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Felipe Cazals, el guardián del cine social en México

Ante la sensible partida del realizador mexicano Felipe Cazals (1937-2021), como deudores de su cine con discurso social, en la redacción de purgante nos propusimos efectuar un especial sobre lo mejor de su filmografía a manera de homenaje.

Aquellos años (1973)

En Aquellos años, cinta ganadora el Premio Especial del Jurado del Festival Internacional de Moscú de 1973, Felipe Cazals, con un guion escrito por él mismo a cuatro manos con Carlos Fuentes y tomando como base el argumento de José Iturriaga y del director de la cinta, reconstruye acontecimientos históricos nacionales que transcurrieron en la década comprendida entre 1857 y 1867, que dieron pie tanto a la segunda intervención francesa a cargo de Napoleón III como a la lucha entre liberales y conservadores, la confrontación del Imperio contra la República y la derrota, juicio y fusilamiento de Maximiliano, propiciando que el bando republicano, liderado por Benito Juárez, se llevara la victoria tras una serie de infortunios. Es sabido que el motivo que propulsó la realización de la cinta fue el primer centenario luctuoso de Juárez. Mismo motivo que, al final, sabiendo que Cazals estaba fuera del tono ideológico del PRI, provocó que la película se colocara en un sentido opuesto al principal, pues la cinta dejó ver claro el posicionamiento ideológico que tenía el también director de Canoa. De tal forma, se cuenta que la realización de la cinta fue el grito final de una época de la industria cinematográfica que ya había comenzado a destruirse a principios de los años setenta. Es así, quizás, una de las cintas más ambiciosas (en todo sentido) que haya filmado Cazals; sin embargo, esta puede verse como un punto de inflexión dentro de su carrera (tan prolífica, legítima e imborrable), pues después de ello se gestaron las que fueran sus obras cumbre: las que lo colocaron como el cineasta revolucionario, transformador y crítico que fue… y seguirá siendo, aún, frente a su sorpresiva partida. Deja así, pues, todo lo dicho, hecho, ensayado y filmado durante aquellos años. A nosotros nos queda recordar.

Canoa (1975)

Los movimientos estudiantiles de 1968 marcaron un acontecimiento encriptado que hasta la fecha, al recordarlos, siguen dando terror, pavor, tristeza. En México, el autoritarismo del PRI hizo un daño irreversible. El cine tendía a cumplir ciertos patrones para «satisfacer» a los líderes del partido político; no obstante, como en un movimiento de vanguardia, Arturo Ripstein, Jaime Humberto Hermosillo, Felipe Cazals, entre otros realizadores, cambiaron la estética y el cómo se estaba haciendo cine en México: narrativas más apegadas a la verdad de la nación, que para nada era un mundo donde el cielo estaba despejado: era cruel. Canoa, de Felipe Cazals, engloba metáforas para hablar sobre un acontecimiento marginal: expuso lo que la religión —la iglesia se contradice, es víctima de su maldad, una «fe» disfrazada de bondad, de justicia—, la ignorancia y el miedo pueden ocasionar: desgracia, matanza, deshumanidad. Es, por ello, una película de denuncia, de vanguardia y de crueldad al mismo tiempo. Canoa se adentra a las entrañas de un país en el abismo, refleja los demonios que existen en el plano territorial. El desorden, el desequilibrio, la locura, lo oscuro, los linchamientos, la juventud desencantada, la injusticia y la falta de empatía por parte de un pueblo que nace del odio, son temas que Cazals manejó de forma nítida para hacer una «trilogía de la violencia» que naciera, primero, de una injusticia, para después pasar a las vivencias de unos prisioneros y terminar con crímenes perpetrados por miradas de mujeres. Un largometraje que toma recursos documentales, periodísticos, para desmenuzar y hacer una cirugía de un México colapsado, donde la belleza no tiene espacio, pues la violencia es la protagonista.

