La primera novela de Claudia Ulloa Donoso, el folk horror de Andrew Michael Hurley, la hazaña de Stanisław Lem, el hallazgo de Rodolfo Usigli y la imaginación desbordada de Leonora Carrington se confabulan en las lecturas de octubre.
Yo maté un perro en Rumanía; Claudia Ulloa Donoso
Después de labrarse un camino como cuentista, en su brillantísima primera novela la escritora limeña Claudia Ulloa Donoso propone una nueva hoja de ruta para aproximarse a Rumanía, ese singularísimo país que reivindica con tanta vehemencia sus contornos, zonas aledañas y extrarradio, y que abraza, orgullosa, su origen campesino. Aunque más allá de un relato de viaje y de carretera al uso, Yo maté un perro en Rumanía es una ambiciosa exploración sobre la depresión, el desarraigo, las relaciones personales y la paradoja que supone vivir inmerso en un lenguaje ajeno. A la protagonista de la historia, una mujer latinoamericana afincada en Noruega que enseña idiomas para inmigrantes, la acecha todo el tiempo una depresión paralizante que la sumerge en una capa de oscuridad que ya no le permite intuir la ubicación del mar y que solo puede ser paliada por fármacos y alcohol. Un día, Mihai, un antiguo alumno suyo que ahora es lo más parecido a un mejor amigo y a un amante, la invita a emprender un viaje por la Rumanía más nebulosa que deviene en un oscuro ejercicio de arqueología familiar. Durante la andanza se encariña con un perro negro —una metáfora de su depresión— que luego permite volver inteligibles las últimas bocanadas de aire —o mejor dicho, las palabras desvaídas, infectadas, adoloridas — propias de alguien que está agonizando. La búsqueda errática y enfebrecida del personaje construido por Ulloa Donoso nos obliga empatizar con la circunstancia de una mujer rota que descubre en carne propia que estar en otro país es estar ante un montón de seres extraños que solo pueden ser admirados como estatuas de una civilización desconocida y que la mejor manera de prepararse para morir es adormecerse y ahogar los ruidos hasta desconocerlos.
Solaris; Stanisław Lem
Hablar de esta novela sin que el implacable peso de Andréi Tarkovski o la sombra de Steven Soderbergh se interpongan con sus respectivas adaptaciones, es una tarea difícil. Sin embargo, y concordando con la introducción de Jesús Palacios para la edición de Impedimenta, Solaris debe ser entendida como algo más. De entrada como la obra que catapultó a Stanisław Lem como genio total de la literatura de ciencia ficción del siglo XX. También es una historia que va más allá de un romance (o antiromance) entre el protagonista y el espectro de su esposa muerta recreada por el deseo, capricho o manifestación ontológica (vaya uno a saber) del planeta Solaris. Además, funciona como un tratado filosófico sobre las introspecciones humanas con dos relaciones muy demarcadas: el espíritu y la ciencia. La relevancia de Solaris dentro de la misma literatura resulta sorprendentemente notoria; es la novela pionera y medular en lo respecta al subgénero de la ciencia ficción que se centra en la relación del humano con el lenguaje —o lenguajes— de orígenes alienígenas, estelares o interestelares, y que influyó notoriamente en un sinfín de sus predecesoras. No podríamos entender la literatura de Ted Chiang, tan arraigada a los lenguajes extraterrestres, sin Solaris, ni el concepto del gran Hyperion en las sagas de Dan Simmons Hyperion y Endymion, incluso en la obra de Octavia E. Butler La estirpe de Lilith, en donde uno de los puntos focales es el planteamiento de todas las posibilidades entre la comunicación humana con una raza alienígena, y en la que se centra gran parte de la primera parte de la trilogía. Stanisław Lem exploró los conflictos de la época durante toda su carrera cifrándolos en su ciencia ficción, sorteando las implacables garras de la censura y creando un mosaico impresionante de metáforas de la esencia humana, tanto a la par de su contemporaneidad como la de una exploración histórica. De modo que Solaris encarna muchas cosas a la vez: la búsqueda del sentido de lo humano a través de su ambición por traspasar sus propias fronteras; una profunda tesis sobre los deseos de las personas y el triunfo de lo dionisiaco sobre lo apolíneo; un magistral viaje hacia lo claustrofóbico y las dimensiones que separan la realidad de los sueños y las alucinaciones; y el pensamiento fantástico de cómo podrían operar la naturaleza de un ente que no es humano.
