A finales de agosto de 1990, se llevaba a cabo el Encuentro Vuelta: La experiencia de la libertad, un evento que reunía a más de 40 intelectuales y escritores (varios Premios Nobel) para analizar tópicos de importancia en el mundo, ante la llegada inminente del nuevo siglo. La reunión se transmitía por Televisa y Enrique Krauze moderaba un panel sobre Europa del Este, pero sorpresivamente la conversación viró hacia Latinoamérica, luego de un comentario de Octavio Paz en el que parecía exonerar a México de las dictaduras; hubo entonces, una incisiva réplica del escritor peruano Mario Vargas Llosa: “México, es la dictadura perfecta”, frase que quedó incrustada para siempre en la memoria colectiva del país.
Vargas Llosa (20 años después Nobel de literatura, en 2010) explicaba la eficacia dictatorial mexicana: mientras en Latinoamérica se perpetuaba un hombre, en México era un partido político; el PRI conseguía la perfección de su sistema reclutando sutilmente a intelectuales, estimulando la (suave) crítica y entablando siniestros tratados con grupos de oposición. “Es una dictadura sui géneris, que muchos otros en América Latina han tratado de emular”, acusaba el peruano, argumentando que todos los dictadores del continente habían buscado repetir un modelo tan perdurable como el priista.
“La dictadura perfecta no es el comunismo. No es la URSS. No es Fidel Castro. La dictadura perfecta es México”, decía el escritor ante la mirada estupefacta de los presentes. Y no se detenía: “Es la dictadura camuflada, de tal modo que puede no parecer una dictadura, pero tiene, de hecho, si uno escarba, las características de la dictadura: la permanencia, no de un hombre, pero sí de un partido. Y de un partido que es inamovible”.
Desde su fundación en 1929 y hasta el año 2000 con la llegada del PAN a la presidencia, el Partido Revolucionario Institucional gobernó y marcó la historia contemporánea de México; lo que comenzó como un proyecto emanado de la revolución, que buscaba poner en orden al país y reorganizar su estructura, se transformó con el tiempo en un sistema partidista hegemónico, con infame concentración de poder, autoritarismo y la corrupción como plaga que todo lo cubre.
Tras la decepción de la alternancia a principios de siglo con los gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón, y el regreso del dinosaurio de la mano de Enrique Peña Nieto en 2012, el arribo de la izquierda prometía un nuevo horizonte, uno que paulatinamente se convirtió en lo que tanto se temía: una nueva versión del pasado, un nuevo PRI, la eternización de un sistema político que aprende de sus errores y se vuelve más preciso, adhiriéndose pegajosamente a la bandera nacional. No comete las mismas erratas de sus antecesores, crea unas nuevas.
Al cineasta mexicano Luis Estrada le interesa entender por qué la sociedad mexicana es como es, basado en lo que él llama una esquizofrénica relación amor-odio con su país. Por un lado, detesta la clase política y la violencia y, por el otro, se siente orgulloso de la cultura mexicana y parte de una tradición que, desde niño, le ha permitido ser testigo privilegiado de la historia de cine mexicano, conociendo a leyendas como Emilio “El Indio” Fernández, Ismael Rodríguez y Alejandro Galindo, además de trabajar muy de cerca con Felipe Cazals, Arturo Ripstein y por supuesto, con su padre, José “El perro” Estrada.
A Luis Estrada le ha tomado cinco películas intentar desenmarañar la idiosincrasia mexicana, una pentalogía desde la sátira política que va de la laureada La ley de Herodes (1999) hasta la épica ¡Que viva México! (2023), exploraciones alrededor de la mexicanidad con dos temas fundamentales en la médula: una sociedad desmembrada y la condena a repetir ciclos. Esa obsesiva idea de desentrañar los misterios de por qué la sociedad mexicana es como es, Estrada la presenta desde el cine, su trinchera, igual que según dice el director, otros muchos artistas lo han intentado desde otros ámbitos, como la pintura, con los muralistas (Rivera, Siqueiros, Orozco), la caricatura de José Guadalupe Posada y la literatura de Octavio Paz, Carlos Monsiváis, Alfonso Reyes, Juan Rulfo o Jorge Ibargüengoitia.
En el cine, Luis Estrada resalta que los pocos intentos por ahondar en las complejidades de la mexicanidad están en los conocidos títulos El ángel exterminador (1962) y Los Olvidados (1950) de Luis Buñuel, Mecánica nacional (1972) de Luis Alcoriza y Los caifanes (1967) de Juan Ibáñez, pero nadie o casi nadie había utilizado la sátira política para abordar el tema, y él, como cinéfilo empedernido, era el cine que le interesaba ver, por eso decidió filmarlo. La ley de Herodes sería el primer eslabón de ese profundo estudio sobre nuestra idiosincrasia y la clase política que nos gobierna; aquella tremenda frase de Vargas Llosa ya se introducía desde aquí: La dictadura perfecta, es México.
Para Estrada, la cultura es lo único que nos ha salvado de la barbarie; nuestra música, la literatura, el arte, el cine. La política, en cambio, ha estado siempre cerca de ahogarnos. Las complejidades de una sociedad tan particular como la nuestra, se entienden solo a partir de poner un espejo que nos muestre virtudes y defectos. Ese espejo, son las cinco películas que nos ocupan. En una entrevista, Estrada dijo que llevamos gobernados casi 100 años por el mismo sistema político, sin servir de nada la alternancia y la llegada de izquierda y derecha al poder. Cambia el partido, pero no las formas. Se vuelve realidad la pesadilla de quedar atrapados en una dictadura perfecta. La angustia se refuerza con la oración del teórico y filósofo Joseph de Maistre: “Cada pueblo o nación, tiene el gobierno que se merece”.
La ley de Herodes (1999) – El priato, corrupción e impunidad

Igual que Rulfo con Comala, García Márquez con Macondo e Ibargüengoitia con Plan de Abajo, Luis Estrada inventó un lugar ficticio donde se ambientan sus películas; un falso estado de la República Mexicana, el número 33, en palabras del propio realizador. Un Estado que se parece un poco a Durango, otro poco a Tamaulipas, con atisbos de Sinaloa y Michoacán, pero que no es ninguno de ellos, sino un lugar novelesco que engloba lo peor de la sociedad y la clase política de esos puntos geográficos.
Ahí se mueven los protagonistas del universo del director (una especie de bizarro multiverso, ahora tan en boga, donde los mismos actores y actrices interpretan diferentes personajes, atravesando las cinco películas), entre parajes desérticos, polvosos pueblos y el caos urbano, buscando revertir una adversidad violenta que casi siempre les explota en las manos, con la codicia que detona su desgracia.
