El tipo de al lado

2015

A veces Instagram es mi calendario. Entro a la aplicación, miro cuando subí una foto y me acuerdo en que año estaba en determinado momento de mi vida. Cuando es así, mi vida comienza en 2016. Pero ahora necesito volver un poco más. Es 2015. Lo que más recuerdo es que la ventana del baño no sellaba bien. El aire frío de Monserrate bajaba a la Candelaria y volvía un horror tomar la ducha por la mañana. La regadera eléctrica tampoco calentaba bien. Al mismo tiempo esa regadera me hacía pensar en las del Caribe, donde era común encontrar una sola llave: poco se necesita el agua caliente. Con el tiempo uno se acostumbra a bañarse con agua fría, incluso en Bogotá.

4 de mayo de 2022 por la mañana

Últimamente divago más de lo usual. De mis soluciones, dejar el celular en un sitio diferente desde el cual leo o escribo. Pasé gran parte de la mañana leyendo Primera persona (Ediciones Antílope, 2021)de Margarita García Robayo (Cartagena, 1980). Me levanto por agua, divago, tomo el celular, entro a Instagram y el primer mensaje que abro dice:

Hola Arturo, perdón, se me colgó este mensaje

Sí, pueden ser de cualquier género narrativo: cuento, novela, ensayo personal, no ficción, etc. No trabajamos poesía ni dramaturgia

(ups, ahora me confundí, ¿ese mensaje era viejo? 😂)

Lo siento, estoy un poco sobrepasada de mensajes sin contestar. Bueno, si te interesa el taller hazme saber. Un abrazo

Sí, el mensaje era viejo. De enero. Pero leerlo me hace volver al libro enseguida, terminar las pocas páginas que faltaban. Siento que el café que recién termino, no lo había tomado a solas, sino conversando con quien me respondió: Margarita García Robayo. Se lo hice saber. Me contesta, esta vez casi al momento:

Jaja qué raro todo.  Yo encima entré muy azarosamente buscando ponerme al día. Como dirían en mi tierra: me llamaste con el pensamiento 😂

Llevo tres días pensando en ella. Leer su libro no es tardado. Pero es una lectura que invita a volver entre las páginas, paladear las ideas, sentir que no se abarca del todo la profundidad de sus líneas. Como cuando nadas en mar abierto, sumerges la cabeza y abres los ojos: una hondura que no termina de verse. Además, me tomé tres mañanas porque tampoco quiero abonar a ese comentario snob de personas que en estado de trance se leen un libro de un tirón. Tres mañanas para leer los diez textos que componen Primera persona. Uno lo leí dos veces, mi favorito: “Aullidos sordos en el bosque”, evocación y captura del enamoramiento, intento de dejarlo en las palabras como una presencia: “No existe un tiempo verbal que traduzca un episodio suspendido en el aire para siempre, pero sí existe el estado de conciencia que te permite saber que te encuentras transitándolo” (p. 130).

2015, Santa Marta

Las primeras tardes me emocionaba andar a la bahía para ver el atardecer detrás de El Morro. Después, no soportaba el calor. Salía muy temprano o a la noche. En sus textos García Robayo me hace sentir otra vez el hervor del Caribe. Ella escribe del cabello pegado al cráneo, claro, ella es lacia. En mi caso era tener los chinos al aire. Debo escribir un texto sobre un escultor caleño de quien no sé nada. Divago, no sé cómo llego a un artículo sobre escritoras latinoamericanas contemporáneas. El título de un texto llama mi atención: “Amar al padre”, lo abro. En este caso sí lo leo de un tirón.

2022, mañana 1 leyendo Primera persona

Vuelvo a leer “Amar al padre” y otra vez García Robayo me asombra. No como la primera vez. Más. En la contraportada del libro leo “conjunto de ensayos” –publicados para diferentes revistas en distintos momentos de su vida–, pero recuerdo que la primera vez que leí este texto no pude evitar pensarlo como un “ornitorrinco” –expresión que tomo de Juan Villoro cuando escribe sobre la crónica–. En la relectura me ocurre lo mismo. No me atrevo a tomarlo como una crónica, a pesar del registro periodístico que hay en algunas partes de la narración, porque por momentos no es claro el pacto que propone la escritora colombiana: ¿ficción, biografía, autoficción? ¿Esto que cuenta pasó o no pasó?

Asimismo, como me comentó mi amiga y escritora Liliana Magdaleno, los textos que componen el libro tienen bastantes reflexiones que quitan la posibilidad de llamarlos anécdotas: “ese librito tiene el secreto de la vida”, me dijo. Por eso los considera ensayos. Entiendo que, para la editorial, por lo menos con objetivos de difusión, también lo son. Para mí, sin embargo, siguen siendo un ornitorrinco que se vale de diferentes técnicas para desplegar su historia, donde se confunde lo que la memoria recuerda, con lo que se quiere narrar, donde los silencios cuentan y la sabiduría de García Robayo permite pensarla como alguien que fue joven, pero no ilusa. Imágenes poéticas aparecen seguidas de una tensión narrativa que anima a querer terminar cada texto de un tirón y, después, mecerse el cabello con la duda de si se entendió todo. Releer, desandar las rutas acostumbradas.