Starve Acre; Andrew Michael Hurley
Starve Acre, de Andrew Michael Hurley (Yorkshire, 1975), es una novela inquietante y atmosférica que explora los límites del duelo y la fragilidad de la cordura. La historia se sitúa en una casa solitaria en el páramo de Yorkshire, un escenario que Hurley conoce bien y que describe con una maestría inquietante, creando un paisaje que refleja el estado emocional de sus personajes. La trama, ambientada en algún punto de la década de 1970 (sin señalar específicamente cuándo), sigue a Richard y Juliette Willoughby, una pareja devastada por la repentina muerte de su hijo Ewan. Richard, un académico, se sumerge en la historia de su propiedad familiar, llamada Starve Acre, fascinado por las leyendas locales de cultos paganos y fuerzas oscuras que habitaron el lugar. Juliette, por su parte, busca consuelo en lo sobrenatural, acudiendo a un grupo que promete restablecer contacto con su hijo muerto a través de medios espirituales. A medida que sus obsesiones crecen, la distancia emocional entre ambos se ensancha, revelando una fractura irreparable en su relación. Hurley, siguiendo las pautas de Daphne DuMaurier (Don’t Look Now) y Anthony Schaffer (The Wicker Man) destaca en la creación de una atmósfera opresiva y gótica, donde lo sobrenatural y lo psicológico se entrelazan de manera fluida, con un lenguaje poético y elegante. No es tanto una historia de horror explícito, sino una lenta construcción de tensión que se va intensificando hasta un clímax tan perturbador como inesperado. La novela sugiere que el verdadero terror no proviene del más allá, sino del impacto abrumador de la pérdida y de cómo el duelo puede distorsionar la percepción de la realidad. Uno de los puntos fuertes de Starve Acre es su habilidad para manejar el lenguaje con sutileza y precisión, lo que permite a Hurley evocar el peso del dolor y la incertidumbre sin recurrir a exageraciones emocionales. El ritmo de la narración es deliberado, pero nunca se siente lento, ya que Hurley sabe cómo mantener al lector en suspenso, preguntándose qué es real y qué es fruto de la mente perturbada de sus personajes. Aunque la novela está profundamente arraigada en las tradiciones del folk horror británico, Starve Acre se distingue por su enfoque más íntimo y personal del dolor, lo que la convierte en una reflexión poderosa sobre la pérdida, el duelo y los límites del entendimiento humano. Sin duda, Andrew Michael Hurley sigue consolidándose como una de las voces más interesantes del género contemporáneo.
Ensayo de un crimen; Rodolfo Usigli
Roberto de la Cruz deambula sin preocupación por las calles de la Ciudad de México. Su única obsesión es cometer el más estético y atractivo de los asesinatos, sin razón aparente: un crimen gratuito. Tres intentos resultan en tres fracasos; de la Cruz se confiesa pero lo único que consigue es ser internado en un psiquiátrico, desde donde de forma nostálgica, remite a Thomas De Quincey y su obra Del asesinato considerado como una de las bellas artes (1827). El poeta, dramaturgo, escritor y diplomático mexicano Rodolfo Usigli (1905-1979) presentaba en 1944 su novela Ensayo de un crimen, principio de la novela negra en México, donde hasta entonces la literatura se había enfocado en los estragos de la revolución. Usigli fractura aquel género e innova con una novela policiaca que no se preocupa por el misterio, sino que se entretiene diseccionando la psicología retorcida del protagonista, mientras hace una crítica a la burguesía de la época, en un ambiente pesimista. La dualidad del ser humano, siempre tentado a transgredir los límites del bien y el mal, toma forma en la figura de Roberto de la Cruz, a quien le despierta el instinto asesino cuando escucha la melodía El Príncipe Rojo, de Charles Emil Waldteufel. Con una narración en tercera persona, que permite acceder a pensamientos y reflexiones de los personajes, Rodolfo Usigli profundiza también en la vida cotidiana de una Ciudad de México que se arremolinaba entre la renovación y el rastreo de identidad nacional. El melancólico Roberto de la Cruz camina por una ciudad mapeada a la perfección por Usigli, entre la tristeza del pasado y las expectativas del futuro moderno. El protagonista pasa de pasear y observar su entorno, a convertirse en un homicida que busca exquisitez y precisión; quiere, en el fondo, castigar a una sociedad hipócrita y corrupta. Recibida con tibieza en su debut, Ensayo de un crimen es hoy un referente de la novela negra dentro de la literatura mexicana, un profundo estudio sobre la sociedad de los años 40 y una mirada onírica y cruel sobre el instinto violento de la naturaleza humana. No resulta extraño entonces, que Luis Buñuel decidiera adaptarla al cine en La vida criminal de Archibaldo de la Cruz (1955), donde el cineasta español pudo darse vuelo plasmando en la gran pantalla sus propios fantasmas sobre el azar, la muerte y las contradicciones de la existencia. Si bien con marcadas diferencias, novela y filme guardan espíritu irreverente y la búsqueda de la perfección en el arte de asesinar.
Leche del sueño; Leonora Carrington
La consistencia de los sueños difícilmente obedece a una progresión racional. Sin embargo, hay una lógica interna que define cada uno de los instantes oníricos que experimentamos, aunque éstos sean dispares. De ahí que Leonora Carrington exprese todo lo anterior a través de Leche del sueño, un libro que entiende a la perfección el difícil arte de tejer un relato atravesado por el dulce aroma de lo irracional y de lo mágico. Esto se ve claramente en “El niño Jorge”, esa casi minificción donde lo extraordinario emerge cuando el personaje principal comienza a comerse la pared de su cuarto. De ahí surgen cocodrilos y zopilotes coagulados en gelatina, pues nada es lo que parece. Aquí un monstruo tiene un pastel de cumpleaños, justo en el momento preciso en que Leonora se sienta a escribir un cuento.