San Pedro de los Saguaros es una de esas localidades aisladas, perdidas, donde han tenido 3 alcaldes en cinco años, porque a todos los han linchado. La ley de Herodes está ambientada en 1949, durante el sexenio de Miguel Alemán Valdés, con aquella ideología de “Modernidad y justicia social”, la misma que usará el flamante nuevo Presidente Municipal de San Pedro, Juan Vargas (Damián Alcázar), un perdedor sin suerte que llega con las mejores intenciones, pero que se da de bruces con la realidad corrupta de su entorno. Vargas ha militado durante años en el PRI y ha esperado pacientemente la oportunidad de demostrar a los altos mandos políticos su capacidad, por eso, cuando arriba al lugar y se encuentra con una presidencia municipal cayéndose, una escuela abandonada, un sacerdote que cobra por los pecados que le confiesan y un burdel purulento de desgracias, no puede menos que sentirse utilizado y decepcionado.
En muy sutil la forma en que Juan Vargas va descendiendo a las entrañas de la corrupción y la impunidad, pero una vez que tropieza, el ocaso será en caída libre. Hay una secuencia muy hermosa, donde Vargas le cuenta sus intenciones al secretario Carlos Pek (Salvador Sánchez), en un tranquilo atardecer, luego de enterrar un cadáver que nadie reclamó: el protagonista habla de poner drenaje en el pueblo, una carretera que conecte con la ciudad, la construcción de una presa y llevar la luz eléctrica al lugar, habitado en su mayoría, por indígenas. En el brillo de los ojos de Vargas hay una intensión real de cumplir con la modernidad prometida por el Presidente de la República, él quiere cumplir a su partido y ser parte de una transformación. ¿Cuántos políticos en la realidad llegarán igual a su oficina, el primer día de su gestión, intentando hacer las cosas de la mejor manera? ¿Cuántos renuncian a esos propósitos luego de darse cuenta de que no es tan sencillo?
Juan Vargas recibe el primer soborno por que acepta que no puede cambiar el sistema corrupto del que es parte y trata desde ahí, de cambiar las cosas, pero la ambición lo quiebra. El secretario de gobierno del Estado (Pedro Armendáriz Jr.), le entrega un compendio de leyes y una pistola como remedio para conseguir el presupuesto que San Pedro de los Saguaros necesita, además de una frase triste y memorable de la cultura mexicana: “el que no transa no avanza”. Comienzan las mentiras y las falsas promesas, la codicia del dinero que nunca es suficiente, la muerte que soluciona problemas y el goce del placer de la carne. Vargas pierde poco a poco los estribos, inaugurando un poste de luz, anunciado como una magna obra, que nunca se concluye (el simbolismo es devastador, con escuelas y hospitales anunciados en el país que jamás llegan a terminarse, olvidados en ruinas); la modernidad no llega, no llegará.
Paradójicamente, ese enorme poste que no llevó el fulgor a San Pedro de los Saguaros, servirá para que Juan Vargas se salve de ser linchado como sus antecesores, corruptos funcionarios que al intentar huir, fueron decapitados, quemados o bien colgados por la turba enardecida. Vargas es rescatado y tiempo después, considerado un héroe, lo que conlleva su arribo al Congreso de la Unión, en calidad de Diputado. En una de las escenas más recordadas de La ley de Herodes, Juan Vargas pronuncia un imponente discurso en el estrado principal del recinto, donde brilla el escudo nacional. El caudillo, perfectamente trajeado (contrastando con todo el metraje, en el que aparece sucio y desaliñado), habla de “estar en el poder por siempre y para siempre”, ante el aplauso contundente de los presentes.
La triste condena a repetir ciclos y los estragos de una sociedad desmembrada, quedan expuestos cuando en una secuencia cerca del final, calcada plano por plano del arranque del filme, Jesús Canales (Jesús Ochoa) llega como el nuevo presidente municipal a San Pedro de los Saguaros, justo como Juan Vargas, y se intuye, con las mismas buenas intenciones y sueños de generar un cambio que trascienda y cambie la situación del lugar. La realidad cruel y un sistema político intoxicado, volverán a ser los principales obstáculos del progreso local; los habitantes de San Pedro, igual que la sociedad mexicana en su conjunto, parecen quedar atrapados en un bucle infinito de corrupción, injusticia e impunidad.
La ley de Herodes se filmó durante siete semanas, en locaciones de Puebla y la Ciudad de México, contando con un presupuesto de un millón cuatrocientos mil dólares. Su estreno en salas mexicanas fue el 18 de febrero del año 2000, luego de una amenaza de censura por parte del gobierno en turno; Luis Estrada defendió con garras y dientes la cinta, que se convertiría en la número 51 de las 100 mejores películas del cine mexicano, no solo por su humor ácido y el divertido compendio que hace de las prácticas priistas, sino porque su fuerza terminó por influir inevitablemente en un país que vivía un año electoral. Cuatro meses después del estreno, las elecciones del histórico 2 de julio del año 2000, daban como ganador al panista Vicente Fox, terminando con la hegemonía del PRI.
Esta sátira política ganó en el Festival de Sundance como mejor película Latinoamericana y fue galardonada también en los Festivales de La Habana y Valladolid; en la XLII entrega del Ariel, La ley de Herodes fue multipremiada en varias de las categorías principales, llevándose 10 laureles, entre los que destacan mejor película, mejor director, mejor actor (Damián Alcázar) y mejor guion original (Luis Estrada, Jaime Sampietro, Vicente Leñero, Fernando León). A propósito del guion, es necesario mencionar que aquí se afianza la relación de Luis Estrada con su coguionista Jaime Sampietro, colaborador habitual con el que escribirá los guiones subsecuentes de esta saga no oficial, pero que sí comparten vasos comunicantes.
En La ley de Herodes hay un reparto tremendo, mezcla de leyendas y talento joven que explota en interpretaciones sublimes: Isela Vega como doña Lupe, Salvador Sánchez como Carlos Pek, Ernesto Gómez Cruz como el Gobernador Sánchez, Juan Carlos Colombo como Ramírez, Evangelina Sosa (inolvidable en Ángel de fuego (1992), de Dana Rotberg) como Perla, Jorge Zárate como Tiburón y una joven Maya Zapata como Chencha, además por supuesto de los principales papeles de Damián Alcázar como Juan Vargas y Pedro Armendáriz Jr. como el siniestro Fidel López. Se establece entonces una alianza con varios de estos actores y actrices que aparecerán más adelante en las películas de Luis Estrada, interpretando nuevos roles.
Asi como la parte estética queda delineada gracias a la elegante cámara y terrosa fotografía de Norman Christianson, al discurso temático del cine de Estrada lo atraviesan por primera vez aquí tres elementos: la religión, la política y la violencia. Si en La ley de Herodes el cineasta apuntaba sus armas al priato, pero arteramente a los sexenios de Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo, más adelante las flechas irían hacía la derecha y la promesa de un cambio que nunca llegó. La emoción se convertiría en decepción, en un México que estrenaba siglo.
