, el comentario podría sonar negativo. No lo es», escribió una vez sobre el país italiano. ¿Ni siquiera siente nostalgia de la bellezza constante de Roma? ¿Ni de los jardines de Kensington en los que habita Peter Pan en Londres, la ciudad a la que usted declaró amor eterno? ¿Cuál sería su lista de cinco cosas significantes entre todos los acontecimientos que ha cubierto a lo largo de su trayectoria profesional en todos los lugares del mundo? ¿Y a nivel personal? Haga un balance de todos estos años que ha pasado huyendo a lo largo y ancho del mundo.    

Es así. Aquí hay un hecho que determina mi vida: cuando muere mi hija, mi vida da un giro y, por tanto, mi vida laboral también da un giro. Empiezo a escapar. Con perspectiva, creo que he dedicado mi vida básicamente a escaparme de los sitios y quizá eso explica la ausencia de nostalgia. Recuerdo con placer muchas cosas, sé los lugares en los que he sido relativamente feliz. Londres y Roma serían los lugares en los que me he sentido mejor y en los que he tenido muy buenos momentos, pero también sé que aquel Londres ya no existe. Ahora Londres es una ciudad carísima que ha expulsado a los auténticos londinenses y los ha sustituido por una nueva clase internacional, volvemos a la globalización, de ricos que están construyendo la ciudad a su medida. La nostalgia es algo que para mí no tiene sentido. Hubo cosas que fueron. Y ya no son. Y eso no puedes cambiarlo. 

En esta entrevista he utilizado referencias de El País, Historias de LondresHistorias de Nueva YorkHistorias de RomaHistorias del CalcioUna cuestión de fe y Marca.

La entrevista ha sido editada para mejorar la compresión lectora, pero en todo momento se ha respetado el sentido de la misma.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *