Estoy en el patio de la casa de mi abuelita Zita, sentada sobre un asiento de plástico amarillo que pende de dos cadenas gruesas, fijas a una estructura de metal brillante. Es un columpio: el mejor regalo que me han dado.
Miro hacia abajo y noto que mis pies no tocan el piso. Mi mamá está detrás de mí y me pregunta si estoy lista. Le respondo que sí, pero en realidad estoy nerviosa. Me sujeto fuerte a las cadenas y ella me empuja suavemente por la espalda. Me dice que estire mis piernas mientras voy hacia adelante y que las flexione cuando vaya hacia atrás. Siento una sensación que nunca había experimentado. Cierro los ojos, le pido que pare, pero no lo hace y me impulsa más fuerte. Instintivamente sigo moviendo mis piernas de forma constante, y, poco a poco, sin percatarme, comienzo a elevarme. ¡Tengo miedo mamá!, grito. Ella me dice que abra los ojos, que no hay nada que temer. Incitada por su calma y mi curiosidad, los abro, fascinada. Siento como si estuviera danzando en el aire, poco a poco llegó más arriba. Parece que mis pies pueden tocar el cielo y las nubes, y yo siento que vuelo, vuelo muy alto.
Desde aquí todo me parece pequeño; cualquier cosa es ínfima comparada con esta sensación. Cada que me elevo y desciendo, siento cosquillas en el estómago y me estremezco; pero ya no es temor, es sólo un efecto que se anticipa a mi felicidad. Siento como el viento juega con mi cabello y lo invita a bailar. Y yo sigo tocando el cielo y no me quiero bajar.
Con el tiempo aprendí que la vida es como un columpio; es subir y bajar, es mantenerse en un esfuerzo constante, es cerrar los ojos, es abrirlos, es tener miedo, es caer, es soltarse, es ir rápido, es ir lento, es estar alerta, es danzar con el viento, es volar, es tocar el cielo.
Crecí columpiándome entre la realidad y la fantasía, como una trapecista danzando en el vaivén de la vida, ambivalente entre el ascenso y la caída, entre el infinito y el vacío, entre el sublime poder que da el acariciar la libertad. Hice de los columpios mi lugar feliz, mi refugio, un espacio sagrado y seguro al que siempre regreso para ser niña de nuevo.