Un Mundo Maravilloso (2006) – El foxiato, desigualdad y cinismo oficial

En lo que parece ser una Ciudad de México fantástica, el Ministro de Economía (Antonio Serrano, sí, el director de Sexo, pudor y lágrimas (1999)), anuncia en un evento lleno de opulencia que el gobierno en turno finalmente le ha ganado la batalla a la pobreza. Pero la realidad, como siempre, es muy distinta a lo que los políticos presumen en sus discursos.
Juan Pérez (Damián Alcázar) es un indigente que una noche busca refugio de la lluvia y queda atrapado en lo alto del flamante World Financial Center; la situación es confundida como un intento de suicidio, debido a la desesperación que induce la miseria. Medios de comunicación tendenciosos provocan el escándalo y el Ministro Lascurain decide cambiar la vida del vagabundo Pérez, dándole una casa, un coche y un trabajo para sobrevivir de forma digna. Cuando la pandilla de amigos de Juan (Filemón (Ernesto Gómez Cruz), El tamal (Jesús Ochoa) y el Azteca (Silverio Palacios), todo un tour de force interpretativo) se enteran de la suerte de su colega, deciden hacer lo mismo: fingir suicidarse desde las alturas para conseguir beneficios instantáneos.
El funcionario de economía, harto y preocupado por las consecuencias de sus decisiones, declara a la pobreza como un crimen y Juan Pérez termina en prisión; cuando tres años más tarde salga y se encuentre con un submundo de pobres que viven en las cloacas, las ideas sobre igualdad y justicia del protagonista se habrán modificado: “más vale un día como ricos, que una vida de pobres”, una reflexión, que llevará al extremo.
Un Mundo Maravilloso (2006) comienza como un cuento de hadas, con un libro que abre sus páginas para contar una historia, al estilo de las películas clásicas de Disney. De fondo suena What a Wonderful World (1967) de Louis Armstrong, tersa y optimista, mientras Juan Pérez camina y sueña con el calor de un hogar, la tranquila vida de las clases acomodadas. Al indigente le da la espalda el gobierno, la iglesia y la sociedad misma, enferma de un egoísmo crónico que se alimenta de envidia e hipocresía. Para el afligido Juan, la esperanza se verá reflejada en esa pintoresca casa de cercas blancas, que representa también la oportunidad para cumplir su promesa a Rosita (Cecilia Suárez), la mujer que ama y con la que comparte clase social.
El escudo nacional aparece en varias secuencias del filme en diversos lugares, recordando que aunque el país es el mismo, las oportunidades no son iguales para todos. El ministro de economía vive en un México falso, lleno de riqueza y comodidad, contrastando con las carencias de las clases menos privilegiadas. Hay un momento, mientras desayunan en el jardín de la enorme mansión, que la esposa (Carmen Beato) del arrogante funcionario le dice una frase que se convierte en una premonición de lo vendrá en la diégesis de la trama: “me da terror pensar que un día esta gente se cansé de vivir así, es que no quiero ni imaginar de lo que serían capaces”.
Los asesores de la Secretaría de Economía (Plutarco Haza, Raúl Méndez y José María Yazpik, otra combinación explosiva), ni siquiera conocen el valor del salario mínimo, por que no les interesa, están ahí como un adorno caro e inútil, símbolo certero de un gobierno que no sabe tomar decisiones. Pero para Luis Estrada no todo es culpa de la administración pública; el problema es más grave, con una prensa tramposa, una oposición convenenciera y una sociedad conformista. Si bien Juan Pérez es utilizado por el gobierno y la prensa a conveniencia de cada uno, y después arrojado a su suerte sin piedad, no puede negarse que el indigente es un tipo perezoso, que no busca trabajar, sino obtener un beneficio sin tener que esforzarse. Sus supuestos amigos envidian su nueva vida y lo persiguen, como chacales dispuestos a comérselo si es necesario. La pobreza lo acosa por que Juan Pérez no puede escapar de su destino.
Luego de perderlo todo y salir de prisión, Pérez se reencuentra con su pandilla de méndigos, que al verlo nuevamente en el mismo nivel de miseria que ellos, lo acogen ahora dentro de un distópico mundo subterráneo lleno de pobreza. El grupo intentará tomar justicia por mano propia, hartos de la injusticia, atacando la mansión del Ministro de economía, pero no son capaces ni de superar la enorme reja. No pueden contra el sistema. Al igual que en La ley de Herodes, el poder termina en las manos equivocadas: el Ministro gana el Premio Nobel de Economía, gracias al llamado milagro mexicano y su erradicación de la pobreza. También se hará con la presidencia del Banco Mundial, desde donde se buscará replicar el exitoso método.
Un mundo maravilloso cierra con una secuencia espeluznante, de felicidad auténtica, pero tomada a la fuerza. Nuevamente suena What a Wonderful World de Louis Armstrong, lo que recuerda que los personajes están atrapados de forma cíclica, en una vorágine sin fin. Desde el exterior de una ventana puede verse a Juan, Rosita, su pequeño hijo y el grupo de indigentes disfrutar de una cena en la hermosa casa de cercas blancas que al inicio, envidiaba el protagonista; la cámara se aleja poco a poco y deja ver la violencia y muerte que conlleva el hartazgo y la desesperación. Los cuerpos de una familia completa yacen sobre el césped verde, mientras la imagen se congela en una caricatura y el libro fantástico desde el que se cuenta la historia, se cierra.
Esta película de Luis Estrada se estrenó el 17 de marzo del 2006, producida en conjunto por Bandidos Films, Altavista Films e IMCINE, contando con un presupuesto de 2 millones de dólares; se filmó en 35 mm en locaciones del Estado de México y la CDMX. El cinefotógrafo Patrick Murguia fue el encargado de ir de la luminosidad de los colores pastel en los momentos de felicidad de Juan Pérez, a lo lúgubre de la desesperanza que la miseria trasmite, en oscuros y húmedos recovecos. Si en La ley de Herodes Estrada homenajeaba en algunos momentos a Touch of Evil (1958) de Orson Welles, en Un mundo maravilloso las referencias son al cine de Charles Chaplin y el uso del iris, a Germán Valdés Tin Tan y a La naranja mecánica (1971) de Stanley Kubrick.
