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Manzanero: el desengaño como verdad

En un país de poetas y pintores, el bolero es hipérbole. Y, también, redundancia. Poética inalcanzable de tan posible, el canto del amor —de tanta tradición en México, desde Nueva España— es un goliardo que vuelva sobre las espadas del desamparo, del abandono y de la insufrible ausencia. El largo trajín amoroso que comienza, verbigracia, con Sor Juana y no terminará nunca, generó venas fervorosas en toda la República de las Letras y el bolero no debe sentirse menos ante las grandes obras de Villaurrutia, Manolo Gutiérrez Nájera o Manuel Acuña. O de Rosario Castellanos, Guadalupe Amor o de Concha Urquiza. 

Una sentencia de Alí Chumacero puede ser el puente entre el bolero y la poesía de alcurnia y de voz alta: «Voy a vivir 500 años y moriré apuñalado por un marido celoso«». Pasión, adulterio, entrega total, son componentes básicos del bolero mexicano. Pero también eternidad, amanecer y despedida final. Armando Manzanero supo siempre que su poética era esencial para el que cantaba, como lo hicieron los viejos trovadores medievales, para el amor a través de la amada: bajo el balcón. La mujer como epifanía, como aprendizaje, como salvación. 

La única verdad, a final de cuentas, es el desengaño. Conocedor de la suerte, supo que en la ruleta rusa de la existencia el balazo es una gran noticia: en las sábanas de la oscuridad se juntan los iguales, como pretendieron los antiguos: «Yo no puedo vivir alejado de ti, ni tampoco podré con tu amor ser feliz», dice el bello bolero de Elías Nandino. 

El problema es ese: el amor es tortura y amargura; es amortizar y amortiguar: el amante del bolero está más cerca de la amante cuanto más lejos se encuentra de ella. La distancia como cercanía: el frenesí de la plegaria: carta dentro de una botella que no debe ser abierta más que por una boca: La Boca que besaba sobre el tiempo, sobre la adversidad, sobre los ojos de un amanecer ya imposible, ya fugado en el devenir imposible de los días —ahora— inciertos. Manzanero se va, como buen juglar novohispano, entre la gente, entre miles de muertos por un mal insospechado y brutal. Se va y sigue lloviendo a cántaros: la vida es una ave ilusionada, no más que eso. Y lo dijo. 

Manzanero, como los grandes —Lara, Carrillo, Greever— pertenece a la lista de los viejos novohispanos que jugaron a la gallardía de que las futuras generaciones hicieran presente el tiempo último, la serenata final, el trago que se servirá en el infinito romance entre Adán y Eva, que volverán con la segunda manzana del árbol del conocimiento bien y del mal. Me gustan tus ojos, pero más el derecho, diría Gil de Biedma.

*Nota de autor: Manzanero: el desengaño como verdad es un texto realizado por el autor a finales de 2020, tras el fallecimiento del legendario compositor mexicano Armando Manzanero.

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