El parque

Él, en su afán de no dejarla escapar, quemó la última de sus cartas invitándola a caminar por el parque, durante las mañanas que ella quisiera.

Al pasar de los días, él intentaba encontrar de nuevo a aquella mujer. La buscaba por “Compostela”, “Burgos”, “Sevilla”, sin tener poquita suerte. Para sus pulgas, esos días fueron eternos y desesperantes. Pero él y su bochito verde no se darían por vencidos fácilmente.

Ese día, él estaba convencido que la vería. Sospechaba que ella había cambiado su ruta y horarios para no encontrarlo, y al pasar de tantos días, debía retomarlos para seguir con la rutina. Él nunca falló a la suya; despertarse, bañarse, desayunar, bolear sus zapatos, ponerse primero los calcetines antes que toda la ropa -para no arrugar el pantalón y la camisa-, el perfume exagerado, y a trabajar, como desde los 8 años lo había hecho.

En su paso por “San Sebastián”, a lo lejos, vio la silueta. Se emocionó y se puso tan nervioso como la primera vez. Fue a toda marcha hacia su encuentro, esperando que ella no lo viera o tomara camino antes de su llegada. Tuvo suerte, porque ninguna de las dos sucedió.

Ella, después de aquel encuentro con ese hombre, quedó espantada.

No porque él le hubiera hecho algo; simplemente no estaba acostumbrada a que alguien se acercara a ella con tanta seguridad e interés. Quiso saber cada detalle de su vida y eso la atemorizó. Él tenía razón: cambió su ruta y horario para no encontrarlo.

Pero tenía una debilidad: la impuntualidad. Eso hizo que regresara a su rutina normal.

Ella pensó que después de tantos días, él no la seguiría buscando y tomó camino hacia su destino -tarde como siempre-. Distraída y esperando el transporte, no se imaginó lo que pasaría a continuación. Otra vez ese mugre coche verde“, se dijo a sí misma, y se lamentó por haber salido tarde.

Ella quería correr pero no lo hizo. Comenzó a caminar más rápido y él, manejando tras de ella, diciéndole cosas que ella no entendía. “Te llevo“, alcanzó a escuchar. “No, gracias“, le contestó.

No había pasado siquiera una cuadra y ella ya estaba dentro del VW; se le había hecho tarde y no le quedó opción.

Él comenzó a preguntar: “¿Te gusta ir al cine?”, “¿Te gusta ir a bailar?“, “¿Te gustaría ir por algo de tomar?“. “No“, contestó ella a cada una de sus preguntas. Él, en su afán de no dejarla escapar, quemó la última de sus cartas invitándola a caminar por el parque, durante las mañanas que ella quisiera.

Para su sorpresa, ella dijo “Bueno“, como si no le preocupara que él fuera un desconocido.

Por: Elías

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