El guion, nuevamente escrito junto con Jaime Samperio, pone la mirada en el gobierno de Vicente Fox y los estragos de la política neoliberal, ayudándose por medio del humor negro y la sátira, para exponer el fracaso de la llegada del PAN al poder. En ese sexenio, la desigualdad social se intensificó y el cinismo oficial de los gobernantes se volvió insoportable; la realidad sociopolítica demostraba que no importaba lo mal que estuviera el país, siempre podía ponerse peor. Un mundo maravilloso funciona como un divertido estudio sobre los delgados hilos que unen a la sociedad con su sistema político, y las truculentas grietas de la mexicanidad, que van desde la miseria de los arrabales, hasta el último piso de las elegantes oficinas de gobierno.
Ganadora de la Diosa de Plata en 2007 en las categorías de mejor película, actor, guion, dirección y edición, Un mundo maravilloso estuvo nominada a tres premios Ariel y ganó el premio de la audiencia en el festival International du Film d’Amiens de Francia, además de tener una proyección en el Festival de Morelia, en el marco del homenaje a Damián Alcázar. Con una recaudación en taquilla relevante (4to lugar nacional), que les daba confianza a sus productores, esta segunda parte (no intencional) del ambicioso fresco sobre política, religión y violencia de Luis Estrada daba certeza al proyecto, aunque nadie adivinaría lo que vendría, con una guerra que cambiaría al país para siempre.
El Infierno (2010) – El Calderonato, crimen organizado y violencia

Durante el metraje de Un mundo maravilloso, los personajes mencionan varias veces y en diferentes momentos la palabra infierno, un preludio siniestro de la idea que Luis Estrada expondría en el tercer eslabón de su mural cinematográfico: el infierno no es un lugar etéreo al que se va, el infierno está aquí mismo, en la tierra. “El infierno está vacío y todos los demonios están aquí”, ya advertía William Shakespeare en La Tempestad (1611).
Benjamín García, el “Benny” (Damián Alcázar), regresa luego de ser deportado desde los Estados Unidos a su natal San Miguel Arcángel, un poblado ubicado en un violento Estado del norte de México. 20 años han pasado desde que el Benny se fue, buscando mejores oportunidades de vida; ahora se encuentra con un entorno plagado de narcotráfico y violencia, el mismo que se ha llevado a su hermano Pedro “El Diablo” García (Tenoch Huerta), al que el Benny no pudo cumplirle la promesa de regresar por él. En su afán de descubrir al asesino de su hermano, y las carencias económicas al darse cuenta de la imposibilidad de ganar dinero suficiente de forma honesta, el Benny paulatinamente descenderá a las entrañas del crimen organizado, teniendo como guía a su amigo de la infancia Eufemio Mata “El Cochiloco” (Joaquín Cosío), que ahora es un importante narco de la región. Enajenado por su cuñada (Elizabeth Cervantes) y preocupado por el futuro de su sobrino (Kristyan Ferrer), el Benny intentará una última jugada para salir avante del crimen y comenzar de nuevo, pero se dará cuenta que las relaciones entre el narco y el gobierno, son inquebrantables.
El Infierno (2010) es el capítulo más violento y estremecedor del cine de Luis Estrada, una película que no repara en mostrar la tortura y la muerte que el narcotráfico ha normalizado. Por medio de la sátira, el cineasta busca que el espectador reflexione sobre una guerra contra el narco que levantó el polvo de los excesos, sin poder exterminarlos, transformando para siempre a la sociedad mexicana, atrapada entre la crueldad y el miedo. Lo más grave es esa generación que quedó marcada, niños que crecieron viendo noticias de muerte y escuchando cómo los narcos son los nuevos héroes de la patria; esas infancias, hoy están dentro de los grupos delictivos.
Estrenada durante las celebraciones por el bicentenario de la independencia, el 3 de septiembre de 2010, El Infierno guarda el testimonio de los días de horror que se vivían en aquellos años, con un gobierno y una milicia incapaces de contener las consecuencias de declarar una guerra a los cárteles del narco. La película es un paseo por los lugares más comunes de las inestables relaciones narco/gobierno/iglesia, con una agresividad que va de menos a más; gracias a la siempre excelsa actuación de Damián Alcázar, el espectador será testigo del ascenso y caída de El Benny, un hombre que (al igual que Juan Vargas y Juan Pérez, de los filmes anteriores de Estrada) comienza su travesía con buenas intenciones, pero termina siendo devorado por las consecuencias de sus actos.
La secuencia mas ambiciosa, no solo de esta cinta, sino de todo el trabajo de Luis Estrada hasta ese momento, es el apoteósico desenlace durante el grito de independencia en San Miguel Arcángel, durante la fiesta por el bicentenario. Don José Reyes (Ernesto Gómez Cruz), el absoluto líder de la agrupación delictiva del Estado, ahora es el Presidente Municipal del lugar, lo que confirma el establecimiento de un narco-gobierno voraz. En un mismo plano, es posible ver la triste caricatura del país, gobernado por el narco, con tóxicas relaciones entre la iglesia, los militares y delincuentes que ahora tienen puestos de poder. Las banderas ondean y los fuegos artificiales revientan; la sonrisas se vuelven gritos de horror cuando la violencia se desata, con la pegajosa sangre de Don José Reyes cubriendo el escudo nacional. Esa terrible imagen se quedó para siempre en la memoria colectiva de nuestra sociedad, un sórdido resumen de la realidad de ese momento. De nuestra realidad el día de hoy.
Pero no todo es culpa de los narcos y los gobernantes corruptos: el infame Cochiloco tiene una familia y vida hogareña, es un ser humano, después de todo. El capitán Ramírez (Daniel Giménez Cacho) utiliza artimañas para conseguir sus propósitos porque ese es su trabajo. Para Luis Estrada el problema es también la sociedad egoísta que se deja corromper, según su conveniencia. La madre del Benny (Angelina Peláez) se muestra ambiciosa con su hijo cuando descubre que está haciendo dinero, no le importa que repita el destino de su hermano muerto; Don Rogaciano García (Salvador Sánchez), padrino de Benny, permite que su taller sea remodelado con dinero ilícito; Pánfilo (Silverio Palacios) vende a su hermano La cucaracha por unos pocos pesos; Doña Rosaura (Isela Vega) tiene tratos en su tienda con los narcos y Lupe Solís (Elizabeth Cervantes) se muestra calculadora cuando se da cuenta que el Benny maneja grandes cantidades de efectivo. Nadie se salva en el infierno.
El final pesimista de la cinta confirma uno de los temas favoritos de su autor: la condena a repetir ciclos. Si en La ley de Herodes, como en un bucle, arriba un nuevo presidente municipal a San Pedro de los Saguaros y en Un mundo maravilloso los personajes están atrapados en un libro infinito, en El Infierno el último plano de la película descubre al sobrino del Benny cobrando venganza por la muerte no solo de su tío, sino también de sus padres. Es quizá, con la misma AK47 que utilizó Benjamín García en la masacre la noche el grito, con la que El diablito (Kristyan Ferrer) extermina a los jóvenes capos rivales. Una nueva generación toma el control del crimen. Una generación más visceral, menos moderada. Es un México violento, donde el ciclo vuelve a empezar.
