Éramos jóvenes y hermosos

Éramos jóvenes y hermosos

y no lo sabíamos.

Éramos fuertes y puros

y la fuerza y el amor

se nos escapaba entre los dedos,

por los poros de la piel,

en el brillo de la mirada…

Tanta luz ciega el espíritu.

Pero luz con luz se une.

El mundo y los ojos

brillaban juntos

y todo era vivido

con la pasmosa naturalidad de los sueños.

¿Era acaso eso, la vida, un sueño hermoso

y nada más que eso?

Por desgracia despertamos un día.

Y eso nos pareció exactamente la vida: un hermoso sueño

extinguido.

La luz del mundo

declinaba lentamente.

La luz de nuestras pupilas

brillaba aún, pero ya

no era suficiente.

La frialdad de las cosas

repelía nuestro calor.

Y el espíritu se iba enfriando

en silencio y despacio

como un fuego olvidado por una caravana entre

un círculo de rocas.

Nos hemos desperdigado y nos hemos perdido

y en la noche, de tanto en tanto, alguien grita,

una voz nos llega, honda y sombría, desde muy lejos,

y por un instante el alma se estremece y una brasa salta

entre cenizas frías.

Hay calor aún. Hay manos que esperan.

Pieles que se frotan. Miradas que se buscan.

¿Y esta noche larga, durará por siempre?

Las montañas oscuras empujan las preguntas hacia arriba.

Las muerden y las escupen. Juegan con ellas.

Mientras en la tierra

la caravana se precipita, callada y muda,

errática y ciega al fondo de la noche.

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