El apando (1976)

Con base en la experiencia carcelaria del escritor y activista mexicano José Revueltas, El apando recurre a los pasillos dantescos del Palacio Negro de Lecumberri para contar la historia de un trío de presos drogadictos que atestiguan los horrores del apandamiento, un castigo con tintes medievales que consiste en la reclusión claustrofóbica de individuos insurrectos por periodos de tiempo inhumanos bajo condiciones de extrema miseria. Entre los desechos, la inmundicia y un síndrome de abstinencia obligatorio e insoportable, los apandados (brillantemente interpretados por Manuel Ojeda, José Carlos Ruíz y Salvador Sánchez) viven en carne propia las inclemencias de la corrupción mexicana, que se infiltra en las instituciones públicas aún cuando las leyes se encuentran escritas en sus paredes. Dentro del filme, existe una sustancia vital: la visita. Esos momentos preciados en los que los reclusos intercambian sueños, malestares y novedades con familiares, parejas y amigos, que auxilian a los internos a mantener el contacto con el exterior. Por supuesto, en estas visitas, se reaviva la economía carcelaria y se reabastece a los reos con lo necesario para subsistir y formar parte del trueque. Llena de irregularidades y droga, Lecumberri se manifiesta a través de la jerga popular de sus habitantes, mismos que son parte de una cadena interminable de excesos policiacos que apandan sin cesar la libertad y los derechos de estos individuos. Como denuncia organizacional, evidencia al México que prefiere olvidar a sus presos antes que adecuar espacios y mentes para tratarlos con dignidad. Ensangrentada, brutal e inhumana, la película termina con una lucha bestial que tiene por motor las ansias de libertad y que se convierte en un heroico recuerdo, manteniendo presente la intolerancia del sistema frente a las expresiones que denuncian las injusticias.

Las Poquianchis (1976)

Por razones evidentes, ninguna industria cinematográfica se ha alimentado con tanta vehemencia de la sordidez de la nota roja como la mexicana. Habiendo dicho esto, resulta pertinente matizar que la dirección de Felipe Cazals en Las Poquianchis trasciende, como en toda la denominada «trilogía de la violencia», al morbo y el sadismo del hallazgo sensacionalista. La cinta, basada en el caso que conmocionó al estado de Guanajuato sobre unas hermanas que regenteaban un burdel y mantenían una red de prostitución bajo el amparo de las autoridades locales, se bifurca con soltura en dos ejercicios de denuncia que, al final, terminan señalando al mismo punto: el lacerante abandono al campo mexicano. La fotografía de Alex Phillips Jr. se vuelve imprescindible para dotar a la película por momentos del aroma a falso documental que mitificó a Canoa, buscando sensibilizarnos con el padecimiento de don Rosario, quien no sólo sufre el despojo de sus tierras a manos del cacicazgo local, sino el de sus hijas con la promesa de un futuro mejor. Hablamos, sí, de una cinta que se propone exponer la brutalidad y la perversión humana mediante una letanía de planos fijos, pero también de una inteligente y feroz crítica contra el capitalismo que más tarde devendría en la consumación del modelo neoliberal. Cine social mexicano en estado puro. 

El año de la peste (1978)

«En mi sexenio, no hay, ni habrá peste», dice de forma arrogante el presidente de México en un momento de El año de la peste, de Felipe Cazals, un filme que a finales de los setenta se acercaba al cine de ciencia ficción, pero que hoy puede ser valorado casi como un documental. La frase del mandatario resume de forma espeluznante la relación tripartita que conforman gobierno, prensa y ciencia en el manejo de una epidemia que no respeta estratos sociales o culturales. Ambientada en una Ciudad de México atemporal, la película describe el brote de una terrible enfermedad altamente contagiosa, parecida a la peste que azotó Europa en la Edad Media. Un especialista alerta a las autoridades, pero es ignorado. Lo que viene en la ecuación ya lo conocemos: se oculta información para evitar el pánico, mientras la ciudad se desborda de cadáveres. El amarillo en la paleta de color de Cazals nunca había alcanzado niveles tan simbólicos. Los brigadistas de desinfección, los camiones llenos de cuerpos y la asquerosa espuma que poco a poco cubre toda la ciudad, usan el amarillo como una alegoría tétrica de la incertidumbre, la desesperanza y el horror. El torpe manejo de las autoridades ante el caos incluye alargar las vacaciones escolares, negar la gravedad de la infección y reactivar la economía. El paralelismo con la actualidad resulta inquietante. Ganadora del premio Ariel a mejor película, en el guion colaboraron José Agustín y Gabriel García Márquez, con un tema muy poco explorado en el cine mexicano. Los planos de Felipe Cazals de una ciudad siendo engullida por una peste imparable (edificios modernos y húmedas vecindades por igual), mientras sus calles se llenan de basura e ilegalidad, son brutalmente vigentes. El año de la peste debe ser revalorada hoy como una obra extraordinaria y necesaria.

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