La película fue filmada en los meses finales de 2009, en locaciones de San Luis Potosí, Ciudad de México y Coahuila, con la fotografía a cargo del mexicano Damián García, responsable también del manejo de la cámara en filmes como La vida precoz y breve de Sabina Rivas (2012), Güeros (2014) y Ya no estoy aquí (2019). En El infierno la textura de la fotografía es terrosa, dando una sensación de western violento donde el polvo y la sangre se pegan por doquier. A pesar de la clasificación C, el filme fue un éxito comercial, la más taquillera de los trabajos realizados a propósito del Bicentenario de la independencia, durando en cartelera más de 12 semanas y recaudando más de 82 millones de pesos, con una audiencia arriba de los 2 millones de espectadores.
Con proyecciones exitosas en Europa, Argentina, Australia y Estados Unidos, El Infierno sería nominada a Mejor película hispanoamericana en la 25 Edición de los Premios Goya; ganadora como mejor película del 33º Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, también fue multi nominada en la 53 entrega de los Premios Ariel del 2011, llevándose galardones como mejor película, director, sonido, diseño de arte y preseas para las actuaciones de Damián Alcázar y Joaquín Cosío, que dicho sea de paso, crearon personajes icónicos que se volvieron parte de la cultura pop de este país.
Estamos ante el punto más alto dentro del mural cinematográfico de sátira política de Luis Estrada, El Infierno con su crítica al Calderonato y la catástrofe de una guerra fallida contra el crimen organizado, trasciende por acercarse peligrosamente al documental, con su mirada sobre la violencia y la narco cultura que poco a poco han ido contagiando al país. Sin embargo, no debe olvidarse que se trata de una comedia de humor negro, con ecos al cine de Tarantino, donde la sangre salpica al espectador y le provoca risas nerviosas. La realidad, siempre superando a la más inexplicable ficción, sigue provocando hilaridad angustiante, cuando se sabe que Genaro García Luna, otrora flamante Secretario de Estado de Calderón, hoy reside en prisión, sentenciado por narcotráfico y delincuencia organizada.
Hasta aquí, Luis Estrada deja con sus películas testimonios de tres diferentes sexenios en los que la corrupción, la desigualdad social y la violencia, marcaron la realidad sociopolítica del país. Vendrían dos ejercicios más en el futuro, dos películas que abordarían el inconcebible regreso del dinosaurio priista y la llegada al poder de la izquierda, con un alarmante discurso populista.
La dictadura perfecta (2014) – Peña Nieto, televisión virulenta y el regreso del PRI

En el universo del director Luis Estrada, los nombres de sus películas cambian de un momento a otro: si La ley de Herodes primero se llamaba La ley y la pistola, Un mundo maravilloso se conoció en un principio como Un hombre ejemplar y El infierno tenía como título 40 grados (más adelante, se sabrá que ¡Que viva México! (2023) se llamaba al inicio de su producción Primero los pobres). El cuarto episodio del fresco de sátira política sobre la realidad mexicana, comenzó llamándose La verdad sospechosa, hasta terminar en un título al que orgánicamente las tres películas anteriores encausaban y que enmarca la frase pronunciada por Mario Vargas Llosa: La dictadura perfecta. Una insólita coproducción entre Bandido Films, Conaculta, IMCINE, el gobierno de Durango y Televisa, empresa que al ver terminada la película, decide desligarse del proyecto.
El ambicioso guion, escrito como es habitual entre Jaime Sampietro y Luis Estrada, terminó en un filme de 143 minutos, en el que se condensan varios bochornos de la política nacional y los medios de comunicación. Es por medio de la sátira y el humor negro, que los guionistas se ayudan hilvanando una historia que provoca risas de las desgracias de esta realidad sociopolítica: ahí están los casos de la niña Paulette y Florence Cassez, los cínicos contratos entre Televisa y el PRI-PVEM, los video escándalos, actrices que se incrustan en la política y cajas chinas que distraen la atención de los ridículos presidenciales. Rumbo al final de la película, se hace mofa de la entonces impensable alianza PRI, PAN y PRD…coalición que años más tarde, se volvería realidad, ante el imparable avance de ese otro partido de nombre MORENA.
La dictadura perfecta se filmó durante abril del 2013 en locaciones del Estado de Durango y la Ciudad de México, además de los Estudios Churubusco. Ante la expectativa de un nuevo trabajo de Estrada, generada por el lanzamiento del trailer unos meses antes y la parodia de la portada de la revista Time con Damián Alcázar y el título “Saving Mexico Again”, el estreno nacional sería el 16 de octubre de 2014, en cerca de 1500 pantallas, consiguiendo llevar a las salas más de cuatro millones de espectadores, lo que la convirtió en la cinta más taquillera de ese año y una de las de mayor recaudación en toda la historia del cine mexicano.
Se trata de un encadenamiento de traiciones y pactos entre las altas esferas del gobierno y los medios de comunicación, con una clara crítica al gobierno de Enrique Peña Nieto (en ese momento, a mitad de su gestión) y a los cacicazgos en los estados del norte del país; militares inmiscuidos, funcionarios corruptos, narcotraficantes, diputados “honestos” y familias enteras atrapadas entre una televisión tóxica que se dedica a dar el mejor show en horario estelar y la violencia que sigue generando la injusticia y la desigualdad, con la música de Rossini (La gazza ladra) como hipnótico leitmotiv. La dictadura perfecta parece lanzar una pregunta: ¿en verdad es posible reírse de nuestra desgracia? La respuesta es sí, y mucho.
Carmelo Vargas (Damián Alcázar) (hijo ilegitimo del Juan Vargas de La ley de Herodes, le prometió a su padre cumplir el sueño de llegar a la presidencia, según explica el propio Estrada) es el corrupto y nefasto Gobernador del Estado con aspiraciones presidenciales. Recientemente, Vargas se ha visto envuelto en un escándalo luego de darse a conocer unos videos donde aparece recibiendo dinero de parte del Mazacote (Hernán Mendoza), un narcotraficante de la región. Cuando el gobernador intenta sobornar a la Televisora que lo expuso, entiende que lo que debe comprar es un paquete de posicionamiento de imagen, propuesto por José Hartmann (Tony Dalton), director de TVMX.