Hay algo siniestro en “Amar al padre”, un texto que en el título pareciera rendir culto al progenitor. Pero leerlo es percatarse de que, en la mayor parte de la narración, no habla de él. Mucho menos de acciones claras que muestren ese amor. La tensión se teje en un secreto que parece estar por revelarse. A un padre ausente se lo puede amar buscándolo. Aunque sea en otros nombres, recordando ciertos episodios de la infancia, o preguntándose por qué una niña edípica mantendría la fijación en edad adulta. Presencias que son desencuentros. Hay algo siniestro en “Amar al padre” que no se nombra, una tensión narrativa que no termina de explotar, como ocurre en los grandes cuentos.

2022, síntesis de tres mañanas

Es aquí donde, aun sin estar fuera del deslumbramiento, releo mis notas sobre el libro y trato de hacer un comentario pormenorizado. Margarita García Robayo sabe que no hace falta poner en el título “del singular”. Porque un título breve es más contundente, se entiende la alusión a la persona gramatical sin nombrarla por completo y sabe que agregar esas dos palabras le quitaría lo simbólico a Primera persona. Es una escritora que ofrece su perspectiva sobre lo narrado, que se expone a sí misma al contar y que al ponerse en primer plano, también entrega al lector un mar que, aunque calmo, en cualquier momento puede tornarse violento y arrasarlo todo. Leer su historia personal hace al lector preguntarse por la propia.

Sé, por su libro, que a la escritora caribeña el mar le causa temor. Incluso exagera, para resaltar la perspectiva del miedo, la longitud de una morena. Puede alcanzar hasta los 150 metros, escribe. Eso rompe con el registro periodístico, pero suma en lo narrativo. Al escribir sobre la locura, revela más su relación con la madre. En lugar de buscar tratar la inestabilidad de la persona con ansiedad, suele preferirse hablar de locura. Porque lo que pasa frente a nosotros la rutina lo hace invisible: “cuando se está tan cerca de alguien que enloquece, uno se convierte en voyeur” (p. 44). Y aunque la figura del loco va cambiando, se mantiene el acuerdo: loco es quien está fuera de lo considerado como normal.

En “Leche”, por lo menos en mi caso y seguro en casi todos los lectores masculinos, deja claro cuánto ignoramos sobre la lactancia. Un texto que además de narrativo y reflexivo, emplea bastantes datos para construirlo. Donde refiere que ella escribe “desde el puerperio y para las puérperas; las primerizas, las que dudan por default; las que se creen débiles, las que lo son; las que quisieron, pero no alcanzó: las de la pregunta constante…” (p. 62). Para ellas van sus notas, “y para el tipo que tienen al lado” (p. 62). No me interesa argumentar sobre si hay una escritura femenina –y entonces también una masculina-–, pero sí que desde el cuerpo y lo social hay ciertos modos en que somos construidos y sentimos. La escritura de García Robayo es la puerta abierta a las heridas. Lo que la memoria suele aprehender más rápido es lo que duele. En “Leche”, asumo mi ignorancia del tipo de al lado y me limito a escuchar.

En “Residencia” puede leerse sobre las construcciones raciales y la precariedad que acompaña a quien escribe. En “Mudanza”, está el ir y venir de la escritora por diferentes viviendas, pero que hoy podríamos ver cada vez más común ante la especulación inmobiliaria: “me obsesionan las mudanzas porque me obsesiona el drama que las acompaña (…) [de chica] las mudanzas atestiguaban el declive económico de mi familia” (p. 88).

Quedan cuatro textos más, pero temo que, al intentar sintetizar su argumento, no haga sino restar. No es que cada escrito del libro esté dedicado a un tema. Hay varios tópicos, “secretos de la vida”, que lo atraviesan en diferentes direcciones: la maternidad aparece no sólo desde una perspectiva positiva y de entrega total; también está el ansia de volver al vientre materno; la mal llamada “educación sexual” que ofrecen algunos colegios religiosos, donde el castigo legal no aparece y el moral recae sobre la víctima; la banalidad de algunos periodistas para entender que las críticas más certeras suelen constituirse como relatos y no en la literalidad; el temor a la locura: una intimidad que hace lo universal, algo personal, y revela una ética que no concede, ante nadie, porque también quien narra es acribillada por un sentido crítico que no se apaga. Ornitorrincos que invitan a desandar lo andado, situarse en otra parte y tratar de ver los recuerdos desde otra perspectiva. Pero incluso contar nuestra historia, no depende en exclusivo de nosotros: “Somos el resultado de cómo nos han mirado los demás a lo largo de la vida. La historia de nuestra identidad está escrita por los otros” (p. 72).

Hay algo de fragmentario también en los textos que componen Primera persona. Instantáneas o breves tomas que se van anudando para constituir el montaje. Quien escribe va guardando notas, huevos que algún día romperán el cascarón.

2015, otra vez Bogotá

            Margarita García Robayo estará en la FILBo. Le comento a Z que quiero ir a conocerla. No dice nada, cambia el tema. Entonces los celos de Z no eran tan recurrentes, ¿habría buscado alguna foto? Mi amiga Liliana aún no da crédito de lo sucedido. Llegado el día, me puse el abrigo y cuando me disponía a marcharme, Z se paró a un lado de la puerta y me dijo: “anda a ver a la gorda esa si quieres”. Puse el abrigo sobre el respaldo de una silla y comencé a preparar café. El viento frío de Monserrate se colaba por la ventana. En mi pecho empezaba a arder este texto.

León, mayo de 2022

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