Hablar de sindicatos en medios de comunicación mexicanos es invocar al diablo, o al patrón enojado (lo mismo, según los cánones del periodismo), y eso suele intimidar o desanimar a cualquiera. Pasa desde casi siempre; es más, no sé si alguna vez dejó de pasar.
Y sin embargo, ante los incontables abusos —«normales» durante los cambios de trienio y/o sexenio y acrecentados sobre todo en el último año y medio— se vuelve una urgencia, una manera de sobrevivir.
Cualquiera que haya pasado —aunque sea por encimita— por una redacción —chiquita, mediana o grande— sabe que cuando se menciona la palabra «sindicato» hay risas, miradas censuradoras y, a veces, amenazas.
Una vez alguien creyó y difundió —males tristemente comunes en los medios— que George Orwell había dicho que hacer periodismo era «publicar lo que otros no quieren que publiques» y que el resto «son relaciones públicas».
No obstante, el periodismo —pregonado o no desde las redacciones— casi siempre disfruta con la tragedia ajena y disimula que es «parte del trabajo». Lo raro es encontrar un medio que nunca haya hablado de abusos y/o despidos en «la competencia», o de abusos y/o despidos en otras empresas.
Se habla de los otros, pero nunca de lo que pasa dentro, nunca se explica que «estamos pasando por una situación complicada y nuestros trabajadores lo están padeciendo». Orgullo y omisión antes que la temida autocrítica. Si no se publica, no existe, aunque quienes publican sí sufran esa existencia.
Por eso es tan importante hablar de sindicatos en la prensa mexicana, de organizaciones de obreros de la información —o de «lo que vende»—, según se quiera ver. Hacerlo es un acto de congruencia con eso que aparentemente se pregona, aunque sea de forma superficial. Ah, y claro, para mejorar las condiciones de vida de quienes hoy estamos jugando a sobrevivir.