El productor Carlos Rojo (Alfonso Herrera) y el reportero estrella Ricardo Díaz (Osvaldo Benavides) se trasladan junto con todo su equipo técnico al Estado gobernado por Carmelo Vargas para salvar su figura y posicionarlo rumbo a la carrera presidencial. Ahí se encontrarán con una piedra en el zapato: el diputado Agustín Morales (Joaquín Cosío), líder de la oposición, político que busca la justicia de su entorno y pedirá la renuncia del Gobernador Vargas. Diversos eventos subsecuentes, como un atentado en pleno congreso y el secuestro de unas gemelas, llevarán a la audiencia al interior de un país plagado de farsas, donde los justos terminan mal y los tramposos triunfan, en un ciclo sin fin, en el que la corrupción queda perpetuada.
Son varios elementos los que posicionan a La dictadura perfecta como un trabajo notable: la fotografía del gran cinefotógrafo español Javier Aguirresarobe (múltiple ganador del Goya, colaborador de Woody Allen, David Trueba, Pedro Almodóvar y Alejandro Amenábar), con su paleta de color encendida y el elegante manejo de la cámara; el uso de música clásica que contrasta con la vileza de personajes atrapados en intrigas y cambios en la estructura política y social de la diégesis; Damián Alcázar como el cínico Carmelo Vargas, alcanza aquí ya un certero manejo histriónico que el actor venía afinando desde La ley de Herodes, no puede dejar de pensarse en ese insignificante Juan Vargas que comenzó en un basurero y finalmente se hace con la presidencia de la república; el inesperado cast de actores y actrices procedentes de la televisión y concretamente de las telenovelas como Silvia Navarro, Livia Brito, Arath de la Torre, Tony Dalton, Osvaldo Benavides y el mismo Alfonso Herrera (otrora miembro de esa locura llamada RBD), que bajo la dirección de Luis Estrada se muestran distintos, intensos, fuera de su zona de confort.
Y también aparecen viejos conocidos en papeles contrastantes respecto a los trabajos anteriores en este fresco de sátira política: Joaquín Cosío es el Diputado Morales, distinto al Cochiloco que interpretó antes; Salvador Sánchez es aquí un militar/secuestrador intensísimo, además de ser al final el revelador de las oscuras trampas gobierno/televisión; Dagoberto Gama es el procurador Gilberto Ochoa y Noé Hernández es el jefe de seguridad del estado, ambos, en algún momento fueron sicarios en El Infierno. En este insólito multiverso del director Luis Estrada, los interpretes cambian de personalidad revelando las contradicciones de la naturaleza humana. Rumbo al final de La dictadura perfecta, cuando las gemelas rescatadas en el gran show televisivo anuncian que tendrán una novela en horario estelar, las carcajadas nerviosas del público revientan porque el filme ha sido un espejo que revela las peores vergüenzas de nuestra sociedad. Las niñas cantan el Himno a la alegría, (esa dulce melodía basada en el cuarto movimiento de la ‘Sinfonía nº 9’ de Ludwig van Beethoven) y no puede existir mayor disparidad para la esperanza de un país que regresó al dinosaurio priista al Palacio Nacional. Los siniestros pactos entre las televisoras y el gobierno, cobran una factura que lamentablemente, tendrán que pagar esas jóvenes generaciones.
La dictadura perfecta, cuarta parte de la pentalogía de Luis Estrada sobre política y violencia, abordada desde la sátira, fue seleccionada por la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas para representar a México en la entrega XXIX de los Premios Goya del año 2015, en la categoría de mejor película Iberoamericana. La película también obtuvo 10 nominaciones al Premio Ariel en las categorías principales, y aspiró a siete premios Diosa de Plata, además de proyecciones en el Palm Springs International Film Festival. En el Festival de cine de Biarritz Amérique Latine, la cinta gana el premio del público.
Luis Estrada se ha autodefinido como un ciudadano preocupado por el país, que utiliza al cine como arma para exponer la realidad y criticar las acciones del gobierno. Cuando se le pregunta con qué escena describiría las políticas culturales del presente, dice pesimista: “Vamos todos por un túnel profundo. De pronto, se ve una luz al fondo y todos decimos: por fin, vamos a salir de este túnel, largo, oscuro, húmedo, frío e infernal. Pero resulta que la luz es la de una locomotora que viene de frente”. La desesperanza de su cine (y de la saga completa), quedará definida en la quinta película, una mirada al descalabro del sistema y la codicia que genera tragedia.
¡Que viva México! (2023) – López Obrador, el fracaso del sistema y ambición trágica

El 5 de diciembre de 1930, el cineasta ruso Serguéi Eisenstein llegaba a México acompañado de su colega Grigori Aleksándrov, el director de fotografía Eduard Tissé y el pintor mexicano Adolfo Best Maugard, para rodar una película que retratara la cultura del país, desde el periodo prehispánico hasta los acontecimientos post revolucionarios.
Dijo Eisensteina El Universal el 9 de diciembre de aquel año: “Durante un mes aproximadamente me dedicaré a estudiar el ambiente mexicano, y después procederé a la manufactura de la película basada en el asunto local. Tras este estudio decidiré si la obra la basamos en un argumento determinado o en una exposición fiel del país, de sus costumbres y de su pueblo, documentándome previamente en visitas que realizaré al Distrito Federal y regiones inmediatas, al Istmo de Tehuantepec y a Yucatán, pues no omitiré por ningún motivo las famosas ruinas de Chichén Itzá, y mi interés por el folklore local es enorme”.
El proyecto, impulsado por el escritor norteamericano Upton Sinclair, recibió un presupuesto inicial de 25,000 dólares, pero diversas dificultades afectaron la producción, lo que culminó en un filme inconcluso y una tragedia personal para Eisenstein. Tiempo después, Grigori Aleksándrov rescató una versión que intentaba estructurar la idea original de Eisenstein. Se llamó ¡Que viva México! (1932).
El quinto episodio del fresco cinematográfico de Luis Estrada sobre la realidad sociopolítica del país, abordado desde la sátira y el humor negro, se tituló exactamente igual: ¡Que viva México! (2023). Explica el director a Confabulario de El Universal: “Fue con alevosía y ventaja. El clásico de Eisenstein fue un proyecto inconcluso que, quizá, pudo haber sido su película más grande. Por problemas con la producción nunca se llegó a saber qué era lo que él tenía en la cabeza. Mi película se llamaba originalmente “Primero los pobres”, un título muy ad hoc con los tiempos que estamos viviendo. Pero cuando vi el corte y terminé el guion dije: esta película tiene mucho visualmente del maestro Eisenstein. ¡Que viva México! es un grito celebratorio, que nos une, pero también, si se usa de diferentes maneras puede ser una frase crítica y demoledora para el país. Cuando alguien me cuenta que lleva horas formado en la fila y un güey se pasa delante, se cuela y no se mueve, uno dice: ¡Que viva México! La frase tiene ese doble juego y esa doble connotación que me gusta mucho”.
En la película de Eisenstein, se dedican episodios a los artistas mexicanos, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros (la parte sobre José Clemente Orozco no se filmó por la cancelación del proyecto), muralistas comprometidos en la denuncia de las injusticias sociales y enaltecedores de la identidad nacional. El cineasta ruso, trató de acercarse a la cultura mexicana para poder entenderla, por medio del arte, con todas sus complejidades y contradicciones, tras lo acontecido en los años de la revolución mexicana. Una misión parecida es la que realiza entonces Luis Estrada en ¡Que viva México!, tratando de revelar los enigmas de la idiosincrasia del México contemporáneo, luego de atravesar un extenso priato, dos complicados sexenios panistas y el arribo terco de la izquierda, con sus coqueteos populistas. ¿Por qué los mexicanos somos asi? ¿Qué nos hace ser como somos?
¡Que viva México! resulta la película más ambiciosa del director mexicano, con cerca de 80 personajes, 191 minutos de metraje, locaciones en San Luis Potosí y el Estado de México, la fotografía de Alberto Anaya Adalid, la producción de Bandidos Films para la plataforma Netflix y la distribución de Sony Pictures con 3200 copias. Tras tres años en la escritura del guion de Jaime Sampietro y Luis Estrada, y otro más de preproducción, el rodaje estaba previsto para arrancar en agosto de 2020, pero se retrasó varios meses, debido a la pandemia de COVID-19. La filmación sería entre agosto y octubre de 2021, con un elenco multiestelar que mezclaba nombres de leyendas con nuevo talento: Ana Martín, Ana de la Reguera, Alfonso Herrera, Angelina Peláez, Luis Fernando Peña, Vico Escorcia, Enrique Arreola, José Sefami, Sonia Couoh, Álex Perea y por supuesto, los recurrentes Salvador Sánchez, Damián Alcázar y Joaquín Cosío.
Luego de pesadillas que le recuerdan su pasado humilde y campirano, Francisco Reyes (Alfonso Herrera) decide regresar al polvoso poblado de La Prosperidad para reclamar la herencia que su abuelo le ha dejado. El hombre, ha sido impulsado por la ambición de su esposa Mari (Ana de la Reguera) y sus dos pequeños hijos; la idea es ir al pueblo, recoger lo poco o nada que haya heredado y regresar a su acomodado estilo de vida, pero lo que encontrarán será una parvada de buitres igual de insaciables, la peculiar familia Reyes.
Ahí, están todos los estereotipos de lo que Luis Estrada llama la lotería mexicana: la santurrona, la vestida, el loco del pueblo, el borracho, el tóxico, la abuela, la oveja negra, el artista, la madre abnegada y una jauría de niños entre nietos y bisnietos de los que el jefe de la familia, Rosendo (Damián Alcázar), ni siquiera conoce todos los nombres. Pancho se reencuentra con su familia luego de 20 años de haber partido de La Prosperidad y comienza un viacrucis que preferiría jamás haber tomado. Luego de enterrar el cuerpo de su abuelo que ya apestaba, el notario (Salvador Sánchez) le informa que él es el heredero universal, por lo que tendrá que lidiar con su salvaje familia, capaz de cualquier cosa con tal de satisfacer la ambición de fortuna, que no es proporcional a sus ganas de trabajar.
En ¡Que viva México! unos son más codiciosos que otros, en una maraña sin fin; Pancho y su familia aspiran a cambiar de clase social de una vez por todas, mientras los familiares del protagonista quieren salir de la miseria, pero sin trabajar, sin esforzarse, confiando en la suerte y enfiestándose cada que es posible, con el mariachi, la comida y el alcohol que desinhibe al ser humano. La película es un microcosmos incómodo, crítico, sobre la sociedad mexicana y sus tribulaciones, en el que el director Estrada traza los temas que más le inquietan y esta vez, agrega nuevos: la familia, el poder, la iglesia, la corrupción, la desigualdad social, el narco, la ambición que estalla en tragedia y los ciclos interminables, pesimistas.
El estruendo del mariachi y los momentos oníricos, son en esta ocasión los elementos que van fraccionando la narrativa del filme; Pancho Reyes es atormentado en sueños por su origen humilde, del que se avergüenza, pero esas pesadillas se irán volviendo realidad, una penitencia ante su desprecio por las clase menos privilegiada, que además, es su propia familia. La analogía sobre esta sociedad clasista e hipócrita, que poco se interesa por los menos favorecidos, pone al centro del discurso ese país dividido, polarizado e intolerante del que Luis Estrada ha hablado desde la Ley de Herodes, un México condenado a repetir desgracias.
El peligroso slogan de primero los pobres ha sido mal entendido y peor ejecutado por un gobierno populista que ha conseguido dividir aun más a la sociedad de este país. Ni todos los pobres son buenos, ni todos los ricos unos villanos. “La vida no es justa, uno no hace lo que quiere, sino lo que puede”, reza un personaje en uno de los momentos de más reflexión de la película, completándose con el quijotesco viaje del protagonista, que si al inicio del metraje luce vigoroso, al final regresa desaliñado y decepcionado. Su ambición le ha cobrado una factura impagable, con la miseria como plaga y una frase demoledora de su padre: “tu fracaso, es nuestra felicidad”. Esa ultima secuencia, buñuelesca, surreal, con los animales y toda la familia durmiendo en la misma habitación, remarcan el espíritu pesimista del ejercicio: estábamos mal, ahora estamos peor.
¡Que viva México! se estrenó el 23 de marzo de 2023 en cines de México y Estados Unidos para finalmente llegar el 11 de mayo a la plataforma Netflix. Como era de esperarse, la película generó controversia entre quienes la amaron y otros, que la detestaron. El productor de televisión Juan Osorio y el entonces presidente Andrés Manuel López Obrador, se pronunciaron en contra del trabajo, alegando que denigraba la imagen de la sociedad mexicana. Si bien ¡Que viva México! carece de las mejores virtudes de La ley de Herodes o El infierno, en las que se condensaba de forma eficiente e inteligente los principales tópicos propuestos, en esta quinta cinta de la saga la excesiva cantidad de temas terminan por atiborrar la trama, además de la evidente falta de profundidad en algunos personajes, la excesiva duración y los innecesarios chistes escatológicos.
Pese a esos reproches, la conclusión del fresco de sátira sociopolítica de Luis Estrada llevó a las salas a más de un millón de asistentes, con una recaudación de casi 75 millones de pesos, siendo ¡Que viva México! además, una de las películas más reproducidas en Netflix, servicio de streaming donde pueden encontrarse también las otras cuatro partes de la odisea que comenzó con La Ley de Herodes. La dupla Estrada/Alcázar alcanza aquí una soberbia maestría, hilarante, lleno de momentos divertidos; resalta también la precisa dirección de actores y actrices del cineasta, en uno de los elencos más impresionantes en la historia del cine mexicano.
Al final, esta quita entrega trasciende por su visceralidad y punzante mirada sobre el fracaso del sistema y la ambición que es capaz de destruir desde una familia, hasta un imperio completo. Cuando se le cuestiona a Luis Estrada si sus trabajos son pesimistas, concluye: “Mis películas son divertidas, pero con finales demoledores y desalentadores. Si Juan Vargas, en lugar de pagar sus crímenes, recibe un curul en el Congreso quiere decir que en este país se premia a los que se portan mal: los corruptos, los rateros, los asesinos y los mentirosos. La única solución que Juan Pérez encuentra en Un mundo maravilloso, para salir de la miseria, es irse a meter a la casa de una familia y chingársela, el peor final que se me ha ocurrido. La última imagen de El infierno es la de la normalización de la violencia: un niño de 14 años con un cuerno de chivo que le dispara directo a la cámara. Esto ya llegó para quedarse y permeó en la sociedad. En La dictadura perfecta, Carmelo Vargas, hijo ilegítimo de Juan Vargas de La ley de Herodes es Presidente de la República. Sí, un güey al que ya vimos asesinar y robar llega a ser el nuevo Presidente. Verás el final de esta película (¡Que viva México!) y tú dirás si es esperanzador o demoledor”.
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Encandilado por el género western y como buen cinéfilo enloquecido, Luis Estrada tiene claro desde los 10 años que debe dedicarse al cine. Hijo de esa otra leyenda conocida como José “El Perro” Estrada (director entre otras de Chabelo y Pepito contra los monstruos (1973), El albañil (1975), La pachanga (1981) y Mexicano ¡Tú puedes! (1985)), Luis ingresa en 1980 al Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la UNAM, donde conoce a los hoy laureados Emmanuel Lubezki y Alfonso Cuarón, con los que fundará la productora Bandidos Films. Durante sus años de estudiante, fue asistente de dirección de grandes cineastas como Felipe Cazals, Arturo Ripstein, José Luis García Agraz y desde luego, José Estrada.
Sus primeros trabajos como guionista y director son los cortometrajes Recuerdo de Xochimilco (1981), Andante spianato (1982), La divina Lola (1984), corto expresionista ganador del Ariel, y en el episodio El motel del programa de terror La hora marcada (1989). Luego de ser expulsado del entonces CUEC, a finales de los 80 filma su ópera prima El camino largo a Tijuana (1988), hoy una película de culto sobre redención que fue fotografiada por Carlos Marcovich. Unos años después llega Bandidos (1991), un western de venganza donde colaboraron Guillermo del Toro en el maquillaje y Emmanuel Lubezki como director de fotografía. Luis Estrada también incursiona en el género fantástico con Ámbar (1994), estilizado ejercicio lleno de misterio e imaginación que se presenta en la Muestra de cine de Guadalajara.
Nacido un 17 de enero de 1962, Estrada iba perfilando un tono y estilo que explotaría al darse cuenta que nadie estaba filmando cine de ficción sobre la corrupción y las desventuras del turbulento sexenio de Carlos Salinas de Gortari. Ahí decidiría filmar La ley de Herodes, el primer capítulo de su no intencional saga de sátira política sobre la realidad nacional. Con un catálogo de películas favoritas que van desde El compadre Mendoza (1934) de Fernando de Fuentes, Enamorada (1946) de Emilio Fernández, hasta Canoa: memoria de un hecho vergonzoso (1976) de Felipe Cazals y Cadena perpetua (1979) de Arturo Ripstein, Estrada fue filmando su pentalogía mientras también conformada una familia cinematográfica que lo acompañaría en toda la travesía: el guionista Jaime Sampietro, la vestuarista María Estela Fernández, la editora Mariana Rodríguez, el diseñador de arte Salvador Parra y los actores Damián Alcázar y Salvador Sánchez, entre otros.
En febrero de 2024, dio inicio el rodaje de Las muertas (2025), la primera serie dirigida por Luis Estrada, para la plataforma Netflix. Basada en la novela homónima de Jorge Ibargüengoitia, la trama gira en torno a las hermanas Baladro, criminales conocidas como las Poquianchis, quienes perturbaron a la opinión pública en los años 60, cuando se revelaron sus andanzas como asesinas seriales entre 1945 y 1964. Amalgamada dentro de las letras de Ibargüengoitia y los escalofriantes hechos reales de prostitución y muerte, se incrustará la mirada de Estrada, en una miniserie de seis capítulos cargada de crítica social y humor negro.
La filmación de la serie arrancó en los Estudios Churubusco de la Ciudad de México y tendrá locaciones en los estados de San Luis Potosí, Guanajuato y Veracruz. Al elenco encabezado por Paulina Gaitán y Arcelia Ramírez, se unen viejos conocidos como Joaquín Cosío y Alfonso Herrera. El guion está a cargo de Luis Estrada, Jaime Sampietro, y Rodrigo Santos, mientras la fotografía será de Alberto Anaya Adalid “Mándaro”, el diseño de arte de Salvador Parra y el montaje de Mariana Rodríguez, colaboradores constantes del cineasta mexicano. Todos, bajo la producción de Mezcala Films. Habla Estrada: “Cuando leí por primera vez Las muertas a los 15 años, lo primero que pensé fue ‘quiero hacer esta película’. Y ahora en conjunto con Netflix, se hará realidad como una serie. Lo que Jorge Ibargüengoitia había escrito era un guion que estaba esperando a ser filmado”. El estreno de la serie, está previsto en algún punto de 2025.
Igual que los murales de Siqueiros y Orozco, con su violencia gráfica y los gritos de justicia social, la pentalogía de Luis Estrada ha entrado en la historia del cine mexicano como un enorme fresco en el que cabe toda la sociedad mexicana, con las virtudes y contradicciones que la hacen tan única; un mural cinematográfico armado paulatinamente, a través de casi 25 años, en los que el país ha experimentado tremendos cambios sociopolíticos. Si La ley de Herodes volteaba a la corrupción e impunidad del régimen priista y Un mundo Maravilloso ahondaba en la desigualdad social provocada por el panismo, El infierno y La dictadura perfecta ponían la mira en la violencia y la hipocresía de los medios, dejando al final, el esperpéntico fracaso del sistema en ¡Que viva México! Las cinco películas, en conjunto, arrojan una experiencia catártica para la sociedad mexicana, la única capaz de reírse de su propia desgracia, además de confirmar, con resignación, las palabras pronunciadas por Mario Vargas Llosa en 1990: “México, es la dictadura perfecta”. Queda entonces, solo una pregunta en el aire: ¿En verdad merecemos el gobierno